martes, 13 de julio de 2010

AUTOBIOGRAFIA DE FERNANDO ABOITIZ . NACIO EN FILIPINAS 16 /8/1920

"UN PATRIARCA EN LA ERA ATOMICA"
POR: FERNANDO ABOITIZ BAROJA
Reseña de la vida de Fernando Aboitiz (1820-1999)

Nacido el 16 de Agosto de 1920 en Cebu, Islas Filipinas con nacionalidad Estadounidense. En 1936 durante la Guerra Civil Española , su padre lo manda a estudiar a Londres escapando de la guerra, y se recibe de Bachiller . Cuando estalla la 2da Guerra mundial se va a vivir con su Hermana Maria Teresa y sus Padres ( Patrocinio y Guilermo)a Montevideo Uruguay donde se casa con Amalia Mora y nacen sus dos primeros hijos: Fernando y Marcos. En Uruguay Trabaja para la Embajada de Estados Unidos en Uruguay como agregado comercial.
En 1947 consigue el traslado a Estados Unidos donde trabaja para el Consulado de USA en los Pueblos fronterizos de Reynosa ( Mejico ) y Mc Allen Texas donde nacen Daniel Lucas, Juan Pablo, Pedro (Peter), Guillermo (Chemo) y Maria de Jesus (Marichu) que nace en Chicago.
En 1954 vuelve de Estados Unidos a Uruguay donde trabaja como gerente en la Fabrica de cerveza Norteña en Paysandu donde nacen Rafael y Maria Teresa ( Maritenchu )
En 1957 se radica en Buenos Aires con su familia para fundar la Fabrica de Papas Fritas Bun por idea, impulso y recursos conseguidos por su hermano mayor, Augusto Aboitiz, que ya habia fundado la Fabrica de papas fritas Chips en Uruguay
En Argentina nacen Ana . Patricia y Cristina, la menor de sus 12 Hijos.


INDICE
PROLOGO

CAPITULO I: Infancia
1. Mi origen
2. Mi padre
3. Mi madre
4. Mi niñez

CAPITULO II: Juventud
La guerra civil española
2. Saint Jean de Luz
3. Londres
4.Regreso a España

CAPITULO III: “ El LLAMADO”
1. Partida de España.
2. Mi Vida Espiritual
2. Mi Vida sentimental
4. La boda

CAPITULO IV: Mi vida de casado
1.Nacimiento de mi primer hijo
2. Mi trabajo
3. . Correspondencia año 1946
4. . Correspondencia año 1947

CAPITULO V: “Peregrinaje”
1.Traslado a Texas: Viaje en barco
2. Cuando el dolor y la angustia calan hondo
3.Trabajo en Reynosa
4.Anécdotas
5.Un viaje a Nueva York

PROLOGO
ES UNA CARTA ESCRITA POR EL PADRE ANIBAL CHALAR (1920-2005), MUY AMIGO DE FERNANDO ABOITIZ DESDE. FUE PARROCO A FINES DE LOS 60 DE LA IGLESIA DE CARRASCO EN URUGUAY . LA SIGUIENTE CARTA A FERNANDO ABOITIZ FUE ESCRITO A PRINCIPIOS EN LOS AÑOS 60 EN EPOCA DEL CONCILIO ECUMENICO POR LO QUE MENCIONA EN LA CARTA

"Acabo de recibir tu carta hablándome de tu proyecto literario. Te confieso que siempre creí que algún día te resolverías a publicar tu autobiografía y tu correspondencia. Creo que sería una forma de encontrarte a ti mismo, y de hacer bien a los demás: con tus amplias, divertidas, pintorescas y dramáticas experiencias internacionales.
Creo que tu vida pasada -como la mía- marcan un proceso histórico en el catolicismo Rioplatense, que precisamente empieza ahora a culminar después de este segundo gran Concilio Ecuménico.
Dos familias de origen vasco ahora viviendo en el Río de la Plata. La tuya de Viz¬caya, la mía ahora provincia vasco-francesa. Dos vástagos de esas familias arrebatados en su juventud por la guerra civil española y luego, incorporándose en Montevideo en un movimiento de renovación católica a través de la Biblia y la Liturgia.
Mas tarde: otra vez, dos vidas paralelas a través de Norteamérica y el litoral Río Platense.
Somos hermanos en mas de un aspecto y me siento tan identificado con tu proyecto literario que te ofrezco desde ya todo el apoyo posible, revisando mis archivos. Efectivamente conservo muchas cartas tuyas que guarde con vistas a escribir yo mismo un día sobre esas décadas críticas y decisivas, preludio de los tiempos difíciles que estamos ahora viviendo.
En verdad, son pocos los laicos que como tu han estudiado intensamente la Biblia (como la que tu ayudaste y además has escrito y publicado...). Todo un romance de alto vuelo: ¡Grandes aventuras por los tortuosos caminos del mundo contemporáneo Hispanoamericano y Europeo!"




ANIBAL CHALAR DUFOURC
Montevideo, Uruguay



CAPITULO I: Mi Infancia (por Fernando Aboitiz 1920 -1999)

1. Mi origen

Unos, nacen rubios; otros pelirrojos. Yo, nací complicado.
Me ponen en un aprieto cada vez que me preguntan: “¿De qué origen o nacionalidad es Ud.? Unas veces les contesto: “Filipino”; otras, “vasco”; otras “español”; y otras “norteamericano” --según me convenga.
La verdad es que soy todo eso. Soy simplemente un filipino-vasco-español-yanqui. Y “ata esa vaca por la raba” --como diría aquel vasco.
“Vayamos por partes” --diría otro vasco, mi padre. Soy filipino en cuanto nací en la isla de Cebú, una de las 7000 islas de Filipinas (dicho sea de paso, cerca de la islita de Mactán, donde mataron a Magallanes). Y, además, porque corre un hilillo de sangre malaya-filipina en mis venas, por parte de mi abuela paterna que tenía algo de mestiza.
Me siento, por otra parte, bien vasco porque mi madre era vasca (nacida en Bilbao); Y mi padre, si bien también nació en las Filipinas, era a su vez de padre bien vasco (de Lequeítio, pueblito pesquero en Viscaya). Y, además, porque de mis ocho apellidos, siete son vascos, a saber: Aboitiz, Irastorza, Irusta, Mendazona, Larrea,...
Por otro lado, aunque me siento muy vasquista (por sangre y por temperamento) no dejo de sentirme español, por cuanto (me guste o no) durante siglos la historia del país vasco transcurrió entroncada con la historia del resto de los otros pueblos que hoy forman España.
¿Y lo de Yanqui? Porque al nacer en Filipinas, nací con la nacionalidad norteamericana, la cual mantuve hasta que la perdí en l946 --cuando Norteamérica otorgó la independencia a Filipinas, adquiriendo yo recién en ese momento la nacionalidad Filipina. En l955, después de muchos trámites y aventuras (que se relatan más adelante en es-te libro) volví a recuperar la nacionalidad norteamericana, al naturalizarme como ciudadano norteamericano en Chicago. En l960, volví a perder mi nacionalidad norteamericana, por haber vivido alejado de Norteamérica, en forma continua, durante mas de cinco años. En l966, volví a recuperar la nacionalidad Norteamericana, pues hacía poco había salido una nueva ley (aprobada por el Congreso de los EE.UU) que --cancelaba esa reglamentación anterior—en el sentido de que un ciudadano norteamericano naturalizado perdía su nacionalidad al vivir cinco o más años alejado de Norteamérica. Así en la actualidad, sigo siendo un ciudadano norteamericano, con pasaporte y nacionalidad norteamericana
Si como dice Ortega y Gaset “uno es el yo, más las circunstancias” a ese yo, de ori-gen tan complicado, hay que agregarle las circunstancias que me tocaron vivir en mi infancia, juventud y edad madura –circunstancias, como se verán, también complicadas. Así que mi destino fue no solamente nacer complicado, sino también vivir complicado. Y eso sin descanso, desde mi nacimiento hasta mis actuales años maduros
2. Mi padre


Mi padre era muy pintoresco: muy alegre y optimista; muy dicharachero; muy generoso; muy bohemio; muy sibarita --un “bon vivant” como dirían los franceses.
Me resulta difícil intentar reconstruir someramente su vida porque a él le gustaba hablar de sí mismo --como de las otras cosas de la vida-- medio en serio medio en broma. No había nada que él tomara totalmente en serio, ni siquiera su propia per-sona.
Por lo mismo solo sé -- y con mediana certidumbre solamente-- que de joven se recibió de piloto de navío en la Escuela Náutica de Lequeítio. Pasó luego un corto tiempo aprendiendo inglés en Londres. Y más tarde regreso a las Filipinas, no a ejercer la práctica de piloto de navío sino a ayudar a su padre (mi abuelo) en el pequeño negocio que éste tenía de compraventa de abacá (fibra filipina usada en la fabricación de cordeles para barcos) y ramos generales. Este negocio, a la muerte de mi abuelo, mi padre lo heredó en su totalidad , siguiendo la tradición vasca de que el primogénito heredaba la totalidad de los bienes de los padres, sobreentendiéndose que el primogénito tenía él deber de velar por el bienestar del resto de sus hermanos –en el caso de mi padre, 4 hermanos y 4 hermanas-.( por la llamada ley de mayorazgo que el hermao mayor heredaba todo, era sobre todo para que no se subdivideran las tierras heredadas) Poste¬riormente, mi padre se dio cuenta, de que el no tenía condiciones de comerciante y paso la administración y dirección general del negocio al hermano que le seguía en edad. Este con el tiempo, demostró una capacidad tan extra-ordinaria de hombre de empresa que du¬rante 50 años desarrolló el pequeño negocio que recibió de mi padre hasta su estado actual en que es uno de los más importantes conglomerados comerciales, industriales, navieros y bancarios de las Filipinas.
En l889 parece ser que, mi padre llegó a incorporarse a la revolución Filipina, acaudillada por Rizal y Aguinaldo, que lucharon por la independencia de las islas contra la administración colonial española. Tan mala suerte tuvo mi padre, -según él contaba- que, en una de las primeras escaramuzas entre los guerrilleros revolucionarios y las tropas españolas, “ me pegaron un tiro en el culo”. Esta mala fortuna según él, le sacó las ganas de continuar la guerrilla.
Cuando a mi padre le vinieron ganas de casarse, hizo lo que todo buen vasco que podía lo hacía por aquel entonces y por aquellas lejanas tierras: darse una vuelta por el país vasco a la pesca de una buena novia. La encontró pronto (no sé bien como) en Bilbao, donde conoció a mi madre. Se casaron y la llevó a Filipinas. Mi pobre madre no se hallaba en las Filipinas y nada le caía bien: ni el clima, ni los filipinos, ni la mayoría de los cuñados –con las cuñadas, en cambio se llevaba en general bien, así como con la suegra (su suegro, mi abuelo, había ya fallecido). Con todo aguantó en las Filipinas y a los filipinos unos l0 años. Pero después de haber dado a luz a sus 4 hijos,(Lolita, Augusgto, Maria Teresa y Fernando) su salud no daba para aguantar más, así que mi padre se la tuvo que llevar de vuelta a Bilbao con toda la prole. Tenía yo entonces dos años y como nunca volví a Filipinas, nada conozco del país de mi nacimiento salvo lo que me han contado.
Una idiosincrasia de mi padre era su falta de sentido económico, manifestada en su mala administración de sus dineros y bienes. Como ya lo mencioné antes, a la muerte de sus padres heredó prácticamente la totalidad del negocio de compraventa de abacá y ramos generales que mi abuelo había fundado y desarrollado en modesta escala. Durante los últimos años de vida de mi abuelo, le ayudaban en este negocio, entre toda su numerosa prole, sus dos hijos mayores solamente, mi padre y mi tío Ramón, ya que el resto eran mujeres (4) o hermanos (3) demasiado chicos para trabajar.
Como mi padre se dio cuenta de que mi tío Ramón tenía una mayor capacidad que él pa-ra dirigir este negocio, lo puso al frente del mismo, y él siguió trabajando en posición subordinada a él. Posteriormente, conforme los otros tres hermanos menores alcanzaron la edad de trabajar, mi padre y mi tío Ramón los fueron incorporando también al mismo negocio. Sucedió que esta modesta empresa comenzó a crecer y desarrollarse (gracias a la capacidad y visión comercial de mi tío Ramón) hasta el punto que tomó la forma de sociedad anónima siempre controlada por un núcleo familiar de hermanos. Mi padre y mi tío Ramón dieron entrada al negocio a sus otros hermanos en carácter tanto de directores ejecutivos como accionistas –para lo cual fue necesario que mi padre se desprendiese, en condiciones muy ventajosas para sus hermanos menores, de una gran parte de sus acciones originales. Y así sucedió que, con el correr del tiempo, mi padre pasó a ser en relación al número de acciones en poder de cada uno, individualmente uno de los accionistas más minoritarios de dicha empresa, pese a que comenzó siendo el accionista mayoritario. Esto habla elocuentemente de la generosidad y desinterés de mi padre.
Como nuestra única fuente de recursos era la participación de mi padre en esta empresa, nuestra vida social y económica bailó al compás de la marcha de los dividen-dos declarados cada año por la misma. Ahora bien, era la política de mi tío Ramón la de reinvertir en la empresa una gran parte de los beneficios obtenidos, promoviendo así un rápido desarrollo y expansión hasta ser hoy día una de las empresas más fuertes de las Filipinas. Esta política, si bien a largo plazo dio resultados brillantes, que los disfrutamos en buena medida los hijos, cuando heredamos y liquidamos nuestra participación en esta sociedad anónima, nuestros padres no lo disfrutaron. Y así resultó que de por vida de los mismos eran mas bien escasos los dividendos en efectivo que la empresa declaraba y pagaba. Por lo mismo, nuestra posición social y económica en España fue generalmente mas bien modesta, cuando no apremiante.
Hubo un año, por ejemplo, en el que según mi madre me contó, pues yo era muy chico para recordarlo mi padre agarró una pulmonía y no se contaba en casa con el dinero suficiente para atenderlo debidamente; fue según ella solo gracias a Dios y no a los recursos humanos, que papá pudo superar la crisis y sanarse. Otro recuerdo mío de otra época de vacas flacas: tenía yo mis doce años; había dado en poco tiempo un gran estirón, de forma que aparecía larguirucho y flacuchento, con piernas largas y delgadas que estaban mas bien para ocultarlas que exhibirlas, según la moda de enton-ces, correspondía que yo (al igual que los otros larguiruchos de mi misma clase en el colegio) llevase pantalones largos “bombachudos”, pero en mi caso no pudo ser, no hubo en casa en todo ese año plata suficiente, para el “lujo” de comprarme un simple par de pantalones nuevos; y me las tuve que arreglar luciendo mis horriblemente delgadas piernas con pantalones cortos, y sufriendo la correspondiente vergüenza frente a mis compañeros de clase y extraños.
Mi padre nunca supo proveer con miras al futuro. Cuando los dividendos que nos llegaban de las Filipinas eran sustanciosos, si él hubiese hecho una reserva –para cubrirnos de probables años peores- nunca hubiésemos pasado por los apremios econó-micos que pasamos. Pero papá no entendía eso de hacer previsiones para el futuro. Cuando había, se lo gastaba todo con su familia y con sus amigos; cuando no había... se las aguantaba sin quejarse.



3. Mi madre:

Mamá era digna pareja de papá, en cuanto a tener también una personalidad por lo demás pintoresca y colorida. Se complementaba muy bien en más de un aspecto. Era también alegre, pero tenía, al mismo tiempo, una fuerte tendencia melodramática (recuerdo como humedecía pañuelos con sus lágrimas en los dramones de cine o teatro que gustaba ver llevándome con ella). No era tan optimista como mi padre sino mas re-alista. Era también dicharachera. En esto hasta creo que le ganaba a papá, pues tenía mayor facilidad de palabra (papá la suplía con mímica). Mamá hablaba con mucho gracejo y recurriendo siempre a una serie interminable de refranes que ella mal o bien aplicaba continuamente en la conversación a “lo Sancho Panza”.
Mamá era típicamente vasca en, por lo menos, estos dos aspectos: por un lado no tenía pelos en la lengua y era capaz de decir en cualquier momento y a cualquiera, lo que ella íntimamente pensaba; por otro lado, no daba su brazo a torcer una vez emitida por ella su opinión o juicio. En esto se parecía a otros vascos típicos que he conocido de cerca. Como me dijo seriamente uno de ellos: “no es que seamos duros de cabeza –lo que pasa es que siempre tenemos la razón”. Estas dos características suyas le trajo, durante su vida, problemas continuos con sus hermanos ya que ellos, a su vez, también se creían gozar de la misma prerrogativa infalible. De ahí que siempre tuvieran discusiones, líos, enfados interminables, todos los cuales motivaron largos periodos de alejamiento y rencor entre ellos y siempre por causas fútiles.
No tuve la suerte de conocer a ninguno de mis abuelos –ni por la línea materna ni paterna. Con todo mi abuelo materno, Don Juan Baroja, vive en mi memoria como si lo hubiese conocido por las anécdotas extraordinarias contadas por mi madre que refle-jan una recia personalidad cristiana. Con su humilde profesión, primero de peluquero, después de peluquero y pedicuro (arreglaba hombres de pies a cabeza) y luego exclusivamente de pedicuro, mantuvo 11 hijos, dignamente, en la misma vieja casona de Bidebarrieta donde me crié. Debió ser hombre corajudo por anécdotas que me contó mi madre de su actuación en la guerra civil carlista (que desgraciadamente olvidé) aunque hay un recuerdo: iba él noche con mi abuela por una calle oscura de la parte vieja de Bilbao cuando fueron asaltados por tres bandidos que pretendían, además de robarles sobrepasarse con mi abuela. Mi abuelo arremetió contra ellos a bastonazo limpio y los tres tuvieron que abandonar la presa y emprender veloz retirada. Era muy estimado en Bilbao por mucha gente de todos los niveles sociales, tanto profesionalmente como por su calidad humana y cristiana. Siempre lo tuve como un ejemplo a seguir. Lo emulé únicamente en cuanto al número de hijos. En las memorias de Don Pío Baroja, tituladas “Desde la última vuelta del camino” aparecen datos de sus antecesores que coinciden con anécdotas que me contó mamá de los suyos. Esto me hizo sospechar que ambas familias tenían un tronco en común. Efectivamente, mi hermano averiguó hablando con una sobrina de Don Pío en Vera de Bidasoa, que mi abuelo y el padre de Don Pío eran primos-hermanos. Cuando el padre de Don Pío venia a Bilbao, paraba en la casa de mi abuelo, la misma vieja casona donde yo me crié.





4. Mi niñez


Mi memoria más recóndita me lleva a la vieja casona de Bidebarrieta Nº9, en la parte vieja de Bilbao, donde viví mi niñez entre mis 2 y 8 años. Nosotros ocupábamos el primer piso de dicha casona. Era un viejo departamento con cinco dormitorios, una sala, una cocina comedor y un cuarto de baño (sí se podría llamar así, pues carecía de baño). Los ambientes eran en su mayoría amplios y luminosos, pues casi todas las habitaciones daban a la calle, ya que la casa hacía esquina entre las calles Bi-debarrieta y... Me acuerdo especialmente de la gran cocina-comedor con cocina a car-bón, donde existía la única canilla de agua corriente con su correspondiente pileta. Me acuerdo también del único cuarto de baño, con inodoro sí, pero sin ningún otro aditamento. Era pues un cuarto de baño sin baño. Para bañarnos metíamos dentro del cuarto una tina, gracias a ella y a la ayuda de grandes jarros de agua caliente nos podíamos bañar. Me acuerdo también de una pieza interior que daba a la sala y que era la más oscura de todas. Dentro de su armario había una calavera que la había dejado un lejano pariente de mamá que ocupó cierto tiempo esa habitación mientras estudiaba medicina. Luego abandonó los estudios y la habitación dejándonos el recuerdo de la tremebunda calavera. Me acuerdo que para pasar de mi cuarto (yo dormía en la habitación de mis padres que quedaba al otro extremo de la casa) tenía necesariamente que pasar por el cuarto de la calavera. Al hacerlo, de noche, con las luces apagadas, representaba para mí, con mis 6 años, toda una heroicidad de la cual me sentía íntima y secretamente orgulloso.
En Bilbao se inició mi vida escolar. Iba al Colegio Marista que quedaba a unas 6 cuadras de casa. Cursé allí el 1 °y 2° grado. Es decir, allí empecé a hacer palotes y terminé deletreando, empecé a dibujar los números y terminé resolviendo sencillos problemas aritméticos; allí me enseñaron a rezar y a cantar canciones a María en su mes de Mayo.
Durante los recreos jugábamos en una gran plaza pública: La Plaza Nueva. Jugábamos al football (cuando no había vigilancia policial, pues estaba prohibido) a las canicas o bolitas, al trompo, a los “uitos” (carozos de duraznos), a las estampitas y a otros juegos más, inventados por nosotros mismos que ya no recuerdo. Lo que sí recuerdo, lo bien que lo pasábamos, jugando a aquellos sencillos juegos, en comparación con los niños de hoy quienes, al parecer, no saben jugar ni menos inventar sus propios juegos. Parece que la T.V les ha anulado toda capacidad de imaginativa e inventiva y, por lo mismo, con toda su T.V y demás confort de que gozan, que nosotros no teníamos, parecen aburrirse mucho más que nosotros en nuestros tiempos infantiles.
Además de este tipo de diversiones escolares, me divertía mucho con la simple compañía de mi padre. Cuando no tenía escuela salía siempre con él. Me llevaba a todas partes: al café o bar durante largas tertulias, después de la comida de los sábados y domingos a los toros, al football, a escuchar la banda municipal tocar en las plazas públicas, al teatro, etc. Mi padre y yo éramos, y lo fuimos siempre hasta el fin, muy buenos amigos. Yo disfrutaba del ambiente alegre que siempre sabía crear a su alrededor con sus chistes, anécdotas de sus viajes y vida en las Filipinas, etc. Así me acuerdo del “shock” que representó para mí cuando un día (nunca lo olvidaré, tenía yo cerca de 8 años) sentado sobre una de sus rodillas, mi anunció con un tono --extraño en él- completamente serio que pronto se tendría que separar de nosotros, pues tenía que volver a Filipinas a trabajar para asegurarnos el puchero. Sabía entonces que lo iba a extrañar mucho. No sabía entonces (gracias a Dios) que esa separación iba a durar 4 largos años.
Cuando tenía yo ya 8 años, con mi madre y mis tres hermanos: Lolita, Augusto y María Teresa, dejamos Bilbao y nos trasladamos a vivir en San Sebastián. Allí vivimos un año en un apartamento grande en el “Barrio Gros”, frente al mar Cantábrico, cerca de Monte Ulía. Aunque el barrio era en sí para gente de modestos recursos, nuestro apartamento era amplio y con espléndidas vistas a ese sector de la costa cantábrica en San Sebastián comprendido entre el Monte Urgul y el monte Ulía.
Completé mi 3er. Grado de enseñanza primaria en el Colegio cercano del Sagrado corazón, situado a la falda del Monte Ulía. De este colegio poco me acuerdo salvo que en él tuve el primer pugilato serio con un compañero de clase y que, a consecuencia del mismo, un padre del Sagrado Corazón aplicó a ambos contendientes la pena máxima: el estar varias horas de rodillas, con los brazos en cruz, en un sótano oscuro, frío y húmedo, sintiendo correr las ratas a nuestro alrededor. ¡Cómo para no acordarme de este castigo y de la madre de aquel padre!. También recuerdo que el castigo más “ leve” que aplicaban estos padres consistía en tirarnos de las patillas hasta casi sacarnos los pelos. Para paliar el dolor solíamos ponernos aceite en las patillas, o pedir al peluquero que nos la dejase bien cortas para que los dedos de los curas no tuvieran asidero. No sé dónde estos curas aprendieron suplicios tan refinados. Me imagino que antes fueron misioneros en la China. l
. Estabamos viviendo en este departamento mi madre, mis tres hermanos y yo (pues papá hacía poco había regresado a trabajar de vuelta en la empresa familiar en la Filipinas) cuando cayeron por casa, a pasar una temporada con nosotros una buena parte de mis tíos y tías de las Filipinas. Como ese año, al parecer los beneficios de la empresa familiar habían sido buenos, mis tíos podían darse el lujo de tomarse largas vacaciones en España.
No sé bien como nos arreglamos pero la cuestión fue que unos tres matrimonios se instalaron en nuestro departamento con nosotros y pasamos una buena temporada todos juntos. El año siguiente, yo ya tenía 9 años, se decidió continuar viviendo todos los mismos familiares juntos pero en un departamento en Madrid. Alquilamos uno en la calle Goya, a pocas cuadras del parque “el Retiro”.
De toda esta temporada en la que vivíamos juntos recuerdo sobretodo que eran muy generosos en cuanto a hacernos regalos en efectivo, en Navidad, Reyes y cumpleaños. Nunca había visto yo tanto dinero junto como el que acumulé esa temporada. En Madrid sobretodo, donde mi madre ya me permitía que anduviera solo por donde quisiera, me sentía un rey paseando solo por sus avenidas, plazas y parques, con el bolsillo bien provisto de plata. Podía darme toda clase de gustos comprando libre y casi ilimitadamente toda clase de chucherías y golosinas, y hasta ir a un buen cine solo, ¡nunca me las había visto igual!, Francamente no estaba acostumbrado a disponer de tanto dinero.
El cuarto grado de enseñanza primaria lo hice en una modesta academia en Madrid, llamada “Academia León XIII” cerca del principio de la calle Goya. Asistíamos a esta academia mi hermano y yo de medio pupilos. La comida era escasa y horrible. El méto-do de castigo que usaba mi maestro era sacarse el cinturón, sujetarse con la mano iz-quierda el pantalón y con la derecha hacer caer el cinturón sobre nuestras cabezas y lomos con gran vigor y entusiasmo. Mientras esto ocurría nosotros siempre anhelábamos que alguna vez olvidase sujetarse los pantalones y diese el espectáculo, pero nunca pasó tal cosa.
Al año siguiente regresamos a Madrid –después de pasar el verano en Saint Jean de Luz, Francia- y alquilamos un departamento para vivir nosotros cinco, más el tío Perico, la tía Antoni y la prima Emilia, radicados también en las Filipinas. Nuestro departamento, que era más bien una pobre pensión, estaba situado en el Barrio Argue-lles. Yo iba a un Colegio, próximo a nuestro departamento, dirigido por los Jesuitas. El Colegio era conocido popularmente con el nombre –no sé bien por qué- de “Los Areneros”. Era en el año l931. Yo tenía 10 años y me estaba preparando para hacer el ingreso al Bachillerato. De aquel colegio guardo ingratos recuerdos. Era un colegio para estudiantes de familias mas bien pudientes. Los que venían de una posición social y económica modesta como la mía eran mas bien la excepción. Era el Colegio más “pituco” que jamás asistí. Se palpaba una cierta discriminación social, por parte de la mayoría de los padres jesuitas de ese colegio, hacia el estudiantado. Hacían tres diferencias: estudiantes provenientes de padres aristócratas; estudiantes provenientes de familias pudientes, y estudiantes provenientes de familias de clase media –entre ellos estaba yo. Este último grupo era el que peor la pasaba con los castigos, exigencias en el estudio, notas, comportamiento, etc. . No me olvidaré de la vergüenza que pasé un día en la Misa obligatoria de los Domingos, cuando un padre jesuita me ordenó salir de inmediato de la capilla por no estar –según él- vestido decorosamente para asistir a Misa. Mi pecado de excomunión se debió a que mi madre -para aprovechar mejor un sweter , cuyas mangas zurcidas por demás habían sido cortadas- me había mandado a Misa con un sweter sin mangas. Esto escandalizo a ese padre jesuita, no acostumbrado segura-mente a vivir ni a sentir los problemas económicos de una familia de una posición social mediana como la nuestra.
El hecho de que este mismo Colegio fuera uno de los primeros incendiados por las turbas –cuando se declaró la República en España en la Guerra Civil Española- tiene así su explicación, aunque no su justificación. Me acuerdo que a los pocos días de quemado el colegio (fue destruido solo parcialmente por el incendio, el aula de mi clase se salvó totalmente), me tocó volver al mismo para recuperar mis libros, delantal, etc. Pero no pude continuar las clases en el mismo Colegio. Por lo tanto, el resto del curso preparatorio para el ingreso al Bachillerato lo tuve que hacer con maestro particular.

Guardo nítidamente dos recuerdos que tuvieron trascendencia pública y política en el Madrid de aquel entonces: la muerte del General Primo Rivera en París y su poste-rior entierro en Madrid –asistí al imponente desfile militar con que el Rey Alfonso XIII honró las últimas exequias del que fuera su último eficiente primer ministro; y el cambio del régimen político español, de Monarquía a República, con toda la serie de trastornos públicos que precedieron, acompañaron y siguieron a este acontecimiento.
GUERRA CIVIL
La abdicación del Rey Alfonso XIII y la inmediata declaración de la II República española, tuvo lugar el 13 de abril de 1931 –si mal no recuerdo.
Pero durante todos los meses anteriores ya se veía cocinar el triunfo de la Repú-blica. El pueblo español estaba ya cansado del estancamiento social que representaba el régimen monárquico constitucional de Alfonso XIII y quería una República más re-presentativa de los intereses de la mayoría, con mejores oportunidades de progreso y justicia en el orden económico-social. Por lo mismo, meses antes, hubo una sublevación militar contra la monarquía en la que participaron –que yo recuerde- el comandante aviador Ramón Franco (héroe del vuelo del “Plus Ultra” de España a la Argentina y hermano del General Francisco Franco , avion que esta en el museo de Lujan en Buenos Aires) y el General Queipo de Llano (que más tarde se hizo famoso apoyando desde Sevilla al General Franco en la guerra civil española). Este golpe militar fracasó. Lo único espectacular que ocurrió fue el vuelo de Ramón Franco sobre Madrid, lanzando amenazas al régimen monárquico –en el sentido de que si no entregaban el poder de inmediato a un gobierno republicano bombardearían Madrid, empezando por el Palacio Real. Pero no pasó nada. Posteriormente, hubo una sublevación militar, en la que participaron oficiales de bajo rango jerárquico, cuya mayor resonancia tuvo lugar en la guarnición de Jaca, al norte de España, cerca de los Pirineos. Fracasado el golpe, dos de los oficiales más comprometidos fueron fusilados. Además de estos fracasos militares habían muchos otros indicios que hablaban claro del poco apoyo popular que gozaba entonces la monarquía. Se veía pues venir desde hacía tiempo la segunda República española (la primera tuvo una corta vida –10 meses- finalizando en l874).
El entusiasmo popular que se produjo en Madrid, al conocerse la abdicación de Al-fonso XIII, y la inmediata proclamación de la República fue algo indescriptible. Creo que habría que remontarse a los momentos de la toma de la Bastilla en París para en-contrar en la historia universal algo parecido.
Madrid vivió horas de gran entusiasmo y euforia populares que a veces se mani-festaba como festejos públicos, y otras como un verdadero carnaval: pues muchos se disfrazaron de Alfonso XIII dramatizando ridículamente su abdicación, así como otros se disfrazaban también peyorativamente de otros personajes que habían teni-do vigencia política en los últimos tiempos de la monarquía; también se veían muñecos que representaban a Alfonso XIII, que eran quemados o colgados de los faroles pú-blicos; masas humanas desfilaban de pie, o en los transportes públicos, desplegando la nueva bandera republicana y cantando el himno de Riego.
Madrid tomó la caída de la monarquía con la jarana típicamente madrileña. Y yo presenciaba todo esto con mis ojos de niño de 10 años bien abiertos, sorprendido y a veces asustado, pues si bien simpatizaba con el movimiento popular pro-republicano, no podía entender ni justificar los innecesarios brotes de violencia que surgieron al nacer la república, brotes evidentemente tolerados demasiado benignamente por el nuevo gobierno republicano.
La reacción violenta más fuerte se manifestó precisamente con aquella tristemente famosa quema de Iglesias y Colegios católicos, con la persecución a los curas, ex-pulsión oficial de los jesuitas etc. Lamentablemente, la mayoría del clero español había apoyado a la monarquía y se había manifestado contrario a la república. Especial-mente la alta jerarquía eclesiástica, por miedo, quizás, a perder los privilegios acumulados y ejercidos durante siglos. La reacción del pueblo –eufóricamente republicano- era por lo tanto explicable, aunque no del todo justificable. Como pasó en medio del fragor de la revolución francesa, el pueblo confundió el concepto de libertad con el de libertinaje. Frente a los edificios visibles que pertenecían a la Iglesia invisible –muchos de cuyos miembros habían apoyado, consciente o inconscientemente, viejas e injustas estructuras económicas-sociales –el pueblo quiso hacer justicia por su mano y arreglar las cosas a su manera, bajo la mirada benevolente y hasta simpatizante de la mayoría de las personalidades integrantes del nuevo gobierno republicano.
Lo triste fue que hubiera sido relativamente fácil para el nuevo gobierno sosegar los ánimos, apaciguar los elementos reaccionarios de entre la masa republicana y conducirlos a la sensatez de que quemando iglesias y colegios católicos no se arreglaba nada. El nuevo gobierno republicano tuvo miedo de hacerse antipopular, tomando de entrada medidas antipopulares y comenzó así a ser un gobierno flojo, frente a un pueblo que como el español necesitaba firmeza en la conducción. Con este vicio de la debilidad, frente a demandas irracionales de un pueblo enardecido, nació y creció la república. A la larga esto mismo le costaría la vida.
El otoño siguiente, después de veranear de nuevo en Saint Jean de Luz, volvimos a establecernos (mi madre, mis hermanos y yo) en San Sebastián. Yo inicié mi Bachille-rato en el Colegio Marianista de Aldapeta, en San Sebastián. De dicho colegio guardo muy buenos recuerdos. Los Marianistas representaban entonces una congregación re-ligiosa dedicada a la enseñanza muy avanzada para esos tiempos. Caso contrario de los Jesuitas de aquella época en España, pues no trataban de atraer solamente a hijos de padres de alto nivel económicosocial sino que contaban con alumnos de todos los nive-les sociales. Yo así tuve la suerte de recibir una educación católica pero al mismo tiempo bien democrática, contando con compañeros y amigos de clase que eran hijos de carniceros, fruteros, panaderos, etc. Y el trato era igual para todos. Otra modalidad avanzada de esta congregación, era que los miembros de la misma vestían de lai-cos; que sus castigos no eran violentos, como los que yo había conocido en otros cole-gios (se limitaban a obligar al “descarriado”a dar un número determinado de vueltas, proporcionales a la importancia del “delito”, corriendo por lugares prefijados en hora-rios del recreo, impidiéndole así jugar al football pero consiguiendo que igualmente el castigado hiciera ejercicio); anualmente pasaban a los padres un informe psico-pedagógico de cada alumno.

Hasta entonces había sido un estudiante de nivel de notas de mediocre para aba-jo. Fue curioso como por estímulo que recibí de mi maestro de matemáticas, en una de las primeras clases que asistí en este colegio, que me convertí de repente en un alumno brillante.
Sucedió así: las matemáticas habían sido siempre mi asignatura favorita y además este maestro enseñaba muy bien; en la primera clase a la que asistí él quiso verificar sí los alumnos le habían prestado atención o entendido el desarrollo de sus primeras lec-ciones; Así, empezó a hacer preguntas al azar, con tan buena suerte para mí, que los tres alumnos que preguntó antes que a mí, ninguno supo contestar en forma satisfac-toria; al señalarme que contestara yo, en una cuarta tentativa, como había estado muy atento por interés tanto hacia el tema como hacia el maestro, contesté bien; entonces él se dirigió a toda la clase y dijo palabras como estas: “¿qué les parece?, Yo llevo ya días enseñándoles esto mismo a todos ustedes y hoy llega ese jovencito que recién me escucha una sola clase y me puede desarrollar el tema mejor que ustedes”. Estas pa-labras crearon una gran expectativa entre mis nuevos compañeros de clase en el sen-tido de que ellos creyeron que conmigo tenían que habérselas con un verdadero genio –todo un cráneo privilegiado. No había tal cosa pero la cuestión fue que tanto para no defraudar a mi nuevo maestro de matemáticas como a mis nuevos compañeros de cla-se, desde ese momento en adelante me puse a estudiar muy intensamente todas las asignaturas, dentro y fuera del colegio, y así –a base de dedicación y voluntad más que por tener una inteligencia privilegiada- conseguí mantenerme en ese colegio, durante 5 años, como el primero de la clase.
Cuando tenía yo 12 años –es decir unos cuatro años después de su partida- volvió papá de las Filipinas para estar con nosotros un par de años y volver de nuevo de re-greso a su trabajo. Por lo demás, no recuerdo que sucediera nada extraordinario entre mis l2 y l5 años. Los otoño, inviernos y primaveras representaban para mi estudiar in-tensivamente –para mantener mi reputación de primero de la clase- siempre en el Co-legio Marianista de Aldapeta en San Sebastián; los veranos, mucha playa y bicicleta en Saint Jean de Luz, en pleno país vasco francés.
CAPITULO II: Juventud

1. La guerra civil española


Estaba por cumplir los l6 años, había terminado ya el 5to. Año de Bachillerato, cuando estalló la guerra civil española. Ese verano nos encontrábamos en Zarauz, una linda playa de Guipuzcua, al oeste de San Sebastián. Papá y dos primas mías acababan de llegar de las Filipinas. Papá siempre optimista, pensaba que el movimiento de Franco era un golpe militar más, de corta duración, como los muchos que habían tenido lugar en España durante la última década.
Durante las primeras semanas de este movimiento revolucionario, todo Zarauz se-guía tranquilo, como si nada ocurriera en el resto de España, donde ya corría la sangre tanto en los frentes de batalla como en la retaguardia. Hasta que llegaron los coman-dos de milicianos integrados por mineros de Asturias bien armados que pretendían de-fender al gobierno republicano, cuya autoridad por otra parte, no había sido atacada en aquel pueblo. Entonces dejó de reinar la paz en Zarauz.
Nosotros vivíamos en un barrio aristocrático cerca de la playa. El chalet que alqui-lábamos era más bien modesto, en relación con las mansiones señoriales que nos ro-deaban. El barrio entero, fue objeto de un trillado sistemático por parte de estos co-mandos integrados por mineros comunistas y anarquistas –por el simple delito de habi-tar en él, predominantemente la gente pudiente. Actuaban generalmente de noche. Se dedicaban a visitar las residencias y a sacar de ellas a los hombres sospechosos –nada más por el hecho de que vivían bien- de ser fascistas. Todavía resuenan en mis oídos los gritos de las mujeres de esas residencias vecinas, cuando estos milicianos se lleva-ban a sus hombres –generalmente para darles “el paseito” al otro mundo-.
Ante el feo cariz que estaban tomando las cosas por nuestro barrio, se decidió, en reunión familiar, poner una bandera norteamericana al frente de nuestra casa, que significase la nacionalidad de sus moradores y así evitar que fuésemos molestados por los milicianos. Como teníamos el problema de no conseguir una bandera norteamerica-na ya hecha, se decidió que la confeccionarían lo más rápidamente posible, las 5 muje-res en la casa (mamá, mis dos hermanas y mis dos primas). El problema era el saber exactamente cuántas barras, blancas y rojas, y cuántas estrellas contenía dicha ban-dera. Hubo que consultar diccionarios. En los apuros, igualmente resultó que a esta bandera norteamericana, de confección casera, le faltaba una estrella y como tam-bién faltaba lugar para ponerla, dejamos así a los Estados Unidos con un estado menos, - ahora me imagino que sería Tejas, que pretendimos así devolver a los mejicanos.
La bandera produjo su efecto, aunque no el deseado por nosotros, - al contrario. A la mañana siguiente, como a las 8hs., Aparecieron tres milicianos por casa, golpeando la puerta estrepitosamente y pidiendo hablar con el jefe de familia. Mi padre se presen-tó a la puerta, donde se vio encañonado por un fusil ametralladora en manos de un mi-liciano petiso que además de este fusil llevaba pistolas en el cinto y varias granadas colgando de su chaqueta. Era todo un arsenal ambulante. Le guardaban la espalda dos milicianos un poco memos armados pero lo suficientemente para imponer respeto.
El petiso, que evidentemente actuaba como jefe de los otros dos, preguntó a mi padre de muy mal talante el porqué habíamos izado una bandera norteamericana en nuestra casa. El diálogo que siguió – lo recuerdo bien- fue el siguiente:
-- Porque todos los que vivimos en esta casa somos de nacionalidad norteamericana, le contestó mi padre.
Esta respuesta dejó un tanto desconcertado al miliciano pero no se inmutó. Siguió in-quiriendo, en tono irónico (como diciendo: ” a mí me vais a engañar con esa”):
-- ¡Pero como vais a ser norteamericano si habláis el español tan bien como yo!
-- Soy de nacionalidad norteamericana -nacido en las Islas Filipinas- como son todos los que viven en esta casa -aclaró mi padre.
-- ¿Y cómo me lo probáis eso? Insistió el miliciano.
-- Le voy a mostrar nuestro pasaporte norteamericano, - contestó mi padre alcanzán-dole el pasaporte.
El miliciano que probablemente no había visto un pasaporte norteamericano en su vida - y quizás ningún otro de otra nacionalidad- lo miraba del revés, del derecho, de cerca, de lejos, abría sus páginas, haciendo como que entendía lo registrado en las mismas, y finalmente reconoció que estaba demasiado desorientado para atreverse a seguir ade-lante con su investigación. Así que le dijo a mi padre, siempre en tono áspero y mal-humoriento:-
_ Todo esto a mí me huele mal. Más tarde volveré con mi jefe a investigar mejor este asunto.

Mi padre, que optimista como siempre, se había sentido seguro y tranquilo bajo la protección de la bandera norteamericana, perdió su natural optimismo, después de la amenaza del próximo regreso de los bien armados milicianos, recordando lo que había ocurrido con los hombres que habitaban las casas vecinas.
Afortunadamente, si bien no había Cónsul americano que nos protegiera cerca, existía, en cambio, un Cónsul inglés que vivía a una cuadra de nuestro chalet.
Hacia él se dirigió mi padre, tan rápido como le alcanzaron las piernas.
El Cónsul le aconsejó que abandonásemos todos la casa antes del anunciado regreso de los milicianos y que tomásemos un “destroyer” inglés, que casualmente, se encontraba en ese momento fondeado cerca del puerto de Zarauz, recogiendo ciudadanos ingleses. Papá aceptó esta propuesta al vuelo. Como a las 9hs. de la mañana, regresó a casa con el anuncio que a las 11hs. pasaba un camión, con guardiamarinas ingleses armados, lis-tos para transportarnos a toda nuestra familia, nuestros baúles y maletas. Tal anun-cio fue como si papá hubiese gritado “sálvese quien pueda”, en cuanto a la elección li-bre de cada uno de las cosas que quería o podía llevarse en las maletas con que contá-bamos. Y aquella casa se convirtió de repente en una película de los tres chiflados, con la diferencia de que ahora éramos 8 los chiflados que actuábamos (mis padres, mis 3 hermanos, las 2 primas y yo).
Me acuerdo sobre todo de una anécdota que nunca se me olvidará. Había yo casi terminado de empacar, en una maleta grande asignada para mi solo, todas mis per-tenencias, cuando me acordé que me faltaba mi raqueta de tenis que la tenía guardada sobre el armario del cuarto donde dormían mis primas. Me dirigí pues al armario co-mo una bala. Encontré la puerta cerrada pero no me molesté en llamar – “la emergen-cia, pensé, no estaba para protocolos”-. Entré rápidamente al cuarto y me dirigí al ar-mario. Como reacción a mi súbita entrada, se oyeron un coro de fuertes gritos femeni-nos cuya resonancia alcanzó hasta varias cuadras a la redonda. Había entrado al cuarto justo en el momento que la mayoría de mis hermanas y primas se estaban mu-dando de vestidos para el inminente viaje y se encontraban en paños menores. Metida la pata no había tampoco tiempo – a mi entender- para sacarla. Insistí en encararme hasta la parte de arriba del armario para encontrar la raqueta – no haciendo caso al continuado griterío de las mujeres ni a sus reproches de que abandónase de inmediato la habitación- con tan mala suerte que se me vino el armario encima, justo en el mo-mento en que encontraba mi raqueta. Las chicas – al darse cuenta que el hacerlo no les servía para nada- dejaron de gritar y vinieron a ayudarme a sostener el armario. Libe-rado yo del peso del mismo, abandoné la habitación con mi raqueta en la mano tan rápi-do como había entrado, dejando a ellas, medio desnudas. Fue la situación menos ga-lante pero más risible de mi vida.
Así embarcamos en el destroyer “H.S Vega” que nos llevó al puerto de San Sebastián, en donde tenía que levantar a un segundo grupo de ciudadanos ingleses.
Luego nos desembarcaron a todos en Saint Jean de Luz, líndisima playa - ya muy conocida por nosotros- a unos 20km. de la frontera española, sobre la costa vas-co-francesa. El “H.S Vega” fue hundido en acción durante la segunda guerra mundial.
El resto del verano –pues llegamos a Saint Jean de Luz los primeros días de agosto- fue muy placentero para nosotros mientras que, para los españoles que habí-an quedado en España, la guerra civil continuaba encarnizada.
Habíamos dejado una parte del suelo español que todavía se decía estar bajo el control del gobierno, pero que de hecho estaba bajo el control de comandos civiles comunistas y anarquistas, como lo demostraron aquel grupo de milicianos que nos habí-an prácticamente corrido de España, pese a nuestra evidente no participación políti-ca en el conflicto.
El gobierno vasco no se había organizado todavía, cuando nosotros dejamos Es-paña, pero no tardaría en hacerlo poco más tarde al grito de: "¡Gora euzkadi askatuta!" (¡Viva el país vasco libre!), Imponiendo orden y control a las acciones violentas de los comunistas y anarquista.
La situación española creó una pequeña guerra civil dentro de nuestra pequeña familia: dejamos de ser neutrales como al principio y pasamos a ser franquistas; mi hermano en cambio simpatizó apasionadamente con el gobierno nacionalista vasco, ali-neado en la guerra civil en un frente común con el gobierno republicano español y en contra del movimiento del General Franco. Tan caldeados se pusieron los ánimos entre mi hermano y mi padre que se dejaron de hablar, por este motivo durante varios años.
En Saint Jean de Luz nos rodeaba un ambiente muy distinto al que entonces reinaba en España: ambiente de placer, comodidad y hasta de lujo. Estábamos allí, aparte de la población local y la veraneante no española, la cuota habitual de vera-neantes españoles aristócratas de Madrid; más los verdaderamente refugiados espa-ñoles que se habían escapado, unos de la España de Franco, otros de la España republi-cana; además de personal diplomático que, en vista del desorden que reinaba en toda España, habían establecido sus delegaciones allí, en vistas a volver tan pronto termina-ra la revolución.
Entre toda esta población se establecieron también tres bandos: los pro - na-cionalistas vascos, los pro - Franco y los pro – republicanos. Bien vigilados por la policía francesa, y corriendo el riesgo de ser internados en un campo de concentración, no se llegó a crear situaciones de violencia, pero sí se discutía y hasta casi se vivía la guerra civil de cerca.
La misma situación imperaba entre el grupo de mis amigos. Al principio formá-bamos un grupo bastante numeroso donde había muchachos de toda condición social y de toda clase de tendencia política: franquistas, republicanos, nacionalistas, aristó-cratas y de clase media. Al principio estas diversas tendencias políticas no nos sepa-raban. Cada uno trataba la situación de España únicamente con los que sabía que eran de la misma tendencia que uno. Pero con el tiempo, los nacionalistas vascos formaron un grupo a parte, así como los franquistas formamos el nuestro.
El gobierno nacionalista vasco organizó sus fuerzas en forma militar y comenzó a oponer resistencia al avance de las tropas de Franco desde Navarra (en su mayoría “requetes carlistas”, es decir monárquicos simpatizantes del aspirante al trono Carlos de Borbón).
El río Bidasoa separa a Francia de España en la parte más oeste de la frontera. Por el sector fronterizo próximo a Saint Jean de Luz, en la desembocadura del río, sobre ambas márgenes, se encuentran las ciudades de Irún , por el lado español, y Hendaya por el lado francés
Cuando el frente de batalla entre la alianza de nacionalistas vascos y republica-nos – socialistas – comunistas – anarquistas, por el lado del gobierno republicano, y la alianza de carlistas – alfonsinistas – falangistas – derechistas por el lado de Franco, se estableció en el Valle del río Bidasoa, nosotros solíamos ir todos los días, por la tarde, en bicicleta a Hendaya. Desde allí, siguiendo la carretera paralela al río y en dirección este, veíamos desde una colina, del lado francés, el avance de las tropas franquistas hacia Irún, lugar muy estratégico, que al gobierno nacionalista vasco mucho interesaba conservar en su poder pues, de otro modo, quedaban cortadas sus comunicaciones con Francia y así aislados del resto de España.
Por lo mismo, la lucha fue dura en todo este valle del Bidasoa que nosotros do-minábamos a simple vista desde una colina.
Había un tren blindado que corría sobre rieles muy próximo al río y paralelo a su curso, que los republicanos utilizaban para frenar el avance de los requetés. La po-sición de este tren nos daba la pauta del avance que habían logrado las tropas de Franco ese día. Al tren lo
Veíamos cada día retirarse más y más hacia Irún. Los requetés avanzaban. Era todo aquello el equivalente a una guerra de guerrillas moderna. Por ambos lados no in-tervenían mas que la infantería y de a pie, pues no disponían de tanques, ni de equipos motorizados, ninguno de los dos bandos. Agazapados como luchaban, de vez en cuan-do distinguíamos las boinas rojas de los requetés y el movimiento de pequeños grupos de milicianos que acudían a cambiar de guardia o a abastecer de municiones al tren blindado. Así apenas se podía distinguir a los hombres en lucha, pero sí se oía el ruido de la intensa balacera proveniente de ametralladoras y fusiles y, de vez en cuando, se oían explosiones de bombas y granadas de mano.
Los republicanos contaban con el fuerte de Guadalupe (detrás de Irún) y desde allí bombardeaban en forma no muy intensa y con poca precisión (con viejos cañones de largo alcance) a las tropas franquistas. Veíamos y oíamos todo eso como en una pelí-cula d e cine a todo color. Contemplábamos el espectáculo con el corazón en la mano por la muerte de ambos grupos de contendientes (por muy franquistas que entonces me sentía ha de confesar que me dolía la muerte de aquellos hombres (vascos en su mayoría) fueran franquistas, nacionalistas o republicanos.
Cuando después de varias semanas, que duró la ofensiva franquista, las huestes de Franco se acercaron a escasos kilómetros de Irún, teníamos la batalla frente a nuestros ojos, a unos pocos centenares de metros. Entonces se volvió muy riesgoso el ocupar la posición en nuestro puesto de observación sobre la colina, pues las balas empezaron a silbar sobre nuestras cabezas. Así que decidimos no ir más y preferimos seguir la batalla por los diarios franceses - desde luego no en forma tan actualizada y fidedigna pero sí mucho más segura.
De la reacción superficial de los veraneantes no españoles, quienes no veían la guerra civil española tan dolorosamente cerca como nosotros, da una idea los siguien-tes episodios que me tocó presenciar. También estos turistas no españoles descubrie-ron los puestos de observación de la lucha, cerca de Hendaya, que constituían por el sector francés las colinas del Valle del Bidasoa. Allí acudían mas y más turistas a disfrutar de la visión que ofrecía, el campo de batalla como quien mira un simple es-pectáculo de cine. Venían en plan de picnic. Había chicas que lucían trajes de baño de dos piezas (como se llamaban entonces a los bikinis) para tomar sol mientras contem-plaban el espectáculo de aquellos hombres que se mataban, a escasos metros de sus ojos. Los dueños de los campos, convertidos así en puestos públicos de observación, a su vez se avivaron comercialmente, los cercaron con alambrados y cobraban la entra-da. Además alquilaban el uso de catalejos de corto y largo alcance, a tantos franco por minuto.
Terminada la guerra un Capitán de requetés a quien tocó luchar por ese sector, me contaba que ellos desde sus trincheras se daban cuenta del ambiente frívolo que reinaba entre aquella caterva de espectadores y que algunos de sus soldados comen-zaron a enervarse y a disparar tiros contra ellos. Que recuerde yo no hubo muertos entre los que veían la guerra civil española del lado francés, pero sí algunos heridos, cuando precisamente el día que nosotros dejamos de ir, un avión de Franco apareció (el primer y único avión que actuó en ese frente) y bombardeo, por error lugares que se encontraban del lado francés, más allá del Bidasoa.
Después de cruenta lucha, Irún fue tomada a los pocos días por los franquistas. Mejor dicho, los franquistas ocuparon Irún, pues la ciudad fue quemada, casi en su to-talidad, por los milicianos comunistas y anarquistas, antes de retirarse, - muchos de ellos escaparon al sector francés, huyendo a nado a través del Bidasoa
.


2. Saint Jean de Luz


Saint Jean de Luz vino a ser un puerto importante para la flota franco – ingle-sa – alemana – yanqui encargada de velar la aplicación el acuerdo entre estas cuatro potencias mundiales de no intervenir en la guerra civil española: el famoso comité de no-intervención.
Importantes unidades navales de esas cuatro potencias fondeaban en St. Jean de Luz y después seguían con sus tareas de vigilar la costa española, impidiendo o haciendo la vista gorda -- según las simpatías de cada potencia – a la introducción de armas y municiones al territorio español. Fue así que conocí de cerca a esas flotas armadas que luego en su mayoría fueron hundidas en la 2da. Guerra Mundial: el “Hood”, el “Royal Oaks”, el “Deutchland”, etc.
De los marineros pertenecientes a estas unidades navales los más disciplinados eran, por lejos los alemanes. Nunca vi a ningún marinero alemán causar el más mínimo problema a la policía francesa. En cambio el extremo opuesto eran los marineros nor-teamericanos: cuando un buque norteamericano fondeaba, la policía de St. Jean de Luz sabía que a la noche iban a tener trabajo de sobra.
Recuerdo que en una ocasión un gendarme francés se atrevió a llamar la aten-ción en el mismo puerto a dos marineros yankis no sé por qué causa, estos marineros agarraron al gendarme y lo echaron al agua, con su casco, fusil y todo. Otra vez, vimos el espectáculo que daban varios marineros yankis tratando de regresar al puerto en un taxi, desde un bar donde habían tomado unas copas de más; como uno de ellos no quería irse todavía, los otros trataron de meterlo en el taxi con su silla y todo, ante la consternación del taximetrista. En otra ocasión, tres marineros yankis empezaron a molestar a unas chicas vascas que estaban en el casino acompañadas por dos mucha-chos vascos amigos míos. Los marineros, pasados también de copas, no hicieron caso a los avisos de mis amigos de que dejasen a las chicas tranquilas. Como consecuencia se armó una fenomenal batahola entre los tres marineros yankis y mis dos amigos vascos dentro del mismo casino, cerca de la ruleta, de suerte que no quedó mesa, silla, bote-lla, ni vasos enteros alrededor de los cinco continentes. Mis dos amigos dieron cuenta de su fortaleza vasca de forma que, pese a estar en inferioridad numérica, aquello terminó en un empate cuando pronto intervinieron los gendarmes. No creo que, des-pués de esta experiencia, les vinieran más ganas a los marinos yanquis de meterse con gente vasca.
En aquel Saint Jean de Luz, sobre la costa cantábrica, en pleno país vasco fran-cés, a unos 20km. de la frontera española, afectado también por la guerra civil espa-ñola - con sus millares de refugiados de ambas facciones en pugna- pasé el resto del año l935, 1936 y parte de l937.
Salvo los veranos, fue aquel el tiempo más miserablemente perdido de mi vida: sin estudios que cursar, sin trabajo que hacer, mi vida - como la de otros jóvenes re-fugiados en mis mismas condiciones- se limitaba a pasearse, a hablar y discutir mucho sobre la guerra civil, a leer ansiosamente los diarios, con la esperanza de encontrar noticias que indicaran una pronta terminación de la cruenta guerra, y a tratar con otros muchachos - más zafados que uno- cuestiones sexuales que mejor las hubiera uno tratado con personas más criteriosas.
Los veranos se pasaban rápidamente, no así el resto de las estaciones. Estas se hacían largas, por las razones explicadas. Un día típico nuestro (no veraniego) transcurría así: levantarse tarde; Salir a pasear por la costanera, donde uno se encon-traba indefectiblemente con el grupo de amigos y/o de amigas; Comer; Siesta; parti-dos de paleta en el trinquete seguidos por varios partidos de mus y luego acostarse. Ocasionalmente, hacíamos picnics o reuniones mixtas en casas de amigas donde se or-ganizaban bailongos - allí aprendí a bailar y allí también fui iniciado en los primeros flirteos con chicas.


3. Londres



Así transcurrió el tiempo hasta el otoño de l937. Tenía yo l7 años recién cumplidos. Mi padre, cansado de verme perder el tiempo, decidió enviarme a Ingla-terra a estudiar inglés y a realizar estudios comerciales.
Como preparación para tal viaje contrató a un viejo profesor de inglés: Mr. Brown; Además de ser un excelente profesor resultó ser una persona muy pintores-ca: Alto, delgado, de aspecto muy distinguido pese a su pobre vestimenta, con pelo y barbita blanca, que había recorrido medio mundo y corrido toda suerte de aventuras, llevado por su naturaleza andariega y bohemia.
En poco tiempo Mr. Brown no solamente me enseñó a entender y chapurrear el inglés, (siguiendo un método ideado por él) sino que además me consiguió una casa eco-nómica para residir, un “boarding-house”, una vez que llegara a Londres.
En unos tres meses con clases diarias de un par de horas, no solamente me transmitió nociones fundamentales de la gramática inglesa sino también un vocabula-rio básico importante. Lo suficiente para poder desenvolverme una vez llegado a Lon-dres.
Elegido el “boarding-house”, donde inicialmente residiría y convenido por carta con la dueña sobre el precio y demás condiciones, estaba todo listo para dejar a mi familia y trasladarme a vivir a Londres.
Con mi llegada a Londres y mi posterior encuentro con la dueña del “boarding-house” en la Estación Victoria, tal como había sido convenido por carta con ella y Mr. Brown, sucedió algo muy cómico. Al viejo romántico y bohemio de Mr. Brown no se le ocurrió mejor cosa, para que la dueña donde iba a parar me reconociera que una vez llegado a dicha estación, llevara puesto en el ojal de mi chaqueta una flor roja, la cual el mismo consiguió (era artificial) y yo guardé en mi maleta, pensando en ponérmela justo al momento de bajar del tren. Pero sucedió que al bajar me olvidé de la flor y además observé consternado que ese día prácticamente todos los hombres en la Es-tación Victoria iban con una flor roja en el ojal, en conmemoración de no sé cuál evento de la 1ra. Guerra mundial. Así que contra los cálculos de Mr. Brown, yo era ese día el único que no llevaba puesta la dichosa flor roja. Igualmente me encontré con la dueña del “boarding-house” - más gracias a la divina providencia que a los arreglos de Mr. Brown.
La pensión, donde me tocó residir durante mis primeros meses en Londres re-sultó más pobre en la realidad de lo que me había imaginado por la correspondencia de la dueña. Mi cuarto era tan pequeño que parecía el camarote de un barco viejo. Si me caía de la coma corría el riesgo de aparecer en el pasillo. Toda la casa era antigua y fría como un témpano. La dueña, una vieja solterona, pequeña y flaca, era maniática hacia su perro y varios gatos, a los cuales cuidaba y mimaba como si fueran todos sus hijos únicos.
Yo no le caía bien. Precisamente porque no le gustaba como yo trataba a su hijo predilecto: el perro. No era que le hiciese yo objeto de malos tratos. Era que simplemente lo trataba como a un perro y para la dueña eso no era suficiente.
Esta situación un tanto desalentadora para un joven que recién se ausentaba de su familia. Se vio en parte compensada por la presencia en la pensión de una jo-ven holandesa con quien hice muy buenas migas.
Esta holandesa ayudaba de mañana a la dueña de la pensión en sus tareas do-mésticas pero las tardes las tenía libres. Así que solíamos salir juntos todas las tar-des y nos divertíamos mucho sana, instructiva y económicamente (ambos disponíamos de recursos muy limitados) visitando museos, plazas y cualquier otro lugar de Lon-dres de entrada gratuita.
Paraba también en la misma pensión un muchacho francés de nuestra misma edad. Este había captado la debilidad de la dueña hacia sus animales y, delante de ella, aparentaba tener toda clase de atenciones y mimos hacia ellos. Pero cuando la dueña de casa salía era otro cantar. Entonces los hacía objeto de toda clase de malos tratos hasta llegar al sadismo.
Una vez estaba la holandesa y yo solos en la sala, cuando sentimos en el jardín, contiguo a la misma, una detonación como de armas de fuego; y a los pocos segundos, los quejidos de nuestro amigo francés. Salimos al jardín no sin cierto temor de mi parte --pues imaginé que algún ladrón habría disparado su arma cuando se encontró con la resistencia del francés. Venía hacia nosotros el francés dando tumbos y con una herida superficial en la frente lo que hizo confirmar mis sospechas. El francés pasó a la sala, se miró al espejo y cuando vio lo superficial que era su herida se puso a reír a carcajadas. Luego nos explicó lo que había pasado: en ausencia de la dueña de casa, había preparado la siguiente celada para su gato que, como de costumbre mero-deaba por el jardín, había prendido un fuego en medio del mismo; luego había cerrado toda escapatoria para el gato menos una ventana chica, debajo de la misma había puesto una palangana de agua hirviendo; su idea era hacer explotar en el fuego, des-de una prudente distancia, un cartucho; con la detonación, esperaba que el gato bus-cara escaparse del jardín por la ventana yendo a caer en la palangana de agua hirvien-do. Pero su plan maquiavélico funcionó de otra manera; tiró el cartucho al fuego desde la distancia, pero no produjo la detonación en forma instantánea, como él esperaba; entonces se acercó al fuego a ver lo que pasaba; observó que el fuego no había llega-do hasta el cartucho pero estaba por llegar en pocos segundos; salió corriendo para poner una buena distancia entre el cartucho que estaba por explotar y él; en la oscu-ridad del jardín no vio una rama de un árbol y pegó su cabeza contra ella; pocos se-gundos después, se encontró con la holandesa y conmigo. El hombre había caído en su propia trampa. El gato, en cambio no cayó en la palangana de agua hirviendo, simple-mente, recurriendo a una de sus siete vidas desapareció de escena; probablemente trepó a un árbol. El francés no se desanimó por el fracaso del plan, siguió inventando otros (como cuando, en otra ausencia de la dueña, obligó a todos los animales de la ca-sa a tomar purga en dosis de caballo, y luego aparecieron sucios todos los pisos de la casa, y la dueña no se explicaba lo que había pasado con sus animales, pues los tenía por bien domesticados) y siguió siendo el huésped favorito de la dueña de la pensión por lo bueno que era con sus animales –en su presencia.
Duré en aquella pensión lo que duró la holandesa. Al regresar ella a Holanda, decidí cambiar de ambiente –dejar a la vieja dueña con su aspecto de bruja, rodeada de sus adorados animales, y buscar otro ambiente menos sombrío. Gracias a una agen-cia que re-ubicaba a estudiantes extranjeros como yo, conseguí lo que quería: un cha-let muy alegre a las afueras de Londres, en condado de kent, en la localidad de Bec-kenham, un barrio residencial muy lindo al estilo de San Isidro en el Gran Buenos Ai-res.
Había yo cursado ese primer año de estadía en Londres un curso especial de inglés para estudiantes extranjeros que abarcaba principalmente gramática, redacción comercial y fonética. Había en esa Academia estudiantes prácticamente de todos los países europeos. Los únicos de habla española éramos un mejicano y yo.
Recuerdo que una vez invité a comer conmigo a la chica más linda de nuestra clase --una sueca muy llamativa y muy solicitada por todos mis otros compañeros. Elegimos una mesa al fondo del restaurante. Entre la mesa donde nos ubicamos y la salida se sentó un hombre de aspecto raro que empezó a hacer gestos extraños como afectado por un ataque de epilepsia. Cuando nosotros habíamos terminado nuestra comida, empezó a embestir su cabeza contra la pared. Evidentemente estaba des-equilibrado. El problema era que teníamos que pasar necesariamente por su lado para salir del restaurante y que le diese por embestirnos a la sueca y a mí. Esta preocupa-ción arruinó mi comida con la linda sueca. Afortunadamente, nada ocurrió. Mientras pasamos por su lado, el tipo siguió entretenido golpeando su cabeza contra la pared y, gracias a Dios, no prestó ninguna atención a nuestro paso.
Terminado el primer año de este curso especial y llegado el verano, dejé Bec-kenham y regresé junto a mi familia en Saint Jean de Luz, sintiéndome mucho más hombre por haber aguantado solo casi un año en una pensión con una dueña hostil hacia mí y maniática hacia los animales y por haber vivido pequeñas aventuras incluso mis relaciones amistosas con la holandesa primero y luego no la sueca.
Terminado el verano, regresé a Beckenham al mismo chalet. Esta pensión es-taba regida por una vieja gorda de origen holandés, (pero radicada desde hacía mucho en Inglaterra) ayudada por su hija, una solterona de cierta edad. Evidentemente, las dos eran venidas a menos económicamente y lo único que conservaban de su antiguo glorioso status era la casa hermosa y bien amueblada, con un lindo jardín. La podían sostener y sostenerse gracias a los estudiantes que albergaban.
En invierno era yo el único pero desde la primavera hasta el otoño, recibían a muchos, principalmente holandeses. La vieja y su hija eran muy pintorescas. Ambas se daban por extremadamente inteligentes, refinadas y cultas y les chocaba mis mo-dales austeros, francos y sencillos de buen vasco. Se pasaban el día tratándome de corregir con comentarios irónicos y sarcásticos en cuya producción eran ambas maes-tras. Por otra parte, se elogiaban una a la otra hasta el cansancio, y criticaban siste-máticamente a todos los demás. Evidentemente habían sufrido mucho y estaban un tanto amargadas. Por lo demás, eran personas muy interesantes. En críticas hacia mí en particular y hacia el mundo que las rodeaba en general e pasaban toda la conversa-ción de mesa y sobremesa. Después me invitaban a jugar al Bridge, juego que ellas mismas me enseñaron y que, como todo lo demás, se las daban de hacerlo muy bien. Y ¡ay! de que yo cometiese algún error. Se venían las dos encima con sus críticas mordaces. Como una vez que, delante de una visita me equivoqué:
_ Fernando no entiende bien el juego todavía, dijo la visita.
_ Fernando no entenderá nunca nada punto, remató la vieja.
Como de noche la vieja no podía dormir hasta muy tarde, me agarraba a mí para que la entretuviera con algún juego de cartas, damas o ajedrez y no aceptaba excu-sas para retirarme a dormir a una hora razonable aún cuando daba la excusa verda-dera que tenía que levantarme temprano para ir a clase, sino que insistía en que si-guiera jugando con ella. Cuando, ya adormecido, decidía terminar de cualquier modo con aquellas interminables partidas, comentaba ella sarcásticamente:
_ Ah, el niñito tiene que acostarse temprano. Tomése su lechita y váyase a la camita.
La misma escena se repetía casi todas las noches.
Aquel año me incorporé yo a un Colegio Comercial en Bromley, cerca de Beckenham, donde empecé a prepararme, en compañía de estudiantes ingleses, para el ingreso al “London School of Economics”, equivalente a nuestra Facultad de Ciencias Económi-cas. En este Colegio me fue muy bien en cuanto a mejorar mi inglés, tanto hablado como escrito, pero me resultaba difícil mantener el estándar requerido, en materia de gramática y redacción inglesa, para presentarme a dicho examen de ingreso, pues no hacían ninguna concesión por ser extranjero, exigiéndome tanto en esas materias como se les exigía a los estudiantes ingleses. Eso representaba un serio escollo para mí.
Hasta la primavera seguía siendo yo el único huésped en aquella pensión. En la primavera vinieron a residir allí un muchacho holandés, otro noruego y dos chicas holandesas. Yo me hice amigo especialmente de la holandesa más joven, Tineke, una muchacha no muy linda pero muy simpática y dinámica, de padre judío y madre cristia-na.
Al iniciarse el verano, Tineke, me invitó a regresar con ella y pasar varias sema-nas con su familia en su casa de campo en Holanda, coincidiendo este viaje con mi re-greso a Saint Jean de Luz. Después de pasar varias semanas en la casa de Tineke, acepté otra invitación similar proveniente de la holandesa que había conocido en la primera pensión y así pasé unos 10 días muy agradables con otra familia holandesa en Bilthoven.
Después del verano de l938, volví a la misma pensión en Beckenham. El ritmo de huéspedes en la pensión seguía siendo el mismo: solamente yo en invierno, como foco exclusivo de atención de la vieja y la hija madura; en primavera, en cambio se llenaba la casa con estudiantes en su mayoría provenientes de Holanda.
Por aquel tiempo hacía yo buenas migas con una estudiante de mi Colegio, aun-que de distinta clase, una tal Elke de origen alemán pero criada en Inglaterra. Era una chica de l7 años encantadora: Alta, rubia, con figura de modelo y muy atractiva de cara. Yo representaba para ella el primer muchacho con quien salía, el primer “boy-friend”. Era tan linda exterior como interiormente, pues era: Pura, ingenua, sencilla, sin ningún artificio. Yo la llamaba “ink-spots” porque todos sus cuadernos de clase ve-nían llenos de borrones de tinta.
Una noche que regresábamos a las 2 de la mañana de un baile de etiqueta, acompañados de su padre que la había ido a buscar en su coche, ella le pidió permiso para que yo pernoctara en su casa, ya que resultaba difícil regresar a la mía a esa hora. El padre accedió. Elke me hizo la cama y a la mañana siguiente me preparó el desayuno. En esta ocasión, como en todas las demás, nuestras relaciones fueron lim-pias, puras. Por eso tengo tan buen recuerdo de ellas.
De repente, Elke tuvo necesidad de regresar con su familia a Alemania pues, al parecer, la vida en Londres estaba resultando difícil para su padre por ser alemán, dadas la relaciones tirantes entre Hitler y el gobierno inglés. Así me despedí de ella y no la volvía a ver, aunque mantuve correspondencia con ella hasta bien entrada la Se-gunda Guerra Mundial.
Al poco de salir Elke de Inglaterra, empecé a verme con mucha frecuencia con Clara, una chica escocesa que me llevaba unos 4 años, pelirroja, muy inteligente y cul-ta. La había conocido el año anterior en un Club de tenis, cerca de la casa donde pa-raba yo, y habíamos salido antes en grupos de muchachos y muchachas. Pero recién ese invierno, después que Elke me dejara “viudo”, empece a salir con Clara.
Tenía una familia muy hospitalaria y a menudo me invitaban a comer o cenar en su casa los Sábados y Domingos. Clara disponía libremente del coche de su padre, ya que él no manejaba, así que salíamos a menudo en coche los dos por todos los rumbos de Londres y sus alrededores. Clara trabajaba en una organización de asistencia so-cial para niños del Municipio de Londres, donde tenía un puesto importante para su edad. Era de ideas socialistas y agnósticas por lo que teníamos muchas discusiones sobre temas políticos (yo seguía siendo franquista) y católico (pero más por tradición que por convicción). Salvo en estos tópicos nos entendíamos muy bien en todo.
Llegada la primavera, los Sábados y Domingos nos veíamos casi siempre en el Club de tenis. Si el tiempo era bueno jugábamos al tenis; cuando era malo, jugábamos ping-pong o al Badmington. Por aquel tiempo se organizó un campamento de tenis en el mismo club, en el cual yo tomé parte en la categoría juvenil. Llegue a las finales en dicha categoría teniendo que competir contra el hermano de Clara, Angus. A Angus le ganaba yo con facilidad en los partidos amistosos que solíamos jugar, pero al tener que enfrentarle frente a público y jugando la final de dicho campeonato fue harina de otro costal. La flema inglesa ganó contra la furia nerviosa española.
En los primeros días de junio de 1939, estaba en una fiesta en la casa de Clara, cuando oímos por radio por boca de Chemberlain, primer ministro inglés, una alocu-ción decretando la movilización militar de los jóvenes ingleses como primer medida de alerta respecto de la guerra que se veía venir contra la Alemania de Hitler. La medida afectaba al hermano de Clara, con cierto dolor de corazón, pues sospechaba que no lo volvería a ver.
Me encontraba en Saint Jean de Luz en los primeros días de Setiembre de 1939, jugando un reñido partido de volley-ball en la playa (franceses contra extranje-ros) cuando alguien cayó con la noticia de que los alemanes habían invadido Polonia y Francia con Inglaterra habían declarado la guerra contra Alemania. Los jóvenes franceses que jugaban en el equipo contrario se pusieron pálidos. Todos se desbanda-ron. Así terminó el partido --empezando para ellos el partido mucho más serio de ha-cer la guerra contra Alemania. Para mí empezó una nueva etapa de mi vida pues por esta circunstancia mi padre decidió transladarnos con toda la familia (menos mi hermano que se encontraba estudiando en U.S.A) a la España de Franco, donde la gue-rra civil había terminado.


4.Regreso a España



Nuestra entrada a España significó el primer escalón en una gradual desilusión res-pecto a lo que el “glorioso movimiento nacional de Franco” o aquella “Santa Cruzada en defensa de la Cristiandad” verdaderamente representaba. Posteriormente, indagando aún en fuentes franquistas me fui desengañando aún más en el sentido de que aquel movimiento ni era tan glorioso, ni tan cristiano como lo habíamos creído.
Nuestra primera desilusión la sufrimos en la propia frontera franco - española de Irún - Hendaya, al momento de entrar en España. Veníamos con nuestro pasaporte norteamericano, visado en Bayona por el Cónsul de Franco, y al tener que mostrarlo a las autoridades de inmigración sucedió nuestro primer encontronazo. Venía mi padre con una valija en una mano, un portafolio en la otra y su sombrero puesto. Entró así a la oficina de inmigración y fue recibido con ladridos de parte de un oficial del ejército de Franco que le reprochó agriamente el hecho de que papá no se había descubierto al entrar en la oficina. Los modales de este petimetre de oficial no tenían nada que en-vidiar a los de aquel miliciano comunista que nos había corrido de Zarauz en nombre del Gobierno de la República española --así empecé a tomar conocimiento de cómo los extremos, que habían provocado la hecatombe de la guerra civil española, se tocaban.
Desde luego que un hecho aislado así no da para juzgar a todo un movimiento revolucionario. Ese fue sólo un episodio. Siguieron otros que me abrieron más los ojos, como el enterarme de padres de mis compañeros de colegio que estaban en cárceles por el “crimen” de ser nacionalistas vascos; Los 11 curas vascos fusilados por el mismo crimen por el caudillo defensor del catolicismo en España; las cárceles y campos de concentración repletos donde sufrían castigos y penas interminables los ex- soldados del ejército nacionalistas vasco; y el episodio que me contó un jesuita que ejercía de Capellán en la cárcel de Victoria. Una noche se despertó en su cuarto de la cárcel al oír una serie de disparos. Se extrañó pues esa noche no había sido él informado ofi-cialmente de que hubiese ningún fusilamiento procesal. Bajó al patio de la cárcel y en-contró a varios oficiales de Franco que con sus pistolas, ejercitaban puntería con las cabezas de un grupo de presos... ¿Qué diferencia había entre estas atrocidades y las que indudablemente cometieron los “rojos”? Solo una que asombra: las atrocidades ba-jo el régimen franquista se cometieron “en defensa de la cristiandad”. Y otro dato para la historia: el país vasco fue la única región en toda España --una vez que se or-ganizó el Gobierno Vasco—donde no se cometieron semejantes atrocidades. Es más: bajo el régimen del Gobierno nacionalista vasco, soldados vascos murieron defendien-do un barco lleno de presos franquistas, cuando comandos comunistas y anarquistas, en represalia por el bombardeo de Bilbao por aviones alemanes al servicio de Franco, acudieron para liquidar a todos los presos, intentona que fue frustrada por el valor y decisión de un grupo de soldados vascos.

Llegamos a San Sebastián donde nos instalamos, primero en un hotel, y luego alquilamos un apartamento. La vida en San Sebastián era un contraste entre la esca-sez que allí reinaba en materia de comida, ropa, etc. (consecuencia de la guerra civil), y la abundancia de Francia.
Yo me dispuse a continuar mis estudios truncados, primero en esa misma ciu-dad por la guerra civil; luego en Inglaterra por la segunda guerra mundial.
En los dos años escasos que permanecí en España, hice unos cursos intensivos que me permitieron recibirme de Perito Mercantil y luego terminar el primer año de profesorado mercantil.
Mi vida en San Sebastián era por lo demás placentera. Me reencontré y re-avivé la amistad con antiguos compañeros del Colegio Marianista de Aldapeta y me hice una serie de amigas y amigos nuevos.
Me chocaba que todavía, después de la sangrienta guerra civil, se notase pro-fundamente la separación de las clases sociales que España desde tiempos de la mo-narquía: la clase aristocrática, con sus aires de falsa grandeza, por un lado; la clase pudiente, por otro; y luego venían la clase media y la llamada “baja”. Así pude notar que amistades que yo había hecho en un lugar de baile considerado pituco como era el Club de Tenis me miraban con malos ojos, o me negaban el saludo, cuando me veían acompañado de mis compañeros de estudio de la Escuela Profesional de Comercio, pertenecientes casi todos a la clase media o baja. Era algo inexplicable para mí, cria-do en un ambiente democrático, nada clasista, como era mi ambiente familiar, pues nos había tocado tratar en la vida con personas de todo nivel y condición social.
Pese a que en San Sebastián llevaba una vida social bastante intensa y salía a menudo con chicas, mi amistad muy especial hacia Clara en Inglaterra no había dismi-nuido en intensidad sino al contrario aumentado. Nos escribíamos casi todos los días y nuestras relaciones de amistad habían pasado a un nivel prácticamente de noviazgo, pese a la distancia, el tiempo transcurrido y la guerra que destruía toda esperanza de vernos en un futuro cercano. La correspondencia con Clara me resultaba además muy interesante por tenerme al corriente del desarrollo de la guerra en Londres, la campa-ña militar de su hermano, convertido en suboficial del ejército inglés, etc.
En aquellos días en la frontera franco – española, del lado español, me tocó ver la ocupación alemana del territorio francés. Desde Irún vi como las fuerzas alema-nas remplazaban a las francesas en la custodia del puente internacional y luego cruza-ban por él para confraternizar con los soldados y oficiales de Franco. Los soldados de Hitler hacían tremendo contraste con los soldados de Franco. Los alemanes que ocuparon la frontera de Hendaya, parecían fuerzas de reserva que no habían tomado parte en los combates en Francia, pues venían con los uniformes inmaculados, las bo-tas, los cinturones, cascos y fusiles brillantes –altos, fuertes, rebosaban salud, forta-leza y brillo militar. En cambio, los soldados de Franco (de origen castellano) eran petisos, mal uniformados, algunos en alpargatas, mal armados.
Tuve oportunidad de apreciar lo obsesionados que estaban los soldados alema-nes con su disciplina militar y con su guerra: un soldado alemán lo primero que hizo al llegar junto a un grupo de soldados españoles fue pedirle prestado el fusil, después se puso a hacer una exhibición de lo bien que manejaba el arma --se daba en voz alta ór-denes en alemán que él mismo las cumplía rápidamente y con gran precisión de movi-mientos, ante los boquiabiertos soldados españoles. Allí salió a relucir la sorna caste-llana, pues el español al recuperar su arma, se puso a parodiar al soldado alemán --sin que los alemanes se dieran cuenta-- dándose también seudo órdenes en voz alta, acompañadas de movimientos del fusil. Las órdenes que se daba eran como las si-guientes:
_ ¡Hijos de la gran puta! -gritaba y cambiaba de posición el fusil.
Y acto seguido continuaba vociferando:
_ ¡Váyanse a la mismísima mierda! -y cambiaba de nuevo la posición del fusil.
Todo ante la chacota de los soldados españoles, que se reían del teatro cómico realizado por su camarada, y ante el asombro de los soldados alemanes, que no sabían interpretar las carcajadas de los españoles, frente a lo que ellos creían eran unos ejercicios serios de fusil.
Después de este episodio, continué viendo a los soldados alemanes de licencia por las calles y avenidas de San Sebastián bien disciplinados, en grupos compactos, marcando el paso militar (pese a que estaban de licencia), cantando himnos de guerra alemanes. No había duda que habían sido bien entrenados por Hitler como robots gue-rreros y no sabían nada fuera del ámbito militar.
Poco después, se notó que a Hitler le interesaba envolver a España en la gue-rra, del lado de las potencias del eje, contra Inglaterra a fin de arrebatarle el peñón de Gibraltar y así bloquear el paso de los buques ingleses por el estrecho del mismo nombre. Por aquel entonces, tuvieron lugar las famosas conversaciones de Hitler con Franco en Hendaya, para arreglar la cuestión de la entrada en la guerra de España del lado de las potencias del eje. Parece ser que Franco actuó con su astucia gallega y, - como gran torero que es- hizo tantos pases de muleta a Hitler que a este le vino un ataque de histerismo y pronunció su famoso comentario de que prefería le sacasen una muela antes de tener otra conversación con Franco. La cuestión es que Franco evitó así la entrada de España en la guerra mundial, lo cual le hubiera representado desastre sobre desastre.
En aquellos días me tocó casualmente codearme con uno de los personajes cen-trales de aquel drama. La víspera del encuentro entre los dos dictadores en Henda-ya, iba yo caminando por la principal avenida de San Sebastián cuando me sentí foco de atención de todos los transeúntes que por allí pasaban. Pronto me di cuenta que las miradas no estaban concentradas en mí sino en un hombre delgado, bajo, de pelo gris, que caminaba en ese momento a mi lado: era Serrano Suñer el “cuñadísimo” del gene-ralísimo que ejercía entonces las funciones de Ministro de Relaciones Exteriores. Casualmente había yo franqueado la barrera de guardaespaldas que lo circundaba. Cuando me di cuenta de la situación, salí del círculo de guardaespaldas más aprisa de lo que había entrado.



CAPITULO III: “ El LLAMADO”





“Dijo Dios a Abraham: sal de tu tierra y de tu parentela... al país que yo te mostraré. Pues de ti haré una nación grande y te bendeci-ré...” (Génesis 12,1-2)


1. Partida de España. Y llegada al Uruguay: (Montevideo l941 al 1946)

Por aquel tiempo también mi padre recibió un cable de su hermano -el que diri-gía la empresa familiar en las Filipinas- en el que éste manifestaba su preocupación de que siguiésemos en España cuando a él le parecía que España esta por entrar en la guerra y que quedaría por ello cortadas las rentas que percibíamos de Filipinas. Mi padre, que siempre seguía los consejos de su hermano a quien mucho admiraba, tomó enseguida la decisión de abandonar España. El problema era a donde dirigirnos. Mi hermana menor estaba por casarse con el hijo del Cónsul uruguayo en Burdeos, Fran-cia, y solo esperaba a terminar su carrera de abogado en la Universidad de Valladolid. Él nos persuadió de que nos fuésemos al Uruguay y allí esperásemos unos pocos meses hasta que terminara su carrera. Y así fue que mi padre decidió tomar el primer barco disponible rumbo al Uruguay. Medida providencial ésta pues, de no haber ido al Uru-guay, hubiésemos caído en medio de nuestra tercer guerra --la de Japón en las Fili-pinas.
Llegamos a Montevideo, Uruguay, en agosto de l94l. Nos instalamos primero en un hotel céntrico y luego en una pensión de la Avenida Brasil, a unas 8 cuadras de la Rambla. Yo traté de continuar mis estudios económicos-comerciales, pero tropecé con la dificultad de que no me reconocían las materias cursadas en España y así tenía que hacer todo de nuevo.
En Montevideo me fui relacionando con alguna gente, por medio de parientes de mi futuro cuñado. Así, entre trámites en la Facultad de Ciencias Económicas, un poco de sociabilidad, y escribir cartas a Clara, se me pasó el tiempo hasta que llegó el 7 de diciembre de l94l, fecha de Pearl Harbour, o sea el imprevisto ataque japonés contra la flota norteamericana del Pacífico, fondeada en este puerto de Hawai, seguido por el ataque japonés contra las Filipinas. Quedamos así cortados de nuestras remesas de fondos desde las Filipinas, es decir sin recursos para seguir sosteniéndonos económi-camente en Montevideo.
Decidí entonces acudir a la Embajada Norteamericana en Montevideo para averiguar si tenía que presentarme para hacer el servicio militar en Norteamérica y, caso negativo, para averiguar también si sabían ellos de alguna posibilidad de empleo para mí.
Mr. Meminger, el oficial administrativo de la Embajada que me atendió, me con-testó que por el momento no tenía obligación de incorporarme al ejército norteameri-cano y que había posibilidades de trabajo par mi en la misma Embajada, cuyo personal estaba en expansión debido al esfuerzo de la guerra. Me sugirió que ofreciera mis servicios por carta y que diera mis referencias, tanto en cuanto a capacidad como en cuanto a ideas políticas. Todo contento regresé a casa con la perspectiva tanto de no tener que ir a la guerra, como la de poder trabajar en la embajada, pues con la caída de Filipinas en manos japonesas escasamente contábamos con recursos para ir tirando un mes más.
De inmediato escribí una carta solicitando empleo y dando mis referencias polí-ticas al alto Comisionado de las Filipinas en Washington (un conocido de mi familia en las Filipinas) y a su Asistente Legal (un primo mío filipino). A pesar de estas referen-cias, pasó más de un mes -de angustia por nuestra parte- antes de que mi solicitud fuera aceptada, pues por mi estadía y estudios en España sospecharon tuviera alguna simpatía con el régimen de Franco y anduvieron muy precavidos en aceptar mis refe-rencias políticas.
Después de tanta expectación, entré por fin a trabajar en la Sección Económi-ca de la Embajada Americana, como auxiliar del Jefe, quien fue también el que organi-zó y desarrolló la sección, de tres personas que éramos al principio (el jefe, su se-cretaria y yo) a más de 50.
Fue este el jefe más difícil de contentar que jamás tuve. A la larga esto fue una bendición para mí, pues representó de entrada, en mi primer empleo, un excelente entrenamiento. Después de él me parecieron fáciles todos los otros que posterior-mente tuve.
Este trabajo nos vino de perillas pues ya estábamos hasta el cuello de deudas y compromisos. Cuando por fin cobré el primer sueldo tuve una de las mayores satisfac-ciones de mi vida. Se acercaba el fin del mes de Febrero de 1942 y mi madre me asediaba todos los días con la pregunta de sí había cobrado mi sueldo, pues precisa-ban plata de urgencia. ¡Por fin cobré! ¡Y cuanto! Yo contaba solamente con el sueldo mensual que era alrededor de l50 dólares, pero resulta que cobré otro tanto por ho-ras extras y otro tanto por beneficios diplomáticos en concepto de alquiler de casa, gastos de representación etc. En total cerca de los 500 dólares que convertidos en pesos uruguayos representaban para mí toda una fortuna. ¡Nunca había tenido tan-ta plata junta en mis manos!. Llegué loco de contento a casa con mis bolsillos forra-dos de pesos uruguayos y encontré a mi madre y a mi hermana en la pequeña habita-ción de ésta. Mi madre me preguntó de inmediato si había cobrado. Yo no le con-testé. Empecé a sacar billetes de mis bolsillos y tirarlos al aire desparramándolos por toda la habitación, mientras gritaba como loco:
_ ¡Sí, aquí tienes tu plata, tómala, es toda tuya, yo para que la quiero, plata y más plata, que asco de plata!.
Mi madre asustada no podía creer lo que veían sus ojos, después de semanas de penurias, se encontraba con un montón de plata desparramada por toda la habitación -mucho más de lo que ella también había soñado.
A partir de ese momento dejamos de pasar apremios económicos. Al contra-rio, con lo que yo ganaba y con mis sucesivos aumentos pude mantener desahogada-mente a mis padres y a mi hermana y hasta ahorrar dinero para casarme.
Fue este mi primer empleo una verdadera bendición de Dios, pues, además de los beneficios económicos que representó para mí, fue un excelente entrenamiento donde no solamente pude utilizar los conocimientos adquiridos con mis estudios sino que tuve excelentes oportunidades para desarrollarlos al máximo.
De auxiliar del Jefe de Sección pasé con el tiempo a ayudante del Oficial de Escritorio encargado de autorizar las importaciones al Uruguay (de los E.E.U.U.) de productos químicos y farmacéuticos de importancia estratégica; y, posteriormente, estuve yo mismo a cargo de la oficina controladora de las importaciones de dichos productos. Esto suponía que, además, de dicho control, enviaba informes con mi firma de las necesidades mínimas del país de los mismos productos farmacéuticos de impor-tancia estratégica para la guerra.
Además el hecho de trabajar en la Embajada Americana me brindó oportunida-des para entrar en los círculos de la alta sociedad uruguaya y conocer chicas de buena posición social dentro y fuera de la Embajada.
En verdad llevaba una vida social bastante intensa, dentro de lo que las exigen-cias de mi trabajo me permitían. Con el tiempo me fui dando cuenta como esa intensa vida social no me satisfacía, como toda ella no era más que “vanidad de vanidades y to-da vanidad”.
Por aquel tiempo conocí casualmente a Juanito Tejería un vasco típico de quien me hice entrañable amigo. Una era la primera impresión que causaba como hombre rudo, hosco, precavido, de pocas palabras, palurdo, y otra el corazón de aldeano vasco. Aunque acababa de heredar en Uruguay una fortuna, Juanito se manifestaba la principio como persona mirada. Esta actitud le duraba mientras se hacía la compo-sición del lugar como era uno. Una vez que uno conseguía ganar su confianza, Juanito era extremadamente generoso. Nunca tuve un amigo con quien mejor me entendiese en cuestiones de plata. Con el tiempo, llegamos a disponer indistintamente de su car-tera o de la mía para pagar nuestras farras y compromisos sociales, rivalizando entre los dos a ver quien pagaba más. Como se encontraba solo en Montevideo, una vez que nos hicimos buenos amigos le ofrecí que se viniera a vivir con nosotros a casa, lo cual aceptó con mucho gusto.
Pronto se adaptó a la familia como un miembro más. Yo lo llegué a querer como un hermano. Por eso me dolió y desconcertó tanto su súbito fallecimiento.
Habíamos ido juntos en una excursión al Balneario de Atlántida, cerca de Montevideo. Allí, a falta de agua mejor, bebimos agua de pozo. A mí me produjo des-composturas; a Juanito el tifus. De naturaleza muy robusta, siempre pensé que sobreviviría la enfermedad pero ésta fue más fuerte que él y falleció en cuestión de semanas después de haberla contraído. Mi dolor y desazón fueron grandes. El Club Vasco Euskal-Erría de Montevideo, me pidió escribiese unas líneas en su memoria para publicarlas en su revista mensual. Así lo hice y así vieron la luz mis primeras lí-neas impresas. Lo que entonces publiqué fue lo siguiente:

EN MEMORIA DE JUAN B. TEJERIA, FALLECIDO EN MONTEVIDEO, EL 24 DE ABRIL DE 1944, A LOS 29 AÑOS DE EDAD:

”... Nos dejas Juanito. Consuelo a tu prematura e inesperada partida lo encontra-mos en el campo de nuestra fe cristiana: te fuiste a vivir en un mundo mejor... Este pen-samiento nos reconforta momentáneamente... Mas para tus amigos egoístas que dejaste atrás resulta difícil conformarse con este argumento. Extrañamos ya demasiado tu compa-ñía y todo lo que a ella iba unido: tus atenciones y favores; las innumerables delicadezas de tu noble y sencillo corazón de buen vasco --dispuesto siempre a actuar en beneficio de los demás en esa forma tan característica tuya, tan genuinamente vasca, reservadamente, sin palabras ni ruidos, “sin dar importancia”. Las pruebas de tu verdadera y generosa amistad nos las diste con exceso, en el no muy largo tiempo en que te tratamos. Y éste es otro motivo de pesar que nos dejaste: no te podemos más retribuírtelas... en forma tangi-ble... en esta vida... Quedamos eternamente deudores para contigo...
Por eso, el consuelo más fuerte lo hallamos en el campo de nuestra esperanza cris-tiana. Te volveremos a ver. Volveremos a estar juntos. Volveremos a sentir de cerca la amistad cálida, franca y generosa que siempre nos brindaste en esta vida. Cuando venga ese tiempo, esperamos nosotros también estar mejor capacitados para apreciarla y disfru-tarla con mayor plenitud...
Por eso ahora como entonces, cuando desde tu postrero lecho en el sanatorio te despediste de nosotros, nos duele oírte decir: “Adiós”. Por todo eso, entonces como aho-ra, preferimos contestarte: “¡Hasta la vista, Juanito!”.



2. Mi Vida Espiritual

Mi vida espiritual tiene dos etapas: antes de conocer al Padre Antonio; y des-pués de conocerlo. Al Padre Antonio Van Rixtel lo conocí en una forma muy circuns-tancial.
Ben Sowel, colega mío norteamericano en la Embajada e hijo de un pastor pro-testante Bautista, era muy militante dentro de su Iglesia.
Solíamos comer juntos en la misma Embajada (unos simples sándwichs) y me propuso aprovechar este tiempo para estudiar los Evangelios juntos. Acepté –más por curiosidad que por verdadero interés—pues nunca antes había leído los Evangelios, fuera de los textos de las misas dominicales. Ben aprovechaba cada texto de los Evangelios que leíamos para imbuirme de su doctrina Bautista en contraposición con la doctrina Católica.
Yo que seguía siendo católico más por tradición que por convicción, trataba de argumentar a favor de la doctrina católica, pero él me embarullaba con sus mejores conocimientos bíblicos. Hasta que me di cuenta que estaba haciendo un papelón, por lo endeble de mi defensa. Cansado de esta posición intelectual incómoda y, como nunca había rehuido de una buena polémica, decidí obtener refuerzos de la mejor fuente a mi alcance.
Aproveché una noche que estaba bailando con una chica de la Acción Católica para preguntarle si conocía a algún sacerdote bien versado en la Biblia. Me contestó que casualmente había conocido a uno que la estudiaba y enseñaba noche y día: un sa-cerdote holandés que actuaba de director espiritual de un Hogar Estudiantil Católico. Allí encaminé mis pasos llevando conmigo los argumentos bíblicos de Ben --escritos por él mismo en una hoja—contra algunas importantes doctrinas católicas.
Así conocí al Padre Antonio Van Rixtel. Leyó atentamente la hoja de Ben y en ella misma, con pocas palabras y a vuelo de pluma, destruyó sus argumentos recurrien-do también a la Biblia. Nunca había conocido antes a ningún sacerdote católico que manejara con tanta facilidad y erudición la Biblia. Contestada mi consulta, el P. Anto-nio me invitó a que asistiera a un Círculo de Estudios Bíblicos que él había organizado, con reuniones semanales para jóvenes, en dicho hogar estudiantil.
Pese a que yo entonces estaba en otra onda --más en la onda mundana de reu-niones y bailes de sociedad-- decidí asistir al Círculo atraído más que nada por la cu-riosidad y por la personalidad del P. Antonio.
Después de asistir a la primera reunión, no dejé de asistir a las que siguieron. El resultado fue una verdadera revolución en mi vida: una verdadera conversión a un Catolicismo más dinámico, centrado en la persona de Cristo y basado en el conocimien-to personal, directo y fresco de las Escrituras --camino que maravillosamente me abrió el Padre Antonio con su amplia formación y amor hacia la Biblia y con su buena dosis de santidad.
Como les ha pasado a todos los profetas y santos, el P. Antonio no fue com-prendido y fue objeto de persecución por parte del alto clero de Montevideo, quienes no entendían su predicación bíblica que se adelantaba más de 20 años a lo que luego nos enseñó el 2do Concilio Ecuménico. Ya desde l943, el P. Antonio hacía énfasis en:
1) El Cristo centrismo en la Liturgia y en la piedad ordinaria.
2) La primacía de la caridad sobre una moral leguleya.
3) El acercamiento a la Biblia.
4) La muy olvidada virtud de la esperanza en la segunda venida
Cristo.
5) La falta de base de un triunfalismo no – escatológico
predominante entonces entre los católicos (clero y laicos)
informados.
6) El interés por el sentido y desenlace de la historia, vista a la
luz de la revelación bíblica (especialmente las profecías no cumplidas todavía).
7) El sacerdocio común del laico.
8) La misa y los sacramentos en lengua vernácula.
9) La comunión en las dos especies.
10) El Ecumenismo (alentaba a que tuviésemos reuniones con protestan-tes en donde hacíamos oración y meditábamos la Biblia en común).
Todo ello se refleja en la correspondencia que incluyo en este libro, empezan-do por la primera carta que recibí del P. Antonio en su primer exilio en Tafi Viejo (Prov. de Tucumán, Argentina):



Buenos Aires, 2/l2/43

Mi muy querido Fernando:

Tu carta me ha causado muchísima alegría. Doy
gracias a Dios Padre “firmemente convencido de que, quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el día de Cristo Jesús” (Filipenses l,6).
Deseo sinceramente que Jesús pronto nos una de nuevo, para que podamos seguir las reuniones Bíblicas que nos hacer crecer en la fe y nos comuni-can tanto gozo. Por de pronto es muy seguro que tu constante meditación y contem-plación de las maravillas del Amor divino, mediante la lectura diaria de la Biblia, dará muchísimo fruto. Porque no es posible pensar que el Padre Celestial te dará piedras si tu pides, con humildad y hambre, el verdadero pan. Estáte seguro que el Padre te ama con un amor infinito. Vive en constante unión con Jesús.
Tan pronto como empezamos con nuestras reuniones bíblicas, el Padre ha venido a probar nuestra fe. Esta prueba es el signo de su amor. Caminemos en unión del Espíritu con gran rectitud de corazón, alimentándonos constantemente con la Palabra que es el vehículo de Luz y Amor, que conduce a la plenitud de la ver-dadera Vida. Comulga las veces que puedas --si es posible todos los días.
Pensando también en las señoritas deseo poder pronto conti-nuar con nuestras reuniones. Para ello pido que Jesús me prepare pronto un pequeño rincón escondido en Montevideo, donde podamos seguir reuniéndonos para crecer en el conocimiento del misterio de su Amor inmenso --hasta que todos tengamos el corazón conquistado por su Amor. Pero pienso que Él lo sabe todo mejor, confesando que soy un instrumento inútil, que Jesús no me precisa para realizar sus maravillas. Así, aun-que tengo el deseo de que El se digne de usarse de mí, procuro desear el cumplimiento, ante todo, de su santa voluntad. Por lo demás, no hay nadie que me impida ofrecer constantemente en Él, con Él y por Él, al Padre, suplicando sin cesar, sus mayores ben-diciones para ti, para los otros jóvenes amigos y para las señoritas.
Estoy esperando que Jesús me prepare el camino para volver a Montevideo. Él puede cambiar mis actuales adversarios en amigos y unirnos a todos en la misma Iglesia y continuar este Movimiento Bíblico que –seguramente por obra de su poderosa gracia—empezó a crecer entre nosotros. De cualquier modo estoy muy se-guro que Jesús te dará, tanto a ti como a los demás, la ayuda necesaria para poder adelantar en el conocimiento del Amor divino.
Te mando cariñosos saludos para tu hermana y las otras señori-tas, para todos y todas. A todos les suplico de confiar en Jesús y de andar confiada-mente hacia Él, ya que El no rechaza a nadie que venga a Él con rectitud de corazón En el poder de su sacerdocio os bendigo a todos. Tu hermano en Cristo
Don Antonio
Inexplicablemente --para todos y hasta para mí mismo-- me empezó a intere-sar menos y menos mi vida social y más y más mi vida espiritual. Mi propia familia es-taba extrañada con el cambio. Ellos consideraban un cambio para peor, mientras que yo disfrutaba de una paz, satisfacción y alegría interior como no lo había sentido nun-ca. La vida tenía mucho más sentido para mí con Cristo y a la luz de sus Escrituras.


3. Mi Vida sentimental


Mientras tanto seguía carteándome con Clara y, conforme el tiempo pasaba, más serias y más factibles parecían mis intenciones de casarme con ella. La exhorte varias veces a que dejara Londres y se viniera a Montevideo a casarse conmigo pero ella in-sistía que teníamos que esperar a que terminara la guerra, pues para ella, dejar Ingla-terra y a su familia en medio del “blitzkrieg” alemán, representaba una vergonzosa deserción. Tal era su sentido de lealtad hacia su familia y hacia su patria.
En una de sus últimas cartas me contaba que había conocido en un Hospital de ni-ños que ella administraba a un médico que se parecía mucho a mí: “muy desconcertante esta situación” --comentaba ella. Después dejó de escribirme en un lapso mayor que el acostumbrado. Luego recibí una carta “agradeciendo tu larga y buena amistad” y anunciándome que iba a terminar con nuestra correspondencia, pues había iniciado re-laciones formales con el médico parecido a mí. La cartita me cayó como un tiro. Un gran vacío se hizo en mi vida. Juré no enamorarme más hasta por lo menos haber pa-sado un buen tiempo. Fue muy en vano aquel juramento pues pronto conocí a la que luego sería mi esposa.
La conocí muy casualmente. Una amiga mía me llamó para invitarme a una reunión en casa de una amiga de ella. Le contesté que estaba demasiado deprimido con el olivo que acababa de recibir de Clara para ir a ninguna reunión. Ella insistió que no tenía otro compañero y que si yo no iba ella tampoco podría ir. Ante semejante tesitura, acepté. Tomé un ómnibus en Pocitos rumbo a la casa donde tenía lugar la reunión --al otro extremo de Montevideo en la ciudad vieja. Al poco de sentarme en el ómnibus, miré por la ventanilla y vi a dos chicas que tomaban el mismo ómnibus. Llegado a mi destino, me bajé, las dos chicas también bajaron. Entré en la dirección correspon-diente al lugar de la reunión y tomé el ascensor, ellas también entraron y tomaron el mismo ascensor. Les pregunté a que piso iban, al mismo que el mío. Toqué el timbre del apartamento, ellas también esperaron a que nos diesen entrada. ¡Iban a la misma reunión! Allí nos presentaron y yo me dediqué a la chica que me había invitado. A la ho-ra del té, tenía enfrente a las dos chicas del ómnibus. Una era rubia y muy parlanchi-na; la otra castaña (mi futura esposa) hablaba poco. Terminada la reunión otra vez coincidí con las dos chicas en el ómnibus y con el mismo destino. En el ómnibus yo me senté junto a la más callada y recién la observé detenidamente. Era de figura y fac-ciones muy atractivas. Pero lo que más me llamó la atención fueron sus ojos. Ojos que reflejaban sufrimientos y tristeza infinitas. Le transmití esta primera impresión mía.
Me empezó a contar algo de su vida. Efectivamente, le había tocado sufrir mucho en su infancia y juventud. En posteriores entrevistas con ella tuve un panorama más completo de la vida sufrida y triste que había detrás de aquellos hermosos ojos. Hija de padres ricos y con apellido de mucha raigambre social y política en el Uruguay, sus dos hermanas mayores y ella habían quedado huérfanas de madre cuando Amalita (ese era su nombre) contaba con 7 años y a los 17 quedó huérfana también de padre. La prematura muerte de su madre, la posterior pérdida de su fortuna y la muerte de su padre, habían ocurrido en breve lapso de tiempo y en circunstancias por demás trági-cas. Sus padres, muy generosos y hospitalarios, habían tenido de huéspedes en su ca-sa a figuras de la alta sociedad y política uruguaya --incluso a su vecino el famoso Batlle. Fallecida la madre, el padre se desinteresó por la vida --solo le interesaban sus tres hijas. Descuidados sus intereses económicos, fue víctima de la inescrupulosi-dad de sus amigos y algunos pocos parientes que prácticamente le robaron toda su fortuna. Ya antes de morir el padre, no les quedaban bienes y tenían que vivir de la caridad de sus parientes. Fallecido también el padre, las tres chicas anduvieron dando tumbos en casa de varios parientes que las protegieron. La mayor inició relaciones con un muchacho quien, cuando ya el padre se encontraba en su lecho de muerte, fue nombrado tutor de sus hijas. Al casarse la mayor, Amalita y su hermana vivieron en casa de su cuñado y tutor. Cuando yo la conocí tenía un modesto empleo en una casa de crédito y ahorro para construir casas. De su rica y generosa personalidad hablan claro la correspondencia de ella que aparece luego en este libro. Empiezo por incluir la primera carta que yo le escribí por ese tiempo.





Montevideo, 5 de Mayo de1944

Amalita:


Desde que te conocí me di cuenta que eres una chica que, si bien pisas firme en muchos terrenos de la vida, en algunas cosas fundamentales necesita bastan-te apoyo y orientación. Esto me preocupa. Pues se trata de cosas alrededor de las cuales se puede fraguar toda tu felicidad futura.
En muchas de nuestras conversaciones he intentado marcarte un rumbo diferente al que tu misma das a estas cosas en tu vida. Al final de todas estas conver-saciones me he quedado muy insatisfecho --al darme cuenta de la imprecisión y poca claridad con que he ido exponiendo mis inquietudes en este sentido. Esto se explica porque yo mismo, al principio de nuestra amistad, no veía tampoco con claridad la solu-ción a semejantes cuestiones. Ya desde entonces trataba de resolverlas con alguna fórmula ascendente, de valores absolutos, pero bien sé que en mis ascensiones. me quedaba en el tejado.
Creo que ahora Dios me ha dado una mayor capacidad para remontar un poco más alto y así ver esas cosas con más amplia perspectiva. Y esto, no porque me hayan crecido alas, sino porque un contacto más directo con las palabras de Cristo en su Evangelio me ha elevado en el orden de mis ideas. Por lo mismo, considero mi de-ber de amigo cristiano transmitirte lo siguiente, por si puede servir de alguna utilidad en tu vida.
Amalita, no importa las tragedias de tu vida pasada, no debes dejarte lle-var por sensiblería, novelería, ni romanticismo enfermizo. Te los comprendo porque yo, a mi manera, también los cultivé hasta hace poco.
Haces bien en pensar de los hombres como “bichos”. Porque lo somos y lo continuaremos siendo, mientras no permitamos que Dios nos perfeccione. Pues bien: es cuestión de no esperar mucho de los “bichos”, más sí de Dios. Y esto es pre-cisamente lo que tu no haces. De Jesús (el único hombre “no – bicho”) puedes y debes esperar todo. Jesús únicamente puede saciar tus anhelos de felicidad, y los míos: “Deléitate en Dios y El te concederá las ansias de tu corazón” (esto leí en un Salmo hace poco).
Te manifiestas --y tienes tus buenas razones en los dramas que viviste en tu niñez— como persona desilusionada de la vida, de los hombres... ¿porqué sigues esperando demasiado de ellos?. Siempre que conserves esta disposición mental cami-narás de desilusión en desilusión. Te conviene cambiar de actitud: esperar mucho de Dios y poco de los hombres. Las frustraciones las sufrimos cuando esperamos de los hombres (incluso de nosotros mismos), o de las cosas del mundo, más de lo que aquellos o estas pueden dar por sí mismos.
Ahora bien, en esa misma actitud hacia los hombres en general eres in-consecuente. Pues, mientras, por un lado, los tratas de “bichos”, “fallutos” (mortifi-cándolos en su amor propio, con toda clase de pullas, ironías y sarcasmos); por otro la-do, pareces estar dispuesta a dar corte al primer “Don Juan barato” que te haga jue-gecitos de ojos, que alabe los bonitos ojos verdes que tienes y que te hable de lo boni-ta que está la luna, paseándote con él por la Rambla. Me parece que si Dios te empuja a elegir un marido un día será por cualidades más sólidas que su habilidad de construir frases bonitas. Sobre esta debilidad, por otra parte tan común en la mayoría de las chicas (la de fomentar ellas mismas el “Don-Juanismo”), cuánto os ayudaría a superarla el que os compenetraseis bien del Capítulo 7 de la primera Carta de San Pablo a los Corintios.
Y para terminar con esta ya pesada carta (para colmo me esta saliendo con visos de sermón) quisiera transmitirte la esencia del mensaje que, de cristiano a cristiana, quise escribirte. Debemos encontrar nuestra posición en la vida frente a Dios y frente a los hombres; que, por muy funestas que las circunstancias aparezcan, nunca nos debemos desesperar, al contrario. Podemos ser huérfanos pero siempre tenemos un gran Padre Misericordioso en los Cielos que continuamente obra a nuestro favor, nos puede faltar o fallar un hermano, pero siempre contamos con el Hermano Mayor, Gran Amigo que nunca falla; podemos echar de menos nuestra madre, pero siempre tenemos a nuestra Madre en los Cielos “Consuelo de los Afligidos”. En fin: nunca estamos solos. Pertenecemos a una cordial comunidad viviente: El Cuerpo Místi-co de Cristo. Esto en lo que respecta a nuestro presente. Nuestro futuro es todavía mucho más promisorio. Tenemos, nosotros “bichos” y vosotras mujeres “flojillas”, un gran destino común: heredaremos el mundo visible y el invisible, y reinaremos sobre ellos con Cristo --y esta herencia no habrá ser humano que te la podrá robar.
Dentro de esta cosmo-visión cristiana: ¿no es absurdo que todavía nos sintamos descontentos e insatisfechos, simplemente porque Dios no nos concede mo-mentáneamente todos nuestros caprichos?
“No te impacientes a causa de los hombres malvados...
Ten confianza en Dios y obra el bien...
Vive en la tierra y crece en paz,
ten tus delicias en Dios,
y te dará lo que tu corazón desea.
Pon tu suerte en Dios
Confía en Él, que Él obrará;
Hará brillar como luz tu justicia,
Y tu derecho igual que el mediodía...
No te alteres por el hombre que comete maldades...
Porque los malignos serán destruidos,
pero los que esperan en Dios poseerán la tierra”. (Salmo 37)

Te dejo con estas palabras de Dios que hablan con mas elocuencia que mil pesadas cartas mías.


Tu amigo de siempre
Fernando








Hogar Estudiantil, Montevideo, 7 de Mayo de 1944.


Fernando:

Cuando un joven escribe tan nobles cosas a una chica, es porque está enamorado --y ella ha de sentirse muy feliz de que alguien como Ud. la quiera.

Don Antonio






Montevideo, 28 de Julio de l944.


Mi querida Amalita:


Esta tarde al leer los Evangelios me acordé de ti –muchas veces pienso en ti cuando leo la Biblia, buena señal ¿no? Encontré algo que me hubiese gustado que tu también lo leyeses. Pero, como ayer y anteayer, se me olvidó mencionártelo. Esta vez decidí tomar mis precaucio-nes. Lo que puedo confiar a mi cabeza, lo puedo confiar a esta hoja... y al correo.
Me gustaría que leyeses y meditases bien el Salmo 6l, con las notas de Mons. Straunbinger; el Salmo 37; y a S. Mateo en los capítulos 5, 6,7 (todo el “Sermón de la Montaña”). Te recomiendo especialmente te compenetres con las pa-labras de Jesús en Mateo 5,13-17, para que las grabes y guardes en el corazón:

“Luz que alumbre a todos los que están en casa”...
“ para que los demás la vean...
y vean tus buenas obras,
Y glorifiquen a nuestro Padre que está en los Cielos”.

Que El te bendiga mucho


Fernando
















Montevideo, 23 de Agosto de l944.


Amado mío:

Ayer, al verte deprimido, mi alma también quedó deprimida. Entonces pensé que lo mejor para levantar mi espíritu era leer la palabra de nuestro Dios. Me puse a leer el Nuevo Testamento, el que tú me regalaste.
Lo primero que leí fue San Juan 8,132:
“Yo soy la Luz del mundo, el que me sigue
no andará en tinieblas sino que
tendrá la luz de la vida”.
Estas palabras fueron realmente un foco poderoso de luz para ver clara-mente que no tenemos ningún motivo para vencer las dificultades.
Veo que no hemos sabido seguir la voluntad de Dios porque no hemos sabido tomar con alegría las pequeñas pruebas que Él pone para fortalecer nuestro espíritu.
Fernando: quisiera que tu meditases estos Salmos:
El 23: “Aunque ande en el valle de sombra de muerte
no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo;
tu vara y tu cayado me infundirán aliento”.
El 42: “Por qué te abates, oh alma mía...
Espera en Dios...”
El 46: “Dios es nuestro amparo y fortaleza,
nuestro pronto auxilio en las tribulaciones
El 103: “Bendice, alma mía a Dios,
Y no olvides ninguno de sus beneficios”.
Procura fortalecer tu espíritu cada día mas, para que pueda yo apoyar mi debi-lidad en tu fortaleza, y puedas ser tú mi único apoyo humano.
No te olvides nuestro lema “Unidos en Jesús”. Siempre tuya

Amalita






Montevideo, 4 de Octubre de l944



Mi Querido Fernando:


Desde que empecé a leer la Biblia mi fe ha crecido en forma notable. Siento que la chispa que Dios ha querido que tú encendieras en mí, se va transformando cada día en llama viva, que ilumina mi vida; que ya no me encuentro más rodeada de tinieblas – en aquella oscuridad en que tú me encontraste.
He nacido de nuevo. Todo lo que me rodea tiene para mí un va-lor nuevo y una belleza infinita que me habla a cada instante de Dios y de ti. Sí, de ti también, porque la idea de Dios y tuya están en mi siempre unidas. Puedo decir que no pasa un momento sin que me acuerde de nuestro Dios, y por lo tanto, también de ti...
A Dios lo adoro; a ti te amo. A Dios lo venero; a ti te estimo. Por Dios estoy dispuesta al mayor sacrificio; por ti a la renuncia de todas las pequeñas co-sas...
Hoy leía en los Evangelios la curación del paralítico de Cafar-naum. Vi claramente que Dios ha obrado en mí tres grandes milagros: estaba ciega y Él me devolvió la vista, dándome su Luz para entender mejor su Palabra y por ella la vida; era paralítica y Él me dio vitalidad, haciéndome apta para transmitir a los demás algo del espíritu cristiano; era huérfana de cariño y Él me envió a ti, desde lejanas tie-rras, para que fueras mi padre, mi hermano y mi compañero cariñoso.
Fernando: estemos siempre unidos en Cristo y juntos busquemos siempre el Reino de Dios y su justicia -- El ya se encargará de todo lo que nuestros corazones piden.
Tu

Amalita



3. 4. La boda

Planeamos nuestra Boda para el 30 de Diciembre de l944. Yo quería que fuera lo más sencilla posible. No quería disfrazarme con un frac. Amalita, en cambio, quería ir al altar vestida de largo. La providencia ayudó a que todo saliera a mi gusto. Pocos meses antes de nuestra boda, papá enfermó gravemente. Amalita ofreció a Dios que si papá sanaba, se casaba de corto. Papá se recupero.
Pocas semanas antes de la boda, el P. Antonio me recomendó que siguiera con él un retiro espiritual de tres días, lo cual hice.
Después de este retiro escribí a Amalita la siguiente carta:



Montevideo, 10 de Octubre de l944.


Mi querida Amalita:


Esta mañana, cuando me enteré que te encontrabas enferma pensé en llevarte un regalito. Pense que podría ser un ramo de flores... Mas como no me iba a quedar tiempo para tomar el tren de las 18.l5 hs. y -- además nunca me ha gustado verme a mí mismo con un ramillete de flores en la mano (ya te estoy oyendo: “Qué egoísta” etc.), pensaba que las flores se marchitan pronto (salió a relucir otra vez el “hombre práctico”) por eso cambié de idea por otra mejor, creo yo.
Te preparé un ramillete de citas que las junté en el tren mientras viajaba hacia Colón. Son flores que no se marchitan -- si las cultivas bien en tu cora-zón. Las escogí con la mente puesta en las necesidades espirituales de ambos. Espero que te gusten; que al leerlas te vayas acordando de lo bueno que ha sido Dios con noso-tros; al acordarte mucho de El te acuerdes un poquito de mí.
Que Dios te bendiga mucho y te rodee de dulces pensamientos en es-tos días que estás enferma y siempre después.
Tu
Fernando




Los arreglos de la ceremonia religiosa, de acuerdo con Amalita, los dejamos a criterio del Padre Antonio y del superior de su Orden, el Padre Juan Karkens (también holandés). Elegimos la capilla situada en un barrio obrero, en Instrucciones, Montevi-deo, Parroquia que estaba a cargo de los mismos padres holandeses.
Nuestra boda iba a ser con misa de esponsales, oficiada por el P. Antonio, el P. Juan y otro sacerdote holandés de la misma orden. Además el P. Juan arregló para que contásemos con el coro de la Catedral de Montevideo.
Yo ni siquiera me compré un traje nuevo. Me las arreglé con un traje negro usado que me acababa de regalar un colega yankee. Pero si me compré un par de za-patos nuevos. Pero al ponérmelos para ir a la Iglesia encontré que me resultaban muy incómodos y los reemplacé por un par de zapatos también negros, viejos, pero que vis-tos desde arriba, impresionaban bien.
Llegué a la Capilla bien temprano, acompañado de mi familia. En la espera de la novia, me arrodillé en mi lugar, cerca del altar y me puse a rezar. Al poco rato, oí las carcajadas de mi padre, quien, junto con mi madre y hermana, ocupaban uno de los primeros bancos. No supe como interpretar las risotadas de mi padre. Luego se me acercó mi hermana muy descompuesta de cara. “Adiós --pensé—la novia se ha arre-pentido y no viene”. Me asusté tanto que lo que me dijo mi hermana me resultó tam-bién risible:
_ Fernando: te has venido con los zapatos viejos y uno de ellos tiene un agujero en la suela bien visible.
_ ¡ Qué le vamos a hacer, ahora ya es tarde! –le contesté yo encogiéndome de hom-bros.
Aquella anécdota hizo historia en la familia. Mis padres no se cansaron de con-tarla hasta el fin de sus días y así viajó por el Uruguay, España y llegó hasta las Filipi-nas.
Pese al inconveniente de los zapatos, la ceremonia resultó magnífica, imborra-ble. Con el marco de aquella linda Capilla de estilo holandés, con los tres sacerdotes amigos oficiando la misa, con la iglesia repleta de invitados, con el coro de la Catedral (cuyas voces bien timbradas retumbaban en el pequeño recinto) nos sentimos Amalita y yo transportados al Cielo. Si se pudiera retroceder en el tiempo para planearla de nuevo, yo la planearía exactamente igual –con zapatos rotos y todo.
Después de la ceremonia tuvimos un lunch con los familiares y amigos más ínti-mos en la casa de mi cuñado en Colón. Después, de tarde, nos dirigimos Amalita y yo al apartamento que nos habían prestado para esa noche una tía de Amalita. Allí tuvimos una nueva fiesta a cargo de los amigos del Círculo Bíblico de Don Antonio. Ellos habían preparado los siguientes versos para celebrar la ocasión.






ROMANCE A LA NOVIA DEL HEREJE

En siniestro corcel vuelan
Don Fernando, gran hereje,
Funesto, mal caballero y,
Amalia Mora Meneses,
Cristiana de limpia fe.

¡Ay Amalita Mora!
¡Quién te enseñó a quererlo!

Claman los Mora ofendidos:
¡Justicia, venganza y sangre!
Torquemada, prepotente,
Ordena tortura y cárcel,
Azotes, potro y hoguera.

¡Ay Amalita Mora!
¡Cómo pudiste quererlo!
Soldados inquisidores
Persiguen al caballero.
Ladran canes sacristanes
Y ¡castigo! grita el pueblo.
Clericales flechas llueven.

¡Ay, Amalita Mora!
¡Porqué llegaste a quererlo!

Fernando ¿porqué te odian?
Porque embrazo bíblico escudo.
¿Hacia donde te la llevas?
¡Al Reino marcho seguro!
Sursum corda, ¡caballero!
Ahí arriba los tenemos.

¡Bien, Amalita Mora!
¡Gran acierto quererlo!





Montevideo, 30 de Diciembre de l944.


A mis muy amados hermanos en Cristo Jesús,
Fernando y Amalia,
En el día de su Boda.

Mi muy felices hermanos en Cristo:

Tratamos de penetrar en la maravilla grande y profunda del Santo Sacramento que acabáis de recibir. Porque si bien el contrato matrimonial ya es sagrado por su na-turaleza, Cristo lo ha elevado al orden de Sacramento para todos aquellos que, renaci-dos por el agua y el Espíritu, han sido llamados a formar parte de su Cuerpo Místico y han sido hecho partícipes del impenetrable misterio de la Iglesia, Esposa de Cristo, aguardando el día de las bodas del Cordero.
Un Cristiano es un recatado del poder de las tinieblas del presente siglo malo, por los infinitos méritos de la Sangre de Cristo. Es, pues, una nueva criatura; un en-gendrado no de la voluntad de la carne, ni de la voluntad de varón, sino de Dios. Un cristiano es por eso ciudadano celestial.
Nuestra patria es la ciudad que está por venir: la Jerusalén Celestial, que ha de manifestarse en el día de la Venida del Señor con gloria y majestad. Renacidos por el agua y el Espíritu Santo, como hijos de Dios; y siendo hijos, también herede-ros, coherederos con Cristo. Somos pues, peregrinos extranjeros en este mundo. Y Cristo nuestro Salvador --que con su muerte de cruz nos rescató de la muerte para la Vida-- es nuestro único sostén en esta peregrinación hacia nuestra verdadera Casa eterna.
Jesús es nuestro Maestro, nuestro único Maestro, cuyas palabras, Espíritu y Vida son. Él es también nuestro Sacerdote-Víctima que, cargándose con todas nues-tras miserias y lavándonos en su preciosa sangre, nos llevó consigo como los cautivos de su Amor. Él es nuestro Pastor y nos lleva sobre sus hombros hacia la Jerusalén Ce-lestial.
En esta perspectiva de la verdad divina se abre todo el contenido de las pala-bras de Jesús: “Buscad primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se os dará por añadidura”. Busquemos, por consiguiente aquella Justicia que nace de la Fe Viva en el Amor del Padre quien, dándonos a su propio Hijo, nos hace justos --he aquí la sola preocupación santa del cristiano. Todo absolutamente todo, tiene que estar al servicio de esta vocación evangélica. También el Matrimonio, por el cual el hombre deja a su padre y a su madre y se une a su mujer para constituir los dos una sola car-ne. Y por eso Jesús lo santificó y lo elevó al estado de Sacramento, es decir lo puso al servicio del misterio del Reino de los Cielos.
El amor entre varón y mujer tiende a la unión perfecta. El sacramento ha se-llado esa unión con Cristo.
Tenéis el deber sagrado de perpetuar en vuestros hijos que llevados a la fuen-te bautismal, renacerán por el Agua y el Espíritu Santo a fin de que crezcan y vivan como verdaderos hijos de Dios. Por eso hay que educarlos en la Doctrina de Cristo, tanto por la enseñanza como por el ejemplo vivido.
Esposos: lo que vais a fundar, tiene que ser un hogar cristiano, en el cual está siempre abierta la fuente de Agua Viva que es la Palabra de Dios: alimento y vehículo del Amor Divino, vínculo del Amor y unión que os sostiene y une con Cristo. Así vues-tro hogar sea un espectáculo de gozo para los ángeles y una constante alabanza al Pa-dre Eterno. Vivid en un temor filial delante del Rostro del Padre Celestial, teniendo siempre una conciencia viva de que el Padre os ama con un Amor Eterno y os tiene pre-parado grandes cosas. Que sea grande vuestra Esperanza y muy viva, pues Aquel que os llamó nunca falla.
En vuestro hogar cristiano el esposo sea la cabeza de la mujer, el padre y jefe de la familia. Que Fernando sea un varón cristiano, de una fe y confianza viriles, como Abraham; un varón que con gran humildad se sostiene siempre en la visión sobrenatu-ral y con los ojos cerrados sigue la senda de una obediencia perfecta a la voluntad de Dios, cuyo amor jamás falla. Y si quieres saber cómo tiene que ser su conducta, mira a esta unión de la cual el matrimonio es el símbolo vivo y medita con frecuencia lo que es Cristo para la Iglesia. Por esto dice San Pablo: “Maridos amen a vuestras mujeres, como también Cristo amó a su Iglesia y se dio a sí mismo por Ella; para santificarla, habiéndola purificado por el bautismo del agua, por la palabra, para presentársela a sí mismo como Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga”. De igual manera debe también el marido amar a su mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su mujer, a sí mismo ama; porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la nutre y regala, como también Cristo a la Iglesia. Y la razón fundamental de esta conducta la da San Pablo cuando dice: “pues ambos son miembros de su cuerpo místico”. Es Cristo quien te en-trega esa compañera igual que tu, comprada por el precio infinito de su Sangre. Para Él la tienes que guardar. Así y solo así, será tu boda un reflejo de las Bodas que nos aguardan. Así se perpetuará vuestra unión en la unión que Cristo quiere celebrar con vosotros en plenitud de Vida y de Gozo.
Esposa, si quieres saber cómo tiene que ser tu conducta, medita con frecuen-cia cómo la verdadera Iglesia está sujeta a Cristo. Porque el mismo San Pablo di-ce:”Mas como la Iglesia esta sujeta a Cristo, así también la esposa lo está a su mari-do en todo”.
Este misterio de Amor y Unión el mundo no lo entiende. Y muchos de aquellos que se llaman cristianos, pero que no lo son, se burlarán de vosotros, y hasta algunos os aborrecerán. Estad, sin embargo, firmes en la fe y la esperanza, sabiendo que la burla del mundo es el sello que, a semejanza de Su Maestro, hemos de recibir, noso-tros sus discípulos.
Si vuestra unión es una verdadera imagen de la unión entre Cristo y su Iglesia, entonces vuestra vocación matrimonial estará siempre al servicio de Cristo en voso-tros, y el Beneplácito divino descansará sobre vosotros y os sostendrá como la luz y el calor del sol sostiene a las flores del campo. Y Jesús, vuestro bendito Esposo os re-unirá con Él en el día de Su Venida y os hará sentar sobre su Trono.
Sed fieles: pues os ha sido dado Mucho os será exigido.

Sed fieles: pues fiel es Dios que os llamó para anunciar las eternas riquezas de Su poderosa y gratuita Misericordia.

Don Antonio

4. CAPITULO IV: HACIA LA CIUDADANIA PROMETIDA





“Llamado por la fe, Abraham obedeció para partir a un lugar que había de recibir en herencia... Por la fe habitó en la tierra de la promesa como en tierra extraña, morando en tiendas de campaña... porque es-peraba aquella ciudad cuyo arquitecto y constructor es Dios. Por la fe también la misma Sara... recibió vigor para fundar una descendencia, porque tuvo por fiel a Aquel que había hecho la promesa...”(carta de San Pablo a los Hebreos 11, 8-16)


5. 1.Nacimiento de mi primer hijo



Sanatorio Dr. Luis P. Lenguas
Montevideo

30 de Septiembre de l945

Querido Padre Antonio:
Fernandito nació el 27 del corriente, a las l5.30hs. He oído que el cariño oscurece la visión de los padres de forma que los hijos siempre les pare-cen lindos. La primera vez que lo vi a nuestro Fernandito no me pareció lindo... ¡ sim-plemente horroroso! ...¡ un pequeño monstruo!
Al día siguiente, en la pila bautismal, el Espíritu Santo transformó a nuestro pequeño monstruo, en verdadero hijo de Dios. Celebró la cere-monia el Padre Agustín Born. Actuaron de padrinos Luis Casares y Matilde J. El Padre Born ofició toda la ceremonia en castellano, muy despacio y solemnemente para que todos los presentes entendiesen bien la hermosa liturgia de esta celebración.
Amalita se encuentra verdaderamente renovada en cuerpo y espíritu. Su salud va muy bien. Ha demostrado tener muy buenas condiciones físi-cas y morales de madre. ¡Soportó los dolores casi mejor que yo!. El niño salió de buen peso (3.5 kilos) y lo está criando muy bien. Me pide que le comunique que sintió mucho que Fernandito no viniera unas semanas antes de Ud. salir para Tucumán, así lo hu-biera conocido y que pronto iremos a verlo los tres a Tucumán; dice también que yo estoy resultando mejor padre de lo que ella se había imaginado (yo ya le advertí antes de casarme que tuviera mucha confianza en Dios que era suficientemente omnipoten-te como para hacer un buen esposo y padre de un tipo tan poco domesticado como yo!.
No sé si será que me estoy acostumbrando pero la verdad es que después de tres días de existencia de Fernandito, lo voy encontrando conside-rablemente más lindo, feo o lindo, lo importante es que Fernandito tiene un aspecto muy sano y además dentro de su pequeña fealdad, revela rasgos promisorios de hom-brecito enérgico y luchador. Esto me alegra pues es así como yo principalmente lo de-seaba: dispuesto a enfrentar a todo el mundo con sus convicciones cristianas. Aunque lo llamen “tonto, loco, exagerado, etc.” –como a su padre.
Me olvidé decirle que si bien Amalita eligió el primer nom-bre de pila, el segundo lo elegí yo: Mateo (me gusto este nombre por su significado en Hebreo: “Regalo de Dios”) y espero iniciar así la serie de Evangelistas.
Nos hemos acordado mucho de Ud. en estos días, sintiéndonos muy agradecidos a Dios por la luz, gozo y paz que recibimos por su intermedio y que ahora proyectamos transmitir a nuestro querido Fernandito. Rezamos para que el gran consolador le siga sosteniendo y reconfortando después de las tribulaciones y persecuciones que le tocó pasar aquí en Montevideo por causa del Evangelio. Que Dios le bendiga.

FERNANDO



La Ramada, l4 de Noviembre de l945.



Mis queridos hermanos en Cristo,
Fernando y Amalita:

Recibí vuestra carta. Doy gracias a Dios Padre por todas las misericordias que abundantemente os dispensa, tanto en alegrías como en tribulaciones. Con dolores habéis parido a vuestro hijo y.. al nuevo hogar. Está bien.
Doy gracias a Dios por el hecho de que pagáis el mal con bien, obrando de un lado con virilidad que es menester cuando se trata de defender nuestro mayor tesoro y, de otro, llevando Fernando a vuestro hijito a sus abuelos, ya que ellos se negaron a venir a conocerlo. La bonanza que ha de seguir a esta tormenta traerá de seguro algún fruto maravilloso de Dios, además del fruto del testimonio de la fe con que habéis aceptado el sello de “locos”.
Agrego algunas noticias mías. Anteayer volví de mi segunda misión que di en “La Cruz”. Dedique una noche entera a la predicación de la palabra de Dios, tratando de convencer a gente sencilla de la necesidad de tener abierta la fuente de la Palabra Divina en sus hogares. Mas de Veinte familias compra-ron un Evangelio, proponiéndose leerlo todos los días en reunión familiar.
El día de esta misión lo dividí así: Me levan-to a las 6.30 hs. ; medito y rezo las oraciones de la mañana; arreglo el altar y celebro la Santa Misa a las 8.30 en presencia de los niños de la escuela, en cada Misa una pe-queña plática; después del desayuno, doy catecismo en la escuela de 10 a l2.30; a las l3 almuerzo con alguna familia buena que me dé hospedaje. Esta vez era una familia tu-cumana patriarcal. Todos colaboraron con entusiasmo. Tenía dos señoritas catequistas que mucho me aliviaron en la tarea de preparar los niños para la primera Comunión. Después del almuerzo, siesta hasta las 14.30; luego el breviario hasta las l6. Luego, a caballo o a pie, a visitar las familias del pueblo, dedicando especial atención a los que viven juntos, sin matrimonio eclesiástico, ni Civil. Vuelvo a las 20 horas y preparo el sermón de la noche. A las 21 “función”: Rosario o Vía Crucis y predicación. A las 23 a la cucha. Cosecha registrada: 193 comuniones; 24 primeras comuniones; 7 bautismos... el resto lo registró el Señor.
....Sigamos fieles en pos de Cristo, llevando el vituperio de su cruz. Hemos de sopor-tar la muerte en Cristo, es decir, hemos de ser partícipes de su infinito fracaso a los ojos del mundo. Pues la cruz de Cristo “es locura para los paganos y escándalo” para los que prefieren convertirla en un trono para sentarse ellos y dominar. Solo acep-tando el fracaso de Cristo, es decir, la completa aniquilación de nuestro propio yo, de nuestra propia voluntad, en la aceptación ciega de la voluntad del Padre, encontrare-mos remedio absoluto contra el fracaso real que somos.
Os bendigo en el poder del Sacerdocio de Cristo

Don Antonio




Montevideo, 5 de Noviembre de l945
“Mas vosotros sois
linaje escogido, real sacerdocio,
gente santa, pueblo adquirido, para
que anuncien las virtudes de Aquel
que os ha llamado de las tinieblas
a su Luz admirable...” (I Pedro 2,9)


Querido Aníbal:
Aprovecho el envío de la carta al P. Antonio para incluirte algunas líneas. Ayer Amalita y yo estuvimos todo el día con Padre Juan en Instrucciones. Pa-samos un día lindo. El Padre Juan ofició por la mañana la ceremonia de la purificación y yo hice de monaguillo. Después de la Misa nos dio a leer tu carta.
Me alegró mucho el notar como el Espíritu de Dios te esta haciendo crecer manifiestamente. Voy a guardar copia de tu carta y espero que me sirva de estímulo cuando me sienta desolado por las burlas y persecuciones del mundo contra nuestra bendita Esperanza.
Sabrás que Fernandito Mateo (en hebreo: “Regalo de Dios”) nació el 27 de octubre y renació en el agua y en el Espíritu el 28. Por una feliz y ¡ojalá! –Significativa coincidencia el agua cayó sobre su cabecita cuando las campanas del templo daban las 7 en punto... (como el número siete significa perfección) Dios quiera que viva en la plenitud de su gracia.
Fernandito Mateo es un niño muy bueno que da poca guerra a sus papas. No armando escándalo mas que a las horas de comer –cuando “le sirven la me-sa” con retraso. Por lo demás, aunque Fernandito no es todavía todo hermosura –pues “falta manifestarse lo que ha de ser””—tiene una cara de varoncito peleador que pa-rece prometer que no se va arredrar ante las burlas y persecuciones desencadenadas por nuestro Gran Antagonista, antes bien con las armas del Espíritu en la mano triun-fará en, por y con Cristo, Amen.
Por lo demás, mi vida se ha deslizado últimamente demasiado ocupado con los trabajos comerciales de la oficina y los arreglos de nuestra nueva ca-sa --pues Amalita, Fernandito y yo nos instalamos finalmente en nuestra propia casa. Ahora que empezamos a organizarnos un poco espero poder ocuparme más directa-mente de mis trabajos y estudios bíblicos. En mi nueva casa tengo una pequeña oficina dedicada exclusivamente a eso –a crecer en el conocimiento de Dios y de sus maravi-llosos planes para con nosotros, o ayudar a otros en ese camino. Es difícil y raro en-contrarse con gente con un interés o inquietud sincera en este sentido pero cuando esto ocurre produce enormes satisfacciones notar como el Espíritu va obrando en ellos de la misma forma que obró en nosotros. Todavía tengo entre manos la obra de sacar a la luz los libros de Don Antonio y –aunque recibo muy poca ayuda de amigos—espero que Dios me seguirá empujando a su buen y cercano fin. Después de esto vis-lumbro tantos planes de trabajo lindo a base de las Escrituras que me pone contento el pensar como Dios esta asegurando mi entretenimiento hasta... QUE ÉL VENGA!
Confío que podrás encontrar algún momento libre para contestar esta carta y darme la alegría de recibir noticias directas tuyas... entre tanto recibe un fuerte abrazo de tu amigo y hermanos en Cristo
Fernando
¡Dios te bendiga!

































3. Correspondencia del año 1946


Al ahora Padre Aníbal CHALAR lo conocí allá por el año 1943 en el Círculo Bíblico que formamos en torno al Padre Antonio. Posteriormente, mientras a mi se me despertaba la vocación para el matrimonio, a él se le despertó para el sacerdocio. Quiso entrar en la misma Orden religiosa del P. Antonio, Sacerdote del Sagrado Corazón de San Quin-tón. Como esta Orden no disponía de seminario en Sudamérica decidieron enviarle a un seminario en Norteamérica, el Sacred Heart Monastery, Hales Corner, Wisconsin.
Amalita y yo estuvimos presentes en la emocionante despedida que le ofreci-mos, primero, en un restaurante de Montevideo y luego en el Aeropuerto. No sabíamos entonces que pronto le seguiríamos en su viaje a Norteamérica.
A continuación transcribo correspondencia que mantuve con ambos sacerdotes durante el año l946.



La Ramada, Tucumán, 22 de Enero de 1946.
Queridos Fernando y Amalita:

Recibí ayer la larga y siempre grata carta de Fernando. Está bien que descan-ses. No te aflijas. A veces Jesús nos paraliza. Algo de esto también me pasa a mí. Tengo una correspondencia extensa. Por ahora, el único apostolado que puedo hacer. Recibo cartas de todos lados. Muchas de Holanda. Así siembro –escribiendo siempre de corazón a corazón.
Doy gracias a Dios porque triunfó su caridad y os ha unido de nuevo en paz con la familia. Allí no hay que sembrar sino con actos (sin palabras) de caridad. Que Jesús os dé la fuerza para ello. En el día menos pensado veréis los frutos.
Vuestro contacto con el P. Agustín viene de Dios. Llegó a la hora justa. Trata de mantener unidos en lo posible a los amigos, por alguna buena razón –que no entiendo pero supongo— han convenido suspender todo contacto conmigo. Es doloroso pero Je-sús obra en todo. Mantén contacto con el P. Juan. Lo precisa. Presiento que Jesús lo va a trasladar dentro de poco.
Ahora quiero agregar solo algunos pensamientos que hace tiempo Jesús me em-puja a escribiros. Va también para los amigos casados o por casarse.
La obra de fundar una familia no es de menor importancia que la de fundar una Orden o Congregación religiosa. Debéis de trabajar juntos para que vuestra familia sea una buena familia cristiana. Para eso se precisa orden.
Rezar juntos la oración de la mañana y de la noche, con devoción y humildad. Debéis de cultivar así un ambiente espiritual en vuestra casa. Para los hijos esto será de capital importancia. Haz selección de los amigos que entren en vuestra casa, para que detrás de ellos no entre el espíritu del mundo. Espiritualidad y distinción –subrayo esto último, porque trabajas entre norteamericanos que, con todos sus buenos rasgos, cultivan poco esto de la distinción y fineza.
Fernando, que tu fe sea robusta como la de Abraham --hombre fuerte, viril y sencillo. En esta fe han de respirar todos los que viven y visitan vuestra casa. Así trabajareis juntos para que vuestras generaciones sean todas generaciones de hijos de Dios. Así vuestra vocación matrimonial florecerá en toda su grandeza.
Fernando: trata de ser un hombre tranquilo de una actividad descansada. Dedi-ca toda tu atención, fuera del trabajo a tu hogar. Divide bien tus horas.
Amalita: que tu casa sea siempre bien ordenada. Nunca te vistas con negligen-cia. Esté bien arregladita cuando llegue su marido. La mesa bien arreglada, pues las horas de la comida son las horas de la más íntima vida familiar.
Vuestro hogar tiene que ser un gran hogar cristiano. Fernando no es mas un muchacho. Es todo un jefe de familia. Hay que compenetrarse de semejante dignidad. Hay ciertas composturas que deben ser el reflejo del Espíritu. Los hijos de Dios de-ben tener su estilo humano propio.
No descuiden el descanso necesario y los necesarios entretenimientos. El Do-mingo debe ser un día muy festivo y de descanso en el Señor.
Os escribí para haceros compenetrar de la grandeza de vuestra misión. No basta estudiar juntos la Biblia. Hay que vivirla y, por ello, cultivar en Cristo vuestro hogar. El ejemplo de Nazaret os sirve.
Os Bendice vuestro
Don Antonio



La Ramada. 28 de Enero de l946.
Querido Fernando y amigos:

Recibí tu carta y el giro postal. El P. Juan volvió el Sábado. Tanto el “sulky” co-mo el autito quedaron hospitalizados. El P. Juan padeció con mucha paciencia estos golpes a su caja, ya bastante arruinada. Por eso me alegro que le puedo consolar ahora, cuando vuelva de Tucumán, y sacarle un poco de sus cargas financieras. Agradezco a los amigos que de este modo me ayudaron a aliviar un poco a mi párroco. Pronto le ve-réis por Montevideo, donde él tiene que presentarse a su Superior.
Después de largo tiempo de una temperatura casi insoportable, tenemos ahora dos días de respiro... (aquí fui interrumpido para arreglar un matrimonio).
Fernando y Amalita, después de haber arreglado este matrimonio, pienso en como Dios os ha mimado. La pobreza espiritual de esta pareja y las riquezas espirituales con que Dios os ha colmado, me apremian deciros: guardad con fidelidad y gratitud lo mucho que Dios os ha confiado.
Recibí hoy una carta de nuestro amigo Aníbal. Acabó con un retiro que suelen hacer los novicios de su Congregación. Cada retiro acaba generalmente con un “Plan de reorganización de mi vida” que ha de entregar al Maestro de Novicios. El plan de Aní-bal empieza con la siguiente oración: “Jesús: al fin de estos ejercicios espirituales no sé como agradecerte. Quiero someter a tu bendición algunas reformas prácticas en mi vida. En mis relaciones contigo, no quiero formar en mí hábitos, prácticas formulistas sin sentido. No quiero comportarme frente a ti como una máquina –como lo hacen aque-llos que tienen de Ti un conocimiento deformado porque van a beberte en fuentes que no emanan de Ti. Por eso tu yugo resulta para ellos pesado y necesitan armarse de prácticas formulistas que los impulse a llevarte inconscientemente, por miedo a tus castigos. Yo quiero mirarte a Ti y así vivir en Ti y para Ti. Así como cuando fijamos nuestra vista en el sol su luz nos deslumbra y ya no podemos distinguir los demás obje-tos que nos rodean, quiero ser alumbrado y deslumbrado por los rayos de tu luz que todo lo aclara y todo lo enciende. Así me será posible cumplir con todas las obligacio-nes que contraje al principio de este noviciado y durante el retiro que ahora termino”.
Creo que estas palabras os pueden servir de meditación y oración. Agrega Aní-bal”: vivo en un sano optimismo dentro del sano pesimismo”. Sí mis queridos amigos, vi-vamos en un santo optimismo pues nuestro Señor no falla a sus promesas, y dentro de un sano pesimismo que no espera nada de sí mismo, ni de los hombres.
Os abrazo en el vínculo del Espíritu, vuestro en Cristo

Don Antonio



Montevideo, 30 de Enero de 1946
Querido Aníbal:

Ayer Amalita y yo estuvimos todo el día con el Padre Juan y Jan en Instrucciones. Pasamos un día muy lindo. Por la mañana, el P. Juan ofició la ceremonia de la purificación para Amalita. Después de la Misa, el P. Juan nos dio a leer una carta reciente tuya. Nos alegró comprobar por ella que, en medio de tus dificultades en ese Seminario, sigues firme en tu vocación.
Sabrás que ya tengo el primogénito, Fernando Mateo, un niño muy bue-no que da poca guerra a sus papás. Solo arma escándalo a las horas de comer. Aunque no sea ninguna belleza, tiene cara de varoncito peleador y simpático.
Mi vida se ha deslizado últimamente demasiado ocupada con trabajos comerciales en la Embajada Americana y con los arreglos materiales de nuestra nueva casa alquilada. Ahora que empezamos a organizarnos un poco espero poder ocuparme de nuevo en mis proyectos de apostolado y estudios bíblicos. Es. Difícil encontrarse con gente con interés o inquietud en este sentido pero cuando esto ocurre las amista-des que se cimientan son muy satisfactorias. Todavía tengo entre manos los borrado-res de los artículos del P. Antonio que proyectamos sacar a luz en forma de libro.
Confío en que encontraras algún momento libre para contestar esta carta y darme la alegría de tener noticias directas tuyas. Entretanto recibe un fuerte abrazo de tu amigo y hermano en Cristo

Fernando



La Ramada, 8 de Febrero de 1946.
Queridos Fernando y Amalita:

Hoy recibí la carta de Fernando. Muchas gracias. Me dio mucha alegría...
No se aflijan por mí. A veces soy tan ingrato que me quejo. Jesús me lo perdonará. Job también se quejó. Pidan a Jesús que aprenda a olvidarme de mí mismo. Es menester que muera en Él --y esto con alegría.
Gracias por el envío del librito que espero recibir... Me causa gra-cia lo que me cuentas acerca de la “Tribuna Católica”. Jesús te guía por los caminos del apostolado. Me alegro y doy gracias al Señor.
Mañana tengo que ir por una semana a Tafí Viejo para asistir allí en un lugar de veraneantes. El 24 tengo que dar una Misión hasta el primero de marzo. Luego voy a descansar para cuidar mi salud. Recibí noticias de Matilde y Coco. Me di-cen que Fernandito está hermosísimo.
Acabe con las cinco Misas que recé por las intenciones y necesi-dades de los amigos uruguayos. Creo que muchas bendiciones os habrán traído. Me ale-gro que Jesús me haya usado como pequeño instrumento para orientaros hacia Él. Vi-vid vuestro matrimonio grandemente. Por las cartas de los demás amigos veo que mu-cho Jesús se sirve de vosotros para hacer su obra. ¡Que Grande! Es para gloriarlo a Él y humillarse uno mucho.
Estoy trabajando en una síntesis del Evangelio. Me falta tiempo. Exige mucha concentración y el clima es agobiante. También estoy continuando un libro en holandés sobre nuestra Esperanza. Creo que va a ser mucho más fuerte que mi te-sis en español. La doctrina del Reino tiene un alcance tan grande, tan decisivo y tantos valores medicinales para el mundo actual que creo debo continuar esta lucha... Si por la voluntad de Dios me son cortados todos los caminos para continuarla creo que me reti-raré a la vida contemplativa. Rueguen a Dios que conozca y siga su voluntad, paso a pa-so.
Si empiezas con el libro mándame noticias. Entonces te enviaré todo el material que precisas.
Si siguen con la práctica de preparar la Misa del Domingo en vuestra casa, avísame os enviaré un esquema sobre la forma de proceder que os servi-rá mucho.
Os bendigo, Fernando, Amalita y Fernandito en el poder del sa-cerdocio de Jesús. Que vuestro hogar tenga algo de la sencillez y robustez patriarcal del de Abraham.



Vuestro Don Antonio

Tafí Viejo, 22 de Julio de 1946.
Muy queridos Fernando y Amalita;

Con gozo recibí vuestra carta –en la que, unidos en el Espíritu, nos lan-zamos en una batalla de oraciones para que brille la gloria del Padre y del Hijo, el Gran Rey, en toda la redondez de la tierra. Ciertamente nuestra nada nos da derecho y au-dacia para pedir tal cosa de nuestro Dios.
Me alegro de que te hayas propuesto dejar por un buen tiempo el traba-jo intelectual fuera de tu oficina. Tu descanso será también bueno para Amalita. No te preocupes mas del “asunto Padre Cornelio”. El ve las cosas de otro modo y obra segu-ramente con buena intención. Lo que a nosotros puede parecer preferir el favor de los hombres al de dios, según su modo de ver las cosas es un acto de obediencia. Creo que objetivamente está equivocado pero no pongo en duda su buena voluntad subjetiva. Y, para los que buscan al Señor, todo se convierte en bien. Por eso yo también dejé de contestarle su última carta, dejando todo en las manos de Dios. De las cartas del Pa-dre Cornelio saco la impresión de que estima a Uds. mucho. Creo pues que gracias a Dios vuestro testimonio ha caído bien y con el tiempo dará fruto...
Jesús me empuja muchas veces a rezar de todo corazón por los adversa-rios de Montevideo. Le gusta que tomemos en serio su Palabra; “Bendecid a los que os persiguen”.
Saludos a todos los amigos. Palpo en tu carta que entre tu y Amalita cul-tiváis recíprocamente los mismos lazos de amor que hay entre Cristo y su Iglesia. Bendigo ya al segundo hijito que os está por nacer; que Dios os dé fuerzas para santi-ficarlo desde el mismo seno materno. Bendigo así mismo, en el poder del Sacerdocio de Jesús, a vosotros y a Fernandito.
Unidos en la Bienaventurada esperanza,
Vuestro en Cristo
Don Antonio














Holanda, 6 de Diciembre de 1946.
Queridos Fernando y Amalita:

Doy gracias a Dios por el nacimiento de Marcos María. ¡Ya tenéis a dos de los doce Apóstoles! Que bien que ni Amalita ni tu sufristeis mucho esta vez. Por lo demás, me alegro que tu y Amalita continúes santificándoos en el Señor. Es lo único que vale.
Noticias mías. Llegué bien a Holanda. Tan pronto como llegué me asigna-ron a Davos, Suiza. Me asombré; cerré los ojos; y me voy. Me tratan bien. Pero nadie me habla de lo que todos saben. Yo intento hablar algunas veces pero siempre me en-cuentro frente a una pared. Dicen que se atienen a la tradicional doctrina de la Iglesia y no quieren entrar en el tema. Dios ha de abrir el camino, si es que Él quiere que yo haga algo en esta lucha, pues ahora me tiene paralizado. Vamos a ver lo que el Señor nos tiene preparado en Suiza. Me voy a fin de mes.
Hay muchos aquí que me quieren ver y hablar y no tengo mucho tiempo para escribir. No sé como me irá en Suiza. Es mi propósito trabajar muchísimo, pues tengo ahora buena salud. Veremos. La semana que viene voy a Seember a conversar con un alma muy favorecida por el señor.
Que todos sigan en la paz y alegría del Señor, unidos en aquella caridad que florece a la luz de la Esperanza viva. Saludos a todos los amigos.
Os saludo y bendigo: Fernando, Amalita, Fernandito y Marcos,
Vuestro
Don Antonio




















Montevideo, 10 de Diciembre de 1946.
Querido amigo Aníbal:

Ya transmito a toda marcha (pues estoy en la oficina) algunas de las no-ticias que creo más te pueden interesar. Amalita, Fernandito (el diablillo) y Marcos (el angelito) están bien de cuerpo y espíritu, gracias a Dios.
Dios nos está uniendo cada día más fuertemente en nuestra vocación matrimonial. Voy así apreciando cada vez más los dones que Dios nos envía por medio de nuestro matrimonio. Necesito todavía aprender mucho de Jesús para saber amar a mi esposa, como Él sabe amar a la suya (nosotros, su Cuerpo Místico), con un “amor fuerte hasta la muerte”... “loco de amor por nosotros” (como dijo María a Melania, la pastorcita de La Salette). También voy apreciando el tesoro que representan nuestros hijos. Fernandito está hecho un lindo torito con tendencias muy marcadas de diablillo pero sonrisa y ojos de ángel. Se conquista las simpatías por todas partes donde va –a pesar de que apenas habla y no hace más que barrabasadas. Ya tiene año y medio. El recién llegado, Marcos, es la criatura más placida que puedes pedir. En fin, tengo mu-cho que aprender de ellos; de Fernandito (con su don de simpatía); y de Marcos (con su don de paz). Contemplándolos entiendo mejor aquello de que “de los niños es el Re-ino de los Cielos”. El Diablo y el mundo nos confunden tanto, a nosotros los adultos con sus cálculos y razonamientos complicados –con nuestra total falta de la simplicidad in-fantil aún frente a Dios.
Las reuniones en nuestra casa han continuado. Seguimos meditando en grupo, los sábados la Epístola y el Evangelio que corresponden al Domingo siguiente. Ya hay personas que empezaron a asistir como ateos y ahora quieren bautizarse como Católicos (una muchacha israelita y un muchacho uruguayo novio de una amiga de Ma-tilde)
Ahora una última noticia importante; es muy probable que el Departa-mento de Estado me transfiera, con toda la familia, a un Consulado en la frontera de México – Texas. Arreglaron esto a fin de que pueda recuperar la nacionalidad nortea-mericana que la perdí con motivo de la independencia de Filipinas. Así que probable-mente dentro de pocos meses tendremos que salir para Norteamérica. Ni que decir que entonces haré lo que pueda para verme contigo en la brevedad posible.
Que Dios te siga bendiciendo mucho, abrazos de
Fernando








3. Mi trabajo

Trabajé como “Reportero Económico” en la Sección Económica de la Embajada Americana en Montevideo desde 1942 al 1947.
Durante los años de la guerra mis funciones fueron preparar informe sobre las necesidades que tenía el Uruguay de importar de los EE.UU, productos farmacéuticos y químicos cuyos suministros eran escasos. Esto suponía principalmente: efectuar en-cuestas entre los importadores; Analizar sus pedidos y uso del producto; Y finalmen-te, recomendar oficialmente las cantidades mínimas que el país debía de recibir de fuentes norteamericanas.
Terminada la guerra, fue liquidada la Sección Económica de la Embajada – la mayor parte de su personal despedido. Yo quedé entre los pocos que fuimos transferidos a la Sección Comercial, bajo las órdenes directas del Agregado Comercial. En vez de informes sobre necesidades mínimas del país preparábamos encuestas de mercado.
Mis principales funciones en la Sección Comercial de la misma Embajada fue-ron: ayudar a firmas americanas y uruguayas a entablar relaciones comerciales o a nombrar representantes y agentes; preparar informes del mercado uruguayo para productos norteamericanos y de la capacidad comercial o industrial de firmas uru-guayas para entablar negocios o conexiones con firmas norteamericanas.
Mi carrera como Reportero Económico del Departamento de Estado parecía muy promisoria cuando el 4 de Julio de 1946 tuvo lugar la independencia concedida por los Estados Unidos a Filipinas. Debido a que yo había nacido allí, el 3 de Julio de 1946 me acosté como norteamericano y el 4 me desperté siendo filipino.
Por ello dejé de ser considerado en la Embajada como parte del personal nortea-mericano y pasé a integrar el personal extranjero, con la súbita perdida de casi la mitad de mis entradas mensuales por concepto de compensaciones diplomáticas (al-quiler de casa, costo de vida, etc.) Me quejé ante el Jefe administrativo de esta si-tuación y expresé mis deseos de continuar sirviendo al Departamento de Estado como Reportero Económico norteamericano.
Transcribo un resumen de las consultas y arreglos oficiales que tuvieron lugar en busca de una solución para esta situación.
“El Sr. Fernando Aboitiz, ciudadano de las Islas Filipinas, mantiene actualmente el status de reportero norteamericano. Se solicitan las instrucciones del Departamento respecto a su situación después de la independencia de las Filipinas; y acerca de los pasos que él pueda tomar hacia la adquisición de la ciudadanía americana sin residir en los Estados Unidos”.
La contestación del Departamento recibida el 31 de Julio de 1946, fue la siguiente:
“Teniendo en cuenta que las Filipinas constituyen ahora una nación independiente, el Sr. Fernando Aboitiz no posee la nacionalidad de los Estados Unidos y, consiguien-temente, no puede ser documentado con un pasaporte de este gobierno o registrado como ciudadano americano. Además, no existe ninguna ley bajo la cual pueda naturali-zarse como ciudadano americano mientras resida fuera de los Estados Unidos. Si él procede a residir en los EE.UU, él puede claro está iniciar el procedimiento para natu-ralizarse como ciudadano norteamericano con el Servicio de Inmigración y Naturaliza-ción del Departamento de Justicia”.

A fin de obtener nuevamente mi nacionalidad norteamericana fui transferido a Reynosa, México –Un Consulado Americano en la frontera entre México y Texas. Ocu-pé allí el cargo de Asistente Consular en asuntos económicos, comerciales y culturales. Era responsable de todos los informes económicos, comerciales, agrícolas y culturales que el Consulado tenía que rendir mensualmente. Además me tocaba a menudo repre-sentar o asistir al Cónsul en sus relaciones con oficinas públicas mexicanas, Cámara de Comercio, importadores, industriales, periódicos, estaciones de radio, centros de en-señanza y agrupaciones sociales. Ocasionalmente ayudaba al Cónsul en la contabilidad, informes financieros o administrativos de la oficina, informes sobre el personal y en mejorar la eficiencia de las oficinas consulares.









4. Correspondencia año 1947

Davos Suiza, 10 de Junio de 1947.


Querido Fernando:


Contesto a tu consulta sobre en nuevo “Evangelio Ogino-Kraus” (ritmo). Debo decir que tengo mis reparos hacia este método. Sé que hay moralistas católicos que le tienen mucha devoción. No les quiero discutir. Pienso en las palabras de Cristo hacia otro problema matrimonial: “Por la dureza de vuestros corazones, Moisés os ha per-mitido esto”. Quizás en este espíritu misericordioso el Señor soporta a muchos cris-tianos que practican este método –y se castigan a sí mismos teniendo que soportar las consiguientes angustias y complicaciones.
Cuando en mi presencia se discute esta cuestión tan de actualidad... general-mente me callo, pues es fácil echar perlas a los chanchos y la caridad obliga muchas veces a callar, cuando uno ve que no se acepta la luz del Evangelio. Pero a vosotros os digo: No. Este método conduce a la gente a crearse su propia providencia. Para voso-tros que han tenido la inconmensurable ternura de la providencia del Padre, Jesús os pide un testimonio auténtico en la convivencia matrimonial.
Anteayer hablaba con un amigo que tiene importantes negocios. Después de la guerra, el mundo de los negocios se ha vuelto todavía más sucio que antes. Este amigo soporta la angustia de que él no quiere entrar en negocios sucios para ser fiel a lo que su padre, de palabra y ejemplo, le enseñó. Por otra parte, su empresa va a mal porque así va perdiendo negocios, uno tras otro. Estaba con él frente a la tumba de su padre y me dijo: “Dios mío, aunque perezca mi familia conmigo, dame fuerza de serte fiel y aún en el mundo de los negocios seguir siendo cristiano”. Yo me callaba y le bendije... Vuel-tos a su casa, le dije”: Busca primero el Reino de Dios y su Justicia” sigue por este camino. Jesús te demostrará que no mentía cuando dijo": Todo lo demás, os daré por añadidura”. He aquí la única orientación posible para un cristiano en éste y otros pro-blemas actuales.
Sé hombre íntegro, de fe. Para todo aquel que valora el Evangelio de Cristo co-mo tal es muy claro que el “método ritmo” esta en oposición con el espíritu del Evangelio. Para el que no lo conoce, es probable que la practica de este método no sea pecado. Pero que el método arrastra su propio castigo, en multitud de angustias y complicaciones, es indudable. Por eso nuestro primer esfuerzo debe ser acercarlos al Evangelio, antes que entrar en discusiones estériles sobre el método en sí. Lo demás vendrá por añadidura –cuando esta gente empieza a conocer y aceptar el Evangelio.
Buen viaje a Méjico. Te abraza cordialmente en Jesús,
Don Antonio

CAPITULO V: “Peregrinaje”


“Sálvame, o Dios...
estoy hundido en cieno profundo...
Dios: tu conoces mi insensatez...
Confusión ha cubierto mi rostro.
Extraño he sido para mis hermanos...
Esperé quien se compadeciera de mí
Y no lo hubo,
Y consoladores y ninguno hallé”.
(Salmo 69)


1.Traslado a Texas: Viaje en barco:



Cerca de Trinidad, 21 de Agosto de 1947.

Queridas amigas:

Os recordamos a todas mucho, sobre todo en nuestras oraciones. Espero que vosotras hagáis con nosotros otro tanto, pues lo necesitamos mucho.
Dios se ha encargado de liberarnos de muchos peligros que tanto preocupaban a Fernando, de viajar en este camarote de lujo. Primeramente, porque anduve tan ma-reada que no sabía ni como me llamaba, porque el barco se movía demasiado. Fernando tuvo que hacer de camarero, mucamo, niñero; y luego, por las dificultades que tengo yo con el idioma, pues en el barco todos, desde el personal hasta los pasajeros no ha-blan otra cosa que inglés y como yo no los entiendo ni ellos tampoco a mí, esto nos da una excusa para mantenernos en lo posible independientes.
Nuestro programa de vida en el barco es el siguiente: Fernandito es el encar-gado de despertarnos todas las mañanas alrededor de las 6.30hs., con alguna diablura distinta. Luego, Fernando, Fernandito y yo subimos a la cubierta de juegos para hacer gimnasia –esto yo no lo hago todos los días porque tengo pereza de subir tan temprano. Después bajamos y damos el desayuno a los chicos en el camarote y luego bajamos no-sotros al comedor. De 9hs. a 10hs. volvemos al camarote y meditamos el Evangelio y Epístola del día. De 10hs a 11hs. , Fernando me da clases de inglés (pero soy muy burra y adelanto poco) nos bañamos la familia en pleno (hasta Marquitos). Además Fernando juega al ping-pong (al momento invicto en un campeonato), mientras yo me paso repi-tiendo”:Do not speak english” a todo el que se acerca. De 12hs. a 12.30hs. le damos de comer a los chicos en el camarote; y después bajamos nosotros a comer en el co-medor. Después dormimos una siesta, leemos, charlamos o escribimos. De 16hs. a 18hs. volvemos a la cubierta principal para un nuevo baño y se repite el programa de la mañana, largar de vez en cuando alguna palabrita en inglés, sonreír o poner cara de circunstancias según lo indique el momento (todo esto lo hago para despistarlos pues yo no les entiendo ni jota). Después de cenar, pintamos la mona de diversas maneras: dos noches tuvimos cine, una jugamos a los caballitos.Anoche hubo baile de disfraces. Nosotros nos disfrazamos de burgueses (pues los que no se ponían disfraz tenían que ir de etiqueta). Fernando se puso su smoking y yo mis pilchas largas. Fernando parecía un aristócrata español y yo una pueblerina aburguesada. Estuvimos hasta las 12 espe-rando que empezara el baile, pero no hubo tal baile, porque primero se pusieron a can-tar, luego hicieron macacadas a lo yankee y finalmente se metieron a la piscina con disfraces y todo.
Gracias a Dios, estamos todos muy bien. Fernando y Marcos han engordado bastante. A Marcos se le nota más personita –canta todas las noches en dúo con Fer-nandito antes de caer dormidos ambos. Fernandito extraña mucho. Los primeros días era una lucha darle de comer pues, al parecer, no le gustaban los menús americanos. Todos los días me pide que lo lleve a casa. El otro día agarro una balijita pequeña que tengo con las medicinas bajo el brazo y me dice”: A cacha, mamá”. Yo estoy bastante más flaca, pues me pasa lo que a Fernandito, no me gusta los mejunjes americanos, pe-ro me siento bien. ¿Cómo estáis vosotras?
Esta la mando a la casa de Elisa y Julio y ellos tendrán la bondad de darla a leer a todas. A la que me conteste le prometo que le responderé individualmente, pero de todos modos siempre tendrán noticias nuestras por estas cartas colectivas.
Me despido con gran abrazo a todas
Amalita



Alta Mar, cerca de Trinidad, 21 de Agosto de 1947.
Mis queridos amigos:

Hace tiempo que acaricio la idea de escribiros en forma (ya os he mandado al-gunas postales de Bs. As. , de S. Pablo y Río) pero, francamente, ha habido poco tiempo para ello. Amalita vino mareada casi todo el viaje de Bs. As. a Río así que es-tos días me tocó actuar de camarero, niñero, enfermero y... Dios sabe que más!. Gra-cias a Él, desde el 14 que dejamos Río no se mareó más así que esta última semana hemos podido disfrutar más en nuestro viaje. Trataré ahora de daros un resumen de las noticias que más os pueden interesar. En Bs. As. nos vimos con Ruth que nos ayudó mucho desde el principio, esperándonos desde el puerto con un taxi (difícil de conse-guir por allá) y más tarde ayudándonos a orientarnos dentro de Bs. As. y de sus tien-das y almacenes. Con su marido nos vimos menos pues está muy ocupado en la fábrica. A Ruth la encontramos muy bien de aspecto y, al parecer, también de espíritu. La pe-na es que hubo poca oportunidad de hablar de las cosas del espíritu pues casi siempre nos encontramos en el centro de esta otra gran Babilonia. También me vi allí dos días con Lohlé y una tarde con el Dr. Bourdieux y amigos. Estas entrevistas me resultaron muy interesantes pues fueron la única oportunidad que tuve, desde que os dejé, de poder hablar con otros (aparte de Amalita) prójimos de las cosas tocantes al Reino de Dios. Lohlé es un gran tipo y vale la pena visitarle cada vez que alguno de vosotros paseis por Bs. As. Estaba muy interesado en la obra de Dios entre nosotros y en nuestras reuniones. Me llevó él a la casa del Dr. Bourdieux donde charlamos algunas horas junto con el hermano del P. Castro Ortuzar y el secretario del doctor. Muy buena gente toda. Allí puede apreciar lo mucho que el Señor ha bendecido nuestra comunión de ideas y pensamientos en Montevideo y como aún cuando desgraciada-mente rara vez contamos con la dirección de uno de sus ministros visibles, el Buen Pastor nos señaló tan claramente el camino a seguir frente a problemas tan escabro-sos como el misterio de la iniquidad y nuestra posición y actuación frente a él. El Dr. Bourdieux habló mucho acerca de esto y yo me acordé mucho de vuestras charlas acerca del mismo tema en Montevideo y di gracias a Dios de que El me hubiese comu-nicado tan buenas luces sobre esta gran piedra de tropiezo para muchos. La visión del doctor la encontré un tanto desequilibrada por hacer mucho hincapié en las mani-festaciones concretas del Misterio de Iniquidad en la Iglesia y poco en la Misericor-dia de Dios que obra alrededor de este Misterio y en nuestro papel de co-redentores, co-propiciadores junto con Jesús frente al Padre y nunca de acusadores de nuestros hermanos y prójimos dentro de la Iglesia. Traté de presentarle nuestra versión de estas cosas pero tenía instrucciones de Lohlé de dejar hablar al doctor y de no en-trar en discusiones así que prácticamente no hice más que oír. Quizás alguno de voso-tros (o yo mismo) tenga oportunidad de hablar con el doctor con más calma sobre es-tas cosas. Es un buen hombre y tiene una gran preparación bíblica y humanística. Re-sulta por lo tanto muy interesante oírle hablar. Las impresiones religiosas que pude recoger en Bs. As. son bastante desfavorables. Se respira malos aires políticos-religiosos pues por algunos datos que recogí muchos dirigentes y fieles católicos se esfuerzan mucho por hacer una ensalada rusa (o argentina) con la política y la religión. Estos esfuerzos tienen algunos casos que conocí sus manifestaciones realmente có-mico-grotescas sino serían realmente tristes. En fin, más vale no entrar en detalle so-bre esto para evitar juicios. La salida y viaje de Bs. As. a Santos fueron sin incidentes graves aparte del mareo de Amalita y de una intoxicación de cangrejo frito (¿quien me mandaría comerlo? ) que me agarré al segundo día a bordo. Ese día sí que lo pasamos realmente mal: Amalita más mareada que una cuba y yo también medio mareado y medio intoxicado, los chicos rodando y desordenando el camarote (dejó de ser de lujo a las pocas horas que lo habitamos nosotros, ahora se ve en él hasta ropa tendida co-mo en cualquier altillo). La máquina de lavar ropa del barco descompuesta... en fin el caos de lujo! Gracias a Dios, al día siguiente me sentí mejor y pude poner algún orden en las cosas de la familia.
En Santos pasamos tres días lo cual fue providencial para Amalita que se pudo restablecer de sus mareos. El segundo día bajamos a tierra y salimos toda la familia en excursión para conocer San Pablo junto con un grupo de turistas yanquis que via-jaban con nosotros. San Pablo es desde luego una gran ciudad desde el punto de vis-ta material con un gran auge económico industrial. Desgraciadamente, en el día que pasamos allí no siempre pudimos visitar lo que a nosotros más nos interesaba sino los puntos del itinerario turístico usual -el Estadium, el hipódromo, el mercado, etc.-... Tratamos de visitar la Catedral, pero nos dijeron que era imposible que el taxi nos es-perara cerda de ella. De lo visto lo que a nosotros más nos interesó fue el jardín de culebras en el Instituto Butantan donde se puede ver de cerca una gran variedad de serpientes y culebras de todos los calibres, colores y venenos. Vimos como uno de los guardias sacaba a una gran culebra venenosa de su foso y delante de nosotros le ex-traía a mano limpia (solo con unas pequeñas tenazas) veneno mortal de sus colmillos. Para sentirme valiente yo también me atreví a manejar una culebra entre las manos só-lo que... de menos tamaño y no venenosa. Me saque algunas fotos con ella que espero que salgan bien para mandároslas, por si no me creéis!

Traté de sondear algo del ambiente religioso de San Pablo. Nuestro guía era el mismo agente de la American Express en San Pablo, un escocés que al parecer le va demasiado bien en los negocios para que le interese algo la “cuestión religiosa”. Le pregunté algo así como que religiones predominaban en San Pablo: Él me contestó literalmente (en inglés) “San Pablo no es nada religioso”. (?? )
Mayor satisfacción me dio el taximetrista con quien pude hablar más tarde sobre un tema tan peliagudo. Me dijo que él era “espiritista” y que los espiri-tistas junto con los católicos formaban los mayores grupos religiosos en San Pablo. Indagué algo sobre los espiritistas y por lo que este buen taxista me dijo tuve el con-suelo de enterarme que creían en la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Le pre-gunté que diferencias importantes tenían con los católicos: el buen hombre me con-testó con gran ingenuidad y entusiasmo “los espiritistas no piden dinero”. Al día si-guiente en Santos pudimos visitar la Catedral y dar gracias a Dios por su continuada protección y ayuda en nuestro viaje. Esto y nuestra meditación de los textos varia-bles de la Misa del día han sido toda nuestra práctica religiosa desde que dejamos Montevideo. Vivimos algo flojos espiritualmente pero creo que Dios nos sostiene lo suficiente de modo que la luz de la fe y de la esperanza no se apague en nuestra pe-regrinación. A veces –por nuestra culpa- la luz que hay en nosotros no es más que “ce-niza muriente” pero notamos que Dios sigue soplando en nuestros corazones para que estas cenizas no se apaguen, En otras palabras pese a nuestras muchas y muy reales miserias y faltas sentimos que Dios está con nosotros y que El Señor (como el dibujo de Boris) es nuestro invisible y muchas veces ignorado piloto, que se encargará que estos peregrinos lleguen a buen puerto. En Río visitamos la Abadía Benedictina de San Benito, para llevar los libros que me encargo Dimas Antuña. El bibliotecario allí me re-cibió muy bien y me mostró parte de los claustros que eran dignos de ver, pues ence-rraban (muy en contraste con los monasterios europeos que yo había visitado) una armoniosa combinación de sobriedad artística (menos la Iglesia que barroco puro y lo que menos me gustó artísticamente) sabor a antiguo, limpieza, luminosidad y alegría en sus ambientes. Si alguno de vosotros piensa en hacerse Benedictino le recomiendo el lugar. Muchas de sus ventanas tienen además espléndidas vistas de la Bahía de Río!.
Visitamos además el Cristo del Corcovado el cual me surgió los pensamientos que os dedique en una tarjeta que os envié desde Río. Mañana espera-mos vernos con Ben Sowell en Trinidad. Vamos a ver lo que nos cuenta este gran Bautista.
La historia Bíblica que me regalasteis ya ha sido consultada con bastante frecuencia. Amalita y yo hemos estado leyendo la vida de nuestro gran pa-triarca Abraham. Se pueden descubrir cosas muy interesantes en su vida. Yo ya he puesto este viaje bajo su protección e intercesión así como bajo la del otro ilustrísimo varón de la Biblia –el Santo Varón José- viajero también.
Termino pues se está haciendo tarde y mañana tenemos que levantar-nos temprano para conocer Trinidad y ver a los Sowell. Aunque esta es una carta co-lectiva dirigida a los amigos en el Señor en Montevideo, pues no hay tiempo para es-cribiros individualmente, cada uno de vosotros que la leáis haréis bien en tomarla para sí personalmente. Pues hoy me senté con la pluma en la mano para hablar con todos vosotros y conforme he ido escribiendo estas líneas creo haberos recordado a todos. A parte de los ya nombrados me he acordado especialmente del buen Juan José O’ Neill (ese gran hermano que Dios me dio en los últimos meses en Montevideo), ídem de Enrique, del Caballero Javier de Iturria, de José Pieroni, de Cesar Prato (otro nuevo hermano muy amado en el Señor), de Coco Quartino, de Domenech, de González Roig, del “Dr. Rodríguez”, de Cesar Varela (aunque creo que no llegó a conocerme, no por eso dejé yo de apreciarle), Magri, Presno, Padre Antonio Born, etc. Me gustaría que esta carta llegase por lo menos a todos los nombrados. Las amigas también, claro está, me gustaría que la leyeran si bien no quiero entrar en competencias con la carta que esta ahora escribiendo especialmente para ellas la matriarca de la familia. Que la gracia y la paz del Señor sean en todos vosotros. Os saludo cariñosamente en el vín-culo del mismo Santo Espíritu,
FERNANDO

A los amigos que les interesa pueden leer la carta que escribe Amalita para las amigas pues creo que se complementa muy bien con esta.
Domingo XV después de Pentecostés (Setiembre) de l947.

Queridos Anny y Boris:

Amalita y yo recibimos con mucha alegría la noticia de la consu-mación de vuestra boda contenida en tu participación. Nos gusta también saber que fue en Instrucciones –nuestra capilla. Damos gracias a Dios por todas esas buenas noticias. Y co-mo son pocas las noticias que tenemos de vosotros y de los demás amigos las apreciamos es-tas (tus breves líneas) todavía mejor.
Espero que hayas recibido una tarjeta que os dirigimos desde Bs.As. para ti y una larga carta para todos desde Trinidad. Nosotros también recibimos los Salmos con unos pensamientos muy buenos y de mucha aplicación a nuestras necesidades en estos tiempos. Muchas gracias por esto también. Pero esperamos recibir noticias personales de todos si esto no es pedir demasiado...
Deseamos que para estas fechas tu habrás ya vuelto en sí de tus mareos pre-boda y Anny de sus tristezas de post-guerra. Nosotros los comprendemos bien y nos solidariza-mos, dentro del Cuerpo Místico de Jesús, en vuestras dificultades y luchas. Yo comprendo bien tus “calenturas” para estas ocasiones la Palabra de Dios nos ilumina para recuperar la Paz: “La ira del hombre no obra la justicia de Dios”, “No dejes que el sol se ponga en tu eno-jo”. Seguramente nuestra ira no es justa y el Espíritu Santo se aleja de nosotros. Con faci-lidad el diablo nos empuja en argumentaciones... Verdaderamente palpo muy fuerte en estos días mis incapacidades, mezquindades, flojeras y vanaglorias. Pido al Buen Pastor que me tome de nuevo sobre sus hombros y que me conduzca por sus suaves caminos.
El otro día se me ocurrió un pensamiento para Anny que espero le será útil. Dios no necesita de nuestras lágrimas o tristezas. Solo las lágrimas de Jesús son Redentoras solo su melancolía del Huerto tuvo sentido para nosotros. Debemos de aceptar con sencillez y alegría la posición donde el Señor nos pone. El Señor sabe lo que hace. Naturalmente esto a nadie exime de ser buenos administradores frente a nuestros parientes, amigos y prójimos, de los bienes materiales y espirituales con los que el Señor haya querido enriquecernos.
No sé si te dije en Montevideo pero Anny me inspira mucho respeto espiritual y frente a ella me siento más como un hermano pequeño (bastante mas pequeño que el desa-rrollo espiritual de ella)... Pero aún el menor de una familia a veces tiene cosas que decir. Sí, debemos cultivar todos una santa alegría dentro de la familia de Dios, dentro de su Iglesia. El diablo nos puede embromar mucho con “nostalgias”, melancolías y compasiones humanas.
Paso ahora a daros un breve resumen de nuestras noticias desde que os escribimos desde Trinidad. Aquí nos encontramos con Ben Sowel que nos recibió muy bien en su casa y con quien compartimos unas gratas horas de charla. A Ben lo encontramos bien de espíritu e interesado en la vida espiritual de todos ustedes. Me agrado mucho oírle decir que estaba muy de acuerdo con el contenido de nuestra “Bienaventurada Esperanza” o sea el libro del P. Antonio. A su señora desgraciadamente no la encontramos tan bien. Parecía demasiado metida en la vida social y demasiado refunfuñona con su esposo.
Nuestro viaje de Trinidad a MC Allen fue relativamente cómodo y placentero. En el Barco no intimamos con nadie y con nadie pudimos hablar de cosas profundas. En Nueva Or-leans tuvimos un día Babilónico por no decir diabólico bajo muchos aspectos. Sufrimos to-dos mucho calor, además de los numerosos y mareadores trámites que tuve que hacer en la aduana.. El Hotel era una torre de Babel y cuando a la noche creíamos que por fin íbamos a descansar... en un cabaret vecino varias orquestas de jass se encargaron de que no pegára-mos ni un ojo. El viaje en pulman desde Nueva Orleans a MC Allen (con cambio de tren en Houston) bastante cómodo. En MC Allen nos recibieron muy bien el Consul parece un buen tipo. El Hotel que nos tocó en MC Allen fue otro infernal. Las habitaciones eran un horno, hace mucho calor estos meses, los propietarios y administradores... un atentado a la cari-dad. Todos se las arreglaron para hacernos sentir muy incómodos con nuestros dos queridos hijitos, hasta que a los 4 días estabamos dispuestos a cambiarnos a cualquier lugar que no fuese el infierno mismo. Aquí en MC Allen hemos sufrido muchos contrastes tropesándo-nos con gente extraordinariamente amable y servicial y con otros que nada mas cambian unas pocas palabras con ellos uno se explica y comprende como por estas tierras hace algu-nas décadas los mejicanos se liaban a tiros y los indios cortaban cabelleras. Entre este últi-mo grupo de gente provocadora por su actitud y modales, los más ilustres representantes que hemos conocido nosotros son un nutrido pelotón de viejas amargadas odiadoras o des-preciadoras de niños, que consideran un pecado imperdonable que una familia se atreva a vivir en un Hotel o buscar un apartamento o casa teniendo (horror!!) 2 hijos. A esta catego-ría pertenecen casi todos los propietarios de casas o encargados de Hoteles que hemos co-nocido por aquí... Ni que decir que a mí esta situación me ha amargado un tanto el espíritu, y de haber tenido los medios hubiese fulminado ya a alguna de estas nauseabundas bur-guesas. Pero que Dios las perdone a ellas y a mí que también mucho preciso de sus miseri-cordias.
Así que nuestra situación aquí durante estos días es bastante similar a la de los pe-regrinos indeseables y el motivo de escándalo lo llevamos en nuestros dos queridos y precio-sos hijos. Por fin nos admitieron, pagando nuestros buenos dólares en un campamento turís-tico donde se alquilan casitas amuebladas. Amalita y yo estamos bastante a gusto aquí pues la casita es linda y práctica y la gente parece buena. Dios proveerá para que podamos cam-biarnos a algo más estable.
Trate de establecer vinculaciones espirituales por aquí, empezando por el cura pá-rroco, pero sin éxito. Me presenté a este pastor como oveja peregrina que quiere ser miembro vivo del rebaño parroquial. El pastor me parece un caso típico de sacerdote cató-lico yankee, de buena moralidad, cumplidor pero mediocre y con muy poco espíritu. Hablar con él es como hablar con el gerente de un banco a quien se le va a pedir un préstamo con crédito dudoso. Traté de romper la sequedad de mi primer encuentro con él hablándole del movimiento bíblico-litúrgico al cual yo pertenecía. Me cortó con un “aquí no hay interés en esas cosas” pero lo triste era que él fue para mí el primer católico con que me encontré por aquí que no parecía interesado por “esas cosas”, pero habló de que la gente era por allí “muy ignorante”, de que no conseguía llenar su Iglesia como diciéndome: “No hay caso, aquí no hay nada que hacer con la religión, sosiega tu entusiasmo por esas cosas, esto está todo perdido”. Yo me alejé de él pensando en mis adentras si sería cierto que Dios no puede ha-cer nada con los ignorantes... si habría alguna situación desesperante que El no podría re-mediar... si el Espíritu Santo no puede soplar donde quiere, aún en Texas... y mientras pen-saba en estas cosas mi fe en la palabra del hombre –párroco disminuyó pero mi fe en la Pa-labra de Dios y en Su Obra se afirmó. Si Dios sabe más que uno y que todos los párrocos juntos y cuanto más suaves son sus palabras y sus juicios.
Como no tengo tiempo para escribir a otros amigos por favor pásales esta carta. Otro día os contaré a todos algo sobre las condiciones de mi trabajo. Como veis necesitamos mucho de vuestras oraciones, cartas etc. –aquí nos faltan buenos amigos y las condiciones de vida son por ahora algo duras. Os mandamos a ti Boris y a Anny un abrazo fraternal y también a los otros amigos.

Fernando, Amalita y compañía (los” indeseables”
Marcos y Fernandito)



Reynosa, México, 10 de Octubre de 1947.
Querido Aníbal:

Desde que llegué a estas regiones he estado por escribirte pero las preocupaciones materiales, desgraciadamente, no me permitieron hacerlo. Después de tener un placentero viaje desde Buenos Aires a Nueva Orleans, la familia entera anduvo naufra-gando en el Río Grande Vallery durante más de 1 mes (llegamos el 27 de agosto) en hote-les, tourist courts, rooms, etc., por no encontrar un alojamiento permanente MC Allen, Texas, ni en sus alrededores. Esto tomó a veces caracteres de verdadera tribulación pues varias propietarias de casas no nos admitían como inquilinos por el vergonzoso hecho de te-ner dos preciosos y amados niños –y esto y las consiguientes incomodidades y desordenes de andar así a la deriva nos hicieron sufrir bastante. Somos hombres de poca fe cuando Jesús permite que el oleaje se levante alrededor de nosotros... naufragamos material y es-piritualmente.
Todavía no hemos conseguido un hogar estable, pero por lo menos, ahora tengo un coche que me permite transportar a la familia con facilidad y hacer frente a las propieta-rias de casas que menosprecian niños --pues en el peor de los casos siempre tendremos el recurso de dormir dentro del coche.
Ahora vivimos en Hidalgo, Texas, justo en la frontera, en la casa de una mejicana que le gusta los niños. El pueblito es chico (unos 1000 habitantes) y ocupamos un cuarto

pequeño, viejo y sucio en la casa de esta señora, que es grande y tiene mucho terreno para que nuestros becerritos se expansionen a gusto. Damos gracias a Dios de haber encontra-do esto por lo menos. La gente de la casa y de Hidalgo es buena, -de lo mejor que hemos conocido en el Valle. Ahora vivimos con la esperanza de que un conocido nos edifique una casita para alquilárnosla. Dios quiera que así sea y podamos organizar de nuevo un hogar. Sentimos mucho la falta de un hogar y de amigos espirituales pero... Dios sabe lo que hace con nosotros. Reza por nosotros que hemos pasado por periodos de gran desconsuelo y apatía espiritual. Nos sentimos casi abandonados de Dios y de los hombres. Sé que aunque los hombres, y aún nuestra misma madre nos abandone, Dios no lo hará, pero el diablo sabe sacar un gran partido de nuestras flaquezas, preocupaciones, desordenes y cansancio.
Fernandito anduvo algo enfermito pero ahora esta bien y robusto de nuevo. Es un hermoso chiquillo estoy seguro que te gustara su manera de ser de diablito simpático y amado de Dios, Marcos es lo más cercano a un angelito que yo he conocido, siempre con una carita risueña y confiada. Me ha dado un gran ejemplo de cómo saber viajar y afrontar di-ficultades sin perder el buen humor, tengo mucho que aprender de él. Amalita ahora me tiene algo preocupado pues desde hace unas semanas no se siente del todo bien. Hoy creo que la voy a llevar al médico.
De las reuniones Biblícas-litúrgicas en casa en Uruguay, se hizo cargo Julio y tengo noticias de que marchan bien. El grupito se fue ampliando y cuando nosotros lo dejamos se habían incorporado ya nuevos y valiosos elementos. Un grupo de chicas de modesta posición económica venía con mucho entusiasmo y también un muchacho estudiante de Ingeniería y dirigente de la Acción Católica. Los amigos me escriben grandes noticias que se instauró en Montevideo un “Día de la Biblia” promovido principalmente desde el Seminario por el P. Sar-gosi –se habló desde muchos púlpitos de los beneficios de que los laicos mediten las Escritu-ras y se vendieron y distribuyeron Biblias a las puertas de algunas iglesias. Esto fue algo también preparado desde arriba con la participación inconsciente de algunos integrantes del grupo. En fin, se cumplió una vez más las Escrituras: “Lo que algunos sembraron con dolor y lágrimas, otros recogen con risas y alegría”.
Estas regiones son para nosotros ahora como un desierto espiritual después de los florecimientos y terrenos trillados que conocíamos en Montevideo. Me fui a ofrecer al Pá-rroco de MC Allen como oveja del rebaño espiritual, dispuesta a trabajar en la viña del Se-ñor. Pero este párroco me recibió como un gerente de banco a quien se le va a pedir un préstamo sin garantías. Hay otros sacerdotes más jóvenes en la Parroquia y confío que con ellos quizás me sea posible mantener un contacto más espiritual y cordial. Por lo demás, no he visto obras Católicas buenas, ni en organizaciones, ni en publicaciones y yo trato de ali-mentarme en el Espíritu con los libros y con los recuerdos de Montevideo. Si tienes suge-rencias que hacerme en éste sentido (revistas Católicas a las que debería subscribirme, forma de estar al tanto de los buenos libros católicos que se publiquen) serán bienvenidas. En MC Allen (el centro comercial de mayor importancia de la región), hay bastantes cines y drug stores pero ni una sola librería.
Paso todos los días la frontera para trabajar en Reynosa, en el Consulado americano en México. El Cónsul es buen tipo y los demás empleados y empleadas son también muy bue-nos –gente sana, modesta y sencilla. El trabajo es interesante por ser todo tan diferente a las condiciones económicas en Uruguay. Mi cargo es Asistente Económico del Consulado.
Creo que te he dado las noticias de mas significación. Amalita y yo estaremos muy interesados en tener las tuyas. Tenemos pensado que cuando Dios nos provea de unas bue-nas vacaciones y de algunos dólares para el viaje te iremos a visitar aunque estés en una cueva de las Rocky Mountains –la familia en pleno. No sabes lo que me gustaría tener una buena charla contigo y compartir las experiencias en este valle de lágrimas pero bajo la mi-rada paternal de un buen y poderoso Dios-Padre y bajo el Sol de Jesús y el viento del Espí-ritu Santo.
Te mando un caluroso saludo y apretón en un abrazo desde este rinconcito de U.S.A, en el que incluyo el cariño que Amalita, Fernandito y Marcos también te tienen (pálidos re-flejos de lo mucho que te quiere el Señor).
Sunsum Corda – Maranhata!
Fernando

P.S: Es lindo pensar que por lo menos te tengo a ti como amigo del corazón en este bendito país.

























Reynosa, México, 18 de Noviembre de 1947.

Querido Hermano en el Señor:
Hace un mes que te escribí mi primera carta de aquí, pero nunca tuve contestación ¿no la recibiste? Amalita y yo deseamos tener noticias tuyas. Allí te dábamos las principales noticias de nuestra llegada y desenvolvimiento aquí –si no la re-cibiste te volveremos a escribir.
Nuestras pequeñas tribulaciones por aquí han continuado. Seguimos sin un hogar te-rrestre, viviendo toda la familia en un cuartucho viejo y sucio. Hace unas semanas pase por un mal período espiritual pero el Señor me está enseñando en estas pruebas a caminar más por el Espíritu y menos por la carne.
Humanamente hablando las cosas me van mal pero el Señor sabrá sacar buen par-tido de mis fracasos humanos. Me está separando otra vez del mundo –las primeras sema-nas acá me dejé llevar un tanto por vanaglorias humanas- y empujando a seguir la senda de los humildes, junto con mi querida familia.
He empezado otra vez a beber de las escrituras con sed de verdad y justicia. Esta es toda la obra del Señor en estos días de prueba. Un amigo de Dallas me mandó un libro acerca de la obra del Espíritu Santo en los cristianos que me hizo mucho bien, me puso frente al espejo de la Palabra de Dios, vi cuan fea y carnal es la imagen de la soberbia que llevo dentro de mí y me hizo anhelar ser revestido otra vez en Cristo y caminar por el Espí-ritu Santo en todos y cada uno de los hechos de la vida diaria. Bien sabe Dios que yo no puedo mejorarme ni un ápice por mis propias fuerzas. Reza por mí Aníbal, que sepa seguir este camino del Espíritu a pesar de las maquinaciones del Enemigo y las trampas que me ofrece el mundo.
Amalita está probando, gracias a Dios, ser toda una mujer fuerte. Eso que las prue-bas en ella han sido mayores que en mí, pues a parte de estar alejada de su familia por pri-mera vez, su salud no ha ido del todo bien. Ultimamente le salió una picazón en la piel que no la deja tranquila. Esta ahora bajo tratamiento médico. Ahora los amigos me escriben más desde Montevideo. He tenido carta de Boris, de Enrique, de Cesar Pablo Prato, de Juan José –todos son grandes varones de Dios y sus cartas me producen un gran ánimo y consuelo de que la obra de Dios en los hombres no es vana. Cesar Pablo y Juan José son los herma-nos nuevos que Dios nos dio por su Palabra y es muy hermoso ve la obra de Dios en ellos y su crecimiento espiritual por el poder del Espíritu y de la Palabra. ¡A pesar de mi egoísmo pro-pio os quiero tanto y os deseo tanto bien a todos y me siento tan unido a todos!.
Quisiera escribirte más pero el trabajo me llama. Tengo el proyecto de hacer un re-sumen del libro que leí y que me hizo tanto bien. Quisiera combinarlo con el artículo del P. Antonio acerca del Espíritu Santo, te mandaría una copia.
Un abrazo fuerte de
Fernando y familia

2. CUANDO EL DOLOR Y LA ANGUSTIA CALAN HONDO...


De regreso en el “Rancho Amalita”, entre en nuestra modesta pero confortable casi-ta -confort logrado gracias a lo hacendosa que era la dueña, más que a la hacienda del pro-pietario. Lo primero que hice fue precipitarme hacia la habitación de los chicos, donde se-guía Marcos completamente inconsciente –un montoncito de huesos desparramados por una camita, cubiertos por una fina piel blanca-cobriza- más muerto que vivo. Pero gracias a Dios todavía respiraba a un ritmo lento, pero profundo y regular. El sentir esa respiración, ese hálito de vida, me hizo reactivar la mía que también amenazaba a paralizarse debido a la an-gustia que me invadía.
Luego contemplé a mi esposa -que velaba día y noche, junto a él- convertida en una imagen “Mater Dolorosa” mucho más conmovedora y realista que otras que había visto de ni-ño en muchas iglesias de España. La besé y abracé, sin pronunciar palabra (las palabras so-bran cuando el dolor y la angustia calan hondo) y me retiré.
Entré en nuestra habitación, extraña mezcla de cuarto matrimonial y oficina. Saqué del bolsillo –completamente arrugado el duplicado del contrato, y lo arrojé en el primer ca-jón que vi en una sección del escritorio que yo llamé “la Morgue” , porque allí iban a parar (para luego irremediablemente perderse) los papeles que consideraba menos importantes.
Después, sin saber ni importarme la hora que era, (cómo pierde uno la noción del tiempo cuando el dolor y la angustia calan hondo, uno parece vivir en la eternidad) me tiré sobre la cama, con la mejor vestimenta que tenía, la que me había puesto unas horas antes para tratar el asunto del contrato con la Señora. Deseaba con todo el alma dormir y olvi-darme de todo para siempre; Pero sabía bien que me mantendría despierto.
Entre cavilaciones de mi mente, e inquietudes de mi subconsciente, buscando solu-ciones a lo de Marcos, transcurrieron las horas de semi-vigilia de aquella larga noche. Recién bien entrada la luz del nuevo día, logré caer en un sueño profundo, pero me despertó la bo-cina del Chevrolet último modelo que hacía pocos días se había comprado el Dr. Schutz.
Traté de despertarme a la realidad de aquel nuevo día, nada auspicioso por cierto, metiendo mi cabeza entera dentro del lavabo, que había llenado de agua fría hasta casi su desborde. En pocos minutos me encontré con el Dr. Schutz y con mi señora, quien, pese a que probablemente habría descansado menos todavía que yo, me pareció bastante fresca y tranquila de aspecto (pienso yo, por este y otros detalles de mi vida matrimonial, que la mu-jer resulta más fuerte que el hombre para enfrentar al dolor).
Saludé a ambos con un esbozo de sonrisa, y me puse a observar a los dos y al pobre Marcos que seguía inconsciente. El Dr. Schutz iba constatando las reacciones musculares y nerviosas de Marcos, bajo la presión metódica de sus expertos y finos dedos de cirujano; Constató que su temperatura seguía alta y terminó por aplicarle nuevas inyecciones y sue-ros –éstos últimos para alimentarlo, ya que por su estado comatoso se veía impedido de in-gerir alimentos o líquidos por boca.
El buen Dr. Schutz se tomó su buena hora para realizar en completo silencio y muy minuciosamente todas estas operaciones, con la misma atención y cariño que habría prestado a su propio hijo. Después se levantó de su asiento, cerca de la cabecera de Mar-cos, me miró y volvió a la cuestión candente del día anterior:
_ ¿Consiguió dinero para que podamos internarlo en San Antonio?
_ Lamentablemente, todavía no, Doctor... Amalita sabe como ayer después que hablé con Ud., me la pasé en conversaciones y trámites para conseguirlo... pero todavía no hay nada seguro... solo esperanzas... remotas, por cierto.
_ Bueno, haga lo posible --insistió el Dr. Schutz. Pero, por lo demás, no se haga mala sangre. Si no lo consigue no se aflija demasiado. Yo seguiré luchando contra esta maldita infección, con todos los modestos recursos a mi alcance. Y en cuanto a mis honorarios y costos de los medicamentos que le estoy suministrando, podrá abonarlos como pueda cuando le vayan me-jor las cosas.
Todo esto me lo iba diciendo en un tono muy cordial y comprensivo, mientras guar-daba su instrumental en su viejo maletín. Después se encaminó hacia su auto, estacionado frente al porche de la casa. Amalita y yo le acompañamos, como queriéndolo así retener unos minutos más con nosotros, pues nos parecía que estando él presente Marcos no podía morir-se ¡ era tanta la fe que le teníamos! (¿Qué será de la vida de nuestro querido Doctor Schutz, aquel estupendo santo pagano que conocimos en Texas? ¿Vivirá todavía?)
Terminada la visita del doctor, yo me acosté de nuevo, tratando de reiniciar aquel sueño que el bocinazo del Dr. Schutz había interrumpido. Efectivamente conseguí conciliar el sueño hasta que, pocas horas después, Amalita vino a mi cuarto y me despertó con este aviso:
_ Fernando: afuera están un par de señores... parecen gente importante y piden insisten-temente hablar contigo... Yo traté de disuadirlos, explicándoles que habías pasado una mala noche y que estabas ahora descansando, pero ellos insistieron que tenían que tratar un ne-gocio de bastante interés para ti... ¿qué hago con ellos?
_ Sí, gente importante... Y que tienen un importante negocio para mí... ya me los huelo... se-guramente son unos simples vendedores de seguros y hasta serán capaces de ofrecerme una póliza contra la encefalitis que nos cubra a todos, incluso a Marcos, --no sé que humor negro me movió a hacer este comentario—pero recuerdo que lo hice. Bueno, hazlos pasar, total que puedo perder... si el sueño ya lo perdí. Pero dime Amalita, ¿cómo sigue Marcos?
_ Mas o menos igual –contestó Amalita.
_ Bueno, ánimo, mientras hay vida hay esperanza. –Agregué yo, sacando “ de rutina” otros de los refranes heredados de mi bendita madre. Bueno, haz pasar a esos “importantes” se-ñores, me arreglo un poco y estaré con ellos en unos minutos.
Eran unos compañeros del consulado que querían saber como seguía mi hijo, Marcos.
_ Sigue igual, les expliqué, solo que ahora estamos seguros por el diagnóstico que acaba de confirmar el Dr. Schutz que tiene encefalitis... ¿se dan cuenta lo que esto significa?... Pues nada menos que tiene las siguientes tres opciones de vida o muerte: la primera, la más pro-bable, que se muera pronto; que sobreviva, pero que la enfermedad le deje secuelas en el cerebro, incluyendo probabilidad de parálisis en su cuerpo; y la tercera --un uno por mil de probabilidades, según el mismo doctor-- que quede bien, como antes. Bonito panorama, tie-ne por delante nuestro pobre Marquitos... ¿verdad?.
_ Bueno Fernando, que le vas a hacer... déjalo en las manos de Dios... Él sabe lo que hace...
No tuve la paciencia de soportar mas frases piadosas de parte de mis compañeros de trabajo, pese a que sonaban sinceras, por lo que los interrumpí:
_ Así que ese buen Dios que tu tanto crees, ha arreglado esto para que sufra nuestro Mar-quitos y junto con él suframos nosotros sus padres.
_ No te parece Fernando, que este no es el momento, ni el lugar para entrar de nuevo en una de nuestras discusiones religiosas, ¿porque no pensamos en algo más constructivo? ¿Cómo ayudar a Marcos, como superar el problema económico para poder internarlo, en có-mo llevarlo a San Antonio?
_ De acuerdo, pero ¿cómo? Tu sabes que no tengo plata ni siquiera para pagar solo la ambu-lancia... no digamos la internación y los medicamentos. Entonces ¿cómo?
_ Bueno, tu sabes Fernando que el dinero que nosotros podríamos reunir escasamente ser-viría para pagar la ambulancia hasta MC Allen. Hemos pensado en otra solución, porque no le pides esa ayuda financiera a la señora de San Juan del Valles, la misma que recurren to-dos los mexicanos de esta región cuando se ven en aprietos económicos.
Las condiciones del préstamo eran demasiado fáciles para el prestamista y demasia-do riesgoso encambio para el prestador. Empezando porque el prestamista carecía de sol-vencia financiera y no ofrecía garantía alguna, propia ni de terceros.
Todos mis conocidos sabían que yo jamás podría pagar, en las condiciones comerciales usuales para este tipo de préstamo, es decir con un plazo de pago y a alto interés, una suma tan importante. Necesitaba un plazo no menor a 10 años; así pensaba yo optimístamente, podría ir devolviendo el capital prestado, más los intereses acumulados, en plazos semes-trales (coincidentes con los periodos de las dos cosechas anuales que esperaba vender a buen precio en los años próximos: la temprana y principal de algodón, la tardía de hortalizas o verduras. En cuanto al porcentaje de interés tenía que ser por debajo del 10%, como má-ximo.
Mi solicitud de préstamo así planteada era perfectamente viable, -pensaba yo. Pero ¿quién se iba a interesar en aceptar semejantes condiciones más filantrópicas que comer-ciales? Me acordé de las palabras de mi compañero de trabajo: “Solamente la señora de San Juan del Valle, la que siempre atiende a los pobres mexicanos de esta región...”. ¿No valdría la pena de probar... total que podía perder? La que sí podía perder era la señora si, por casualidad, aceptaba mi solicitud de ayuda financiera.
A fuerza de ser sincero y honrado, había yo mismo establecido en mi propuesta de contrato, la siguiente cláusula especial –(muy especial por cierto):
“En el caso en que el suscrito no pueda reintegrar la suma solicitada y obtenida en présta-mo dentro del plazo establecido de 10 años como máximo, pagara el capital mas los inter-eses aquí convenidos a base de prestar sus servicios personales, siempre que estuviese de-ntro de sus posibilidades humanas él realizarlos”.




3.Trabajo en Reynosa


Reynosa, la ciudad donde estaba situado el Consulado Americano a donde fui trans-ferido, tenía entonces una población de unos 25.000 habitantes, si bien esta población au-mentaba de año en año. Era una ciudad muy atrasada con pocas calles pavimentadas, de poco movimiento en sus horas diarias pero de intenso movimiento en sus horas nocturnas, por sus numerosos “night clubs” y comercios de ventas de curiosidades mejicanas para atender a la fuerte clientela de turistas yankees que la visitaban generalmente de noche.
Como Tejas es un estado semi-seco (la única bebida alcohólica que se podía servir en un lugar público era la cerveza). Los residentes del sector tejano de la frontera concu-rrían a Reynosa a tomar bebidas más fuertes, cuando no francamente a emborracharse, en sus “night-clubs” o en su “red light district” o zona de prostíbulos.
Con todo, la zona próxima a Reynosa, mi distrito consular, tenía mucho futuro econó-mico por sus grandes obras de riego, que entonces estaban en marcha, con la gran represa Falcón y que pronto convertiría la región, desde un punto de vista agrícola, en un área toda-vía más productiva cerca del Río Grande, Texas. Además también se habían descubierto –recién yo llegado- importantes depósitos de gas natural y petróleo.
Mi trabajo en un principio consistió en preparar informes económicos agrícolas, pe-troleros y sanitarios de mi distrito consular. Con el tiempo pasé a ayudar al Cónsul a des-empeñar tareas de relaciones públicas con las autoridades locales, protección a ciudadanos americanos (sobretodo sacar mucho borracho yankee de la cárcel local por los líos que se armaban en los “nigth-clubs” o “red-light district”.

4.Anécdotas:


Encontramos una habitación que nos alquiló en su misma casa la señora del “sheriff” del pueblo. Una mejicana inculta pero muy buena y simpática, a quien gustaba los ni-ños. Después de nuestras andanzas anteriores, nos sentíamos bastante cómodos en este lugar pese a que la pieza era bastante vieja y destartalada y a que vivir en la casa del “sheriff” ofrecía sus inconvenientes.
Este “sheriff” no era un mal hombre pero tenía dos grandes defectos: era bo-rracho como una cuba y más sordo que una tapia. Todos los días al atardecer, en su misma casa, se tomaba con un amigo yankee de 3 a 4 botellas de whisky. Al termi-narlas, la señora del “sheriff” a duras penas lo podía meter en la cama, el yankee en-cambio, salía por sus propios medios, todo duro y con los ojos brillando como soles. Esta combinación que ofrecía el “sheriff”: mucho Whisky y mucha pistola en su cin-to, inspiraba terror a Amalita.
Lo de la sordera era motivo para que nosotros nos enterásemos tan pronto como el”sheriff” de todos los desaguisados que ocurrían en el pueblo.
Pues venían a informarle, generalmente de madrugada, de cuanto crimen, robo o in-fracción legal ocurría.
Pronto nos enteramos que el “sheriff” era el propietario del único garito que funcionaba en el pueblo, donde se jugaba por dinero y se vendían bebidas alcohóli-cas, ambas cosas contra las leyes de Texas. Una noche vinieron a despertar al “she-riff” para informarle que un parroquiano del garito, después de irle muy mal en el juego, había decidido denunciar al “sheriff” como dueño del garito, ante las autori-dades del condado o Municipio. En esta ocasión oímos los planes del sheriff para pa-rar el carro al soplón. En fin, vivíamos en un ambiente de pleno “far-west”.
Un último recuerdo de este sheriff. La señora era muy alegre y amiga de or-ganizar bailes mejicanos en la misma casa. Como el pobre sheriff no oía ni la música, la señora formada en pareja con él, le indicaba cuando tenía que ponerse en movi-miento, tirándole la corbata cuando tenía que parar de moverse. Ni que decir que sus movimientos no guardaban ningún ritmo con la música pero sordo y todo él baila-ba como el que más.
Después de pasar varios meses en casa del sheriff, yo pude convencer al mag-nate yankee, dueño de medio pueblo (incluso del puente internacional con cuyo peaje, él hacía magnífico negocio) de que nos construyera una casita, pagándole yo un alqui-ler más que razonable. Terminada la casa, aunque modesta y toda de madera, nos pa-reció vivir allí en el mejor de los palacios.
Un año más tarde con ayuda de mis padres, pudimos comprar un rancho, de 5 hectáreas, “Rancho Amalia” –yo lo bauticé-, situado a unos 3 Km de Hidalgo, sobre la carretera internacional, donde vivimos muy tranquilos y felices durante los 6 años restantes que pasamos en Tejas, criando gallinas, chanchos y sembrando algodón y verduras, como suplemento a mi sueldo y para poder sostener a la familia que cre-cía.



5.Un viaje a Nueva York



Salimos todos juntos en nuestro “jeep” –que tenía ya sus añitos de vida- rum-bo a Nueva Orleans con el tiempo justo para que Aníbal tomara su barco, contando que yo manejaría una noche y un día sin parar. Salimos como a las 6 de la tarde. A los 200km, el agua del radiador del “jeep” empezó a calentarse. El radiador perdía agua. Hubo que parar en un pueblo y conseguir a duras penas (eran como las 10 de la no-che) alguien que lo arreglara. Así perdimos un par de horas. Seguimos nuestro cami-no y como a la una de la mañana pinchamos.
Pusimos la rueda de auxilio y, antes de que la pudiera hacer reparar, tuvimos un reventón. Hubo que dar vuelta y, con la rueda en llanta, regresar al pueblo más cercano distante como unos 5 km. Allí tuve que comprar neumático nuevo, además de hacer reparar el pinchado. Así perdimos como otro par de horas. A las 8 de la maña-na, cerca de Houston, hicimos el cálculo de horas que todavía nos faltaba por reco-rrer y llegamos a la triste conclusión que, por mucho que yo tratara de correr con el viejo jeep, Aníbal se perdía su barco. Decidimos entonces que él se tomara un ómni-bus en Nueva Orleans. Tuvo la suerte de agarrar uno que estaba por salir. Así –y con algunas peripecias más que él tuvo después- llegó Aníbal al barco, justo cuando es-taban por retirar la pasarela. Fue uno de los viajes más emocionantes de mi vida.
Si bien para el P. Aníbal terminaron las aventuras con el viejo jeep, para noso-tros no. Conforme nos acercábamos a Nueva Jork notaba que el jeep iba perdiendo pique. Un mecánico me advirtió que de sus cilindros solo dos funcionaban. Entramos en Nueva Jork con el jeep tirando como una pequeña locomotora vieja. Nos costó trabajo encontrar, en las afueras de Nueva York, en New Jersey, un lugar donde nos aceptaron con nuestros cuatro hijos. Finalmente encontramos un motel caro –y como lo notamos luego por el movimiento de parejas en la noche- de clientela no muy santa. Lo que nos llamó la atención de este motel fue, además que, pese a su tarifa cara, todos los servicios eran a base de máquinas tragamonedas: Quería uno un re-fresco, había que acudir a una máquina y echar una moneda de 10 centavos; quería uno ventilación en el cuarto, tenía que poner en una rendija 25 centavos; quería oír la radio, otros 25 centavos que había que poner en otra rendija. No me acuerdo bien pero creo que hasta para usar el baño había que echar una moneda. La cuestión es que con la pensión diaria y con las maquinitas tragamonedas el establecimiento tra-gaba a uno vivo en cuanto a gastos y no conocíamos ningún lugar a nuestro alcance o que nos aceptasen con nuestros 4 hijos.
Nos encontramos así varados en Nueva York con una serie de problemas para resolver: el auto que había que cambiarlo rápidamente por alguno que anduviera; el motel que nos tragaba vivos; y todo eso con escasos recursos para afrontar tales problemas.
Al día siguiente de llegar, fuimos a ver a Ed Willock y a su familia, un amigo que me había echado por correspondencia.
Ed Wilock era una de las personas más interesantes que he conocido en mi vi-da: escritor y dibujante humorístico; fundador y colaborador de la revista “Integri-ty”; y fundador de una cooperativa pro-construcción de viviendas económicas.
Ed Wilock nos solucionó una buena parte de nuestros problemas: el de nues-tra vivienda y alimentación. Respecto de la vivienda consiguió permiso de su dueño para que habitáramos en una de las casas, que estaba por terminar la cooperativa; respecto a la alimentación, organizó que cada una de las 6 familias que tenían casas terminadas nos invitasen a cenar por turnos. Fue toda una ayuda providencial que siempre le agradeceré.
Me faltaba solucionar el problema del auto. Envié un telegrama a mi madre en España, pidiéndole la ayuda financiera para comprarme al contado otro nuevo. Su contestación fue negativa. Se me ocurrió otra solución. Tenía yo en Nueva York un primo de Filipinas que estaba al frente de la sucursal de una importante empresa Fi-lipina. Mi primo no me conocía salvo de referencias (y estas, me temo, no debían ser muy buenas por la bien ganada fama de loco que yo tenía dentro de mi familia) y por correspondencia. Se trataba de que él endosase un plan que me había propuesto una agencia de autos que me aceptaban el jeep como pago al contado por un Plymontn nuevo, y el saldo a pagar en cuotas para lo cual necesitaba la garantía de mi primo. Cuando le propuse esta a mi primo, tragó saliva, hizo tripas el corazón, y acepto en-dosar el plan. Así solucioné el problema del auto. Me faltaba cumplir con la misión que me había traído a Nueva Jork: sondear las posibilidades de encontrar trabajo en la prensa Católica.
Gracias también a Willock, se me abrió una posibilidad: la de dirigir un sema-nario en español, principalmente destinado a la población portorriqueña de Nueva York, semanario patrocinado por la Arquidiócesis de Nueva York. Para entonces ya había experimentado lo suficiente la vida automatizada de los new-yorkinos para no considerarla adecuada para nuestro bienestar familiar por lo que no acepté el pues-to.
Esta vez sin problemas regresamos con nuestro flamante coche a nuestro rancho en Texas y a mi trabajo en el Consulado Americano en Reynosa, México. Al poco tiempo, me puse nuevamente en campaña para buscar el trabajo deseado en al-guna ciudad del Norte de Norteamérica. Esta vez lo hice ofreciendo mis servicios en una revista literaria de mucha circulación en el medio. Pronto me llegó una oferta de jefe editor. Esta editorial, después de haber lanzado con mucho éxito al merca-do anglosajón varias Biblias en español para el mercado hispano americano y nece-sitaban un asistente editor con dominio del castellano.
De nuevo pedí licencia al Cónsul Americano y salí rumbo a Chicago para estu-diar de cerca las perspectivas de este trabajo.

CAPITULO VI



MC Allen Municipal Hospital, Texas, 11 de Junio de 1948.


Mis queridos padres y hermanos:

Ayer Daniel Lucas subió al cielo a las 20.30 de la tarde. Amalita y yo estamos ya bastante resignados. Dios nos lo dio y Él nos lo quitó alaba-do sea. Él sabe lo que hace –nosotros no sabemos nada. Además no lo perdimos de-cían los primeros cristianos: “los fallecidos solo duermen en el Señor”. Seguramen-te está mejor con el Señor que en este mundo.
Estamos satisfechos que tanto el médico como las enfer-meras hicieron lo humanamente posible. El médico y las enfermeras no se apartaron de él, cuando se puso grave –ayer tarde. Le dieron penicilina; el médico sostuvo una consulta telefónica con un especialista de San Antonio. Todo en vano: era la volun-tad de Dios de sacarlo de este mundo y llevarlo junto a Él.
¡Que contentos y agradecidos estamos ahora de que fuese bautizado por una enfermera pocas horas antes de fallecer! No hay duda de que te-nemos un hijo santo y vosotros –especialmente su madrina Maitena- podéis estar también orgullosos de él.
Era lindísimo, aún inánime. El más hermoso de nuestros hijos –tan bien formadito, parecía tener ya varias semanas. Su sistema respiratorio, sin embargo, no fue suficientemente fuerte para combatir el líquido del seno ma-terno que se le metió por la boca y llegó a los pulmones. Al principio, hubo mejoría, pero luego fue de mal en peor. Ahora parece todo un sueño, una pesadilla pero no amarga. Dios permitió esta prueba pero también nos dio la fuerza y el consuelo para sobrellevarla.
Le pude ocultar su estado a Amalita hasta los últimos mo-mentos. Recibió la cruz mejor de lo que esperaba. Ahora está ya tranquila. Mañana el Doctor la va a mandar a casa. Vamos apreciar mejor el hogar y los hijos.
Dad la noticia a Luis y a Roberto para que ellos le transmi-tan a sus respectivas mujeres, cuando consideren oportuno. También le pueden pa-sar esta carta. Es algo penoso para mí volver a escribirles sobre esto.
Amalita, gracias a Dios, ha quedado mejor que en los par-tos anteriores. Los chicos están bien –atendidos por la mucama y varios vecinos. Yo empecé mis vacaciones. Las voy a dedicar a mimar a Amalita.
Los restos de nuestro querido hijo Daniel Lucas están ya enterrados en Hidalgo, en un pequeño cementerio cerca de nuestra casita, en una simple tumba de tierra. Más adelante, cuando tenga recursos, le construiremos por lo menos su cruz y una loza.
No se preocupen por nosotros, pues Dios nos ayuda mucho en todo sentido. El ayuda más cuando más se le necesita. Reciban todo el cariño de los cinco,

Fernando





3 de noviembre de 1948.


Queridos Fernando y Amalita:
Hace mucho que no recibía noticias vuestras.
De la muerte de Daniel Lucas no he sabido nada, así que recién hoy me entero de esa cruz que el Señor en su Amor os ha proporcionado, llevándose consigo un pequeño angelito de vuestro hogar a fin de que vele por sus padres y hermanos.
Pensé muchas veces en vosotros y me extrañaba de no recibir noticias, no sabiendo que vuestra carta se había perdido. Me enteré por la carta semi-colectiva de las dificultades por las que están pasando. La única cosa clara es que Dios os proporciona allí en Hidalgo sus buenas obras. Andamos todos muy dispersos. Yo sé lo que significa esto.
La soledad la sufro yo mismo ya hace mucho. Sé también cuan difícil es estar sin el consuelo y el estimulo de los buenos amigos. Pero sé sobre todo que el Señor en esto también lleva a cabo sus obras que entre nosotros ha empezado.
En este momento me he enterado que Truman ha ga-nado las elecciones en E.E. U.U. Es este un milagro claro. Truman por lo menos es un hombre que cree en Dios. Hemos de ser como niños caminando en el camino del Se-ñor y la entrega total a la voluntad del Padre ha de ser nuestra única alegría. Coraje y confianza. Vosotros habéis olvidado o alejado de la oración en común. Fernando y Amalita la oración es muy importante. Debéis empezar nuevamente a rezar juntos el Rosario. El Señor quiere que rezeis juntos el Rosario todos los días. Mediante el Ro-sario contemplamos todos los grandes misterios de la vida de Jesús y del ejemplo de María. Vosotros debéis ante todo rezar. Es más importante que estudiar la Palabra. El estudio de la Palabra precisa de la gracia que se alcanza por la oración. Amalita vuestra casa debe ser un pequeño templo en el que viváis del Santo Sacramento del Matrimonio. Recen la oración simple de la mañana juntos; recen juntos a la comida. A la noche el Rosario. Las imágenes de María y del Sagrado Corazón deben ser introni-zadas y honradas vivamente en vuestro hogar. La bendición de la casa es necesaria. Debe haber agua bendita y usarla para bendecir a los niños y a vosotros. El diablo y los malos espíritus son realidades. Y los buenos también. Hecho esto las dificultades desaparecerán. No hay duda que alimentándose y santificándose encontrarán en su casa la Paz del Señor y llevarán a su trabajo siempre la gracia y la luz necesarias.
Yo sé que es duro estar en las circunstancias en la que estáis. Yo lo sé por propia experiencia. Hemos de ser felices allí y en las circunstancias en las que el Señor nos pone. No hay otro medio. Si no lo somos en estas, no lo seremos tampoco en otras.
Estaba en Holanda, donde celebré mis 25 años de vida monástica. Ha sido un tiempo de muchas bendiciones. Jesús me ha hecho saber dos cosas: 1° que el mismo me ha puesto de un modo especialísimo bajo la protección de nuestra Madre común. 2° que a pesar de todo me llama: el amigo de su corazón; que sabe lo que su-fro; y que no debo hacer sino entregarme sin reserva a la voluntad de su Padre; y que todo se arreglará de modo más hermoso.
Hemos de participar en la Realeza de Jesús, como Rey ahora rechazado y crucificado. Hemos de aceptar su fracaso, que debe ser enteramente el nuestro. No hay que dar vueltas. Entre tanto haga, mi querido Fernando ayudado por Amalita, la pequeña humilde obra de evangelización. Hágalo simplemente sirviendo a Jesús en los pequeños; sed buenos y humildes también con el párroco. Es la caridad que vence y convence. La caridad práctica, la paciencia y la dulzura.
Sabed que el Padre quiere manifestar la obra de su Misericordia hacien-doos vivir en la vida que Él os ha puesto, para que la vivan santamente. Hemos de andar derechos y sin vueltas el camino que Él nos pone por delante, y por ahora ese camino es el vivir en Hidalgo y el trabajar en el Consulado.
Os amo mucho y estoy con vosotros. Con todo el poder del sacerdocio de Jesús os bendigo y en este Poder encargo a María, nuestra Madre, a tomaros bajo su protección especial

Padre Antonio

Reynosa, 15 de octubre de 1948.
Mi querido hermano en Cristo, Aníbal Daniel:

Ayer leí con mucha emoción y alegría tu carta desde mi mismo país de residencia terrestre –este pensamiento me conforta no sé bien porque. Fue una gran sorpresa también. Te creía en Montevideo o rumbo a Roma, pero nunca otra vez en USA.
Te debo una explicación de porque no contesté a tu carta desde Río. El hecho de que te alejases de USA sin avisarme antes y sin habernos visto me dejo bastante deprimido. Yo había deseado mucho este reencuentro y esperaba que si a mi no me era posible llegar hasta allí, tú en tu viaje a Sudamérica te habrías podido acercar un poco hasta aquí. El verte ya alejado y con pocas posibilidades de volver me entristeció. Más tarde cuando después del golpe de Daniel Lucas Dios me hizo ver mas las cosas desde arriba, pense en escribirte a Montevideo... pero todavía vi-vía con este proyecto cuando llegó tu carta ayer... Ahora como te me escapes otra vez de USA sin verme me enfado de veras. Es claro que será mejor si nuestro re-encuentro es con Jesús en los aires pero hasta que ese día llegue también tengo deseos de verte en la tierra. Ando por aquí tan faltos de buenos amigos... y a ve-ces tan desorientado y seco de espíritu. Creo que me haría bien el verte y oírte. Quizás en la primera mitad de 1950 pueda tomarme vacaciones y llegar hasta allí.
Los pensamientos que me mandas en tu carta encajan muy bien con el curso actual de mi vida espiritual. Pasé por un tiempo muy bueno después de lo de Daniel Lucas pero últimamente otra vez la casa que empece a construir sobre afanes humanos se me empieza a derrumbar. Con este derrumbe he sentido otra vez muy fuertemente acercarme a la roca de la Palabra de Dios. Nunca deje de leer la Pala-bra completamente pero se estaba convirtiendo en una rutina intelectual. Ahora, he sentido que debo de volver a leer el Evangelio más como al principio, como un niño malporreado y malo pero que quiere aprender a ser mejor, que como un hombre cavi-lador.
Es curioso como el Señor me está empujando por este camino de la niñez espiritual, frente a la Palabra. Por fin me entere que había una familia en todo Hidalgo a quien le gusta leer las Escrituras y reunirse con otros al mismo fin. Fuimos a la primera reunión. Resultó ser la casa de un lechero pobre. Para entrar en su casa-choza tuvi-mos que pasar por un campo de lodo rodeado por bueyes, vacas y toros. Pensé en-seguida (o el Espíritu me inspiró) que bueno era para mí ir a oír al Señor en un lugar que tanto recordaba al lugar de su nacimiento humilde. Eso no fue todo. Los dueños de casa, esa gente ignorante (humanamente hablando) y pobres pero muy rectas y sanas de espíritu, eran Católicos pero se pasaron al campo protestante porque estos les abrieron el camino a las Escrituras. Se sorprendieron de que nosotros Católicos leyésemos la Biblia. Me han hecho explicarles la posición Católica Bíblica. Ahora ellos vienen también a casa a unas reuniones que empezamos con ellos y unos pocos veci-nos. Son gente sencilla y hay que hablarles con palabras sencillas y esto me hace mucho bien. Todo esto y tu carta me han estimulado ha organizar aquí unas reunio-nes en serio invitando a todos los conocidos del pueblo de buena voluntad. Estoy también de empujar al cura joven americano de Hidalgo a que me ayude. Esto resulta un poco difícil. No es un mal hombre pero un poco víctima del espíritu burgués y yanqui, no es anti-bíblico pero tampoco pro-bíblico. Otro día te daré los detalles de estas reuniones. ¿Tienes evangelios baratos que me puedas prestar? Necesitaría al-rededor de 20 hasta que me llegue el pedido de Montevideo.
Amalita me tiene preocupado con una infección en la nariz-garganta-ojos-oídos. Los chicos bien. Escribe de vuelta pronto. Abrazos de

Fernando


Reynosa, 28 de Octubre de 1948.

A los amigos que están en el Uruguay, Suiza y U.S.A:

Querido Daniel:
Me tienen que disculpar esta carta semicolectiva. La corresponden-cia acumulada es grande, los trabajos y preocupaciones son grandes también, el tiempo es poco – para serme posible contestar uno por uno a los que me escribie-ron.
Estamos pasando por un periodo en el que el mundo político-diplomático nos está atribulando grandemente. La tribulación se hace más insopor-table por mi tendencia carnal de confiar mucho en los hombres y en mis propios planes y poco en Dios. El Señor me va enseñando esto a palo limpio pero soy duro de cabeza (vasco) y de corazón, parece que nunca llegaré a aprender aquello del salmis-ta: “Maldito el hombre que se apoya en brazo de hombre”. Sí, el yunque de Dios me está metiendo esta verdad en la cabeza a puro golpe. Creo que recién ahora estoy dispuesto a seguir la voluntad manifiesta de Dios y no a mis locos afanes. Sin em-bargo, deben rezar mucho por mí pues hay algo (si en mí o fuera de mí, no lo sé) que me impide ver lo que Dios quiere que haga entre los líos humanos en que estoy meti-do francamente, no sé si debo luchar por volver a Montevideo, o por quedarme en los EE.UU no importa en que situación absurda..., cruzarme de brazos. Desconfío mucho de mis inclinaciones de la carne pero... “Señor que quieres que haga”. Quiero pedir aquí a todos los hermanos que están en el Uruguay, Suiza y U.S.A que se unan a mis oraciones para que el Señor me dé una contestación clara a esta pregunta y yo la siga sin resistencias.
El único alivio espiritual que he tenido últimamente es que parece que el Se-ñor nos va a utilizar para dar comienzo a una de sus buenas obras en Hidalgo. En medio de desasosiegos y pobreza de espíritu, El ha encaminado muy bien nuestros esfuerzos de hace algún tiempo para que su Palabra sea conocida entre los buenos pero ignorantes vecinos de éste pueblito. El clero de la Parroquia nunca se opuso, pero no hizo mas que desalentarnos (nos decían que la gente de aquí era demasiado ignorante como si Jesús mismo no hubiese venido a enseñar a ignorantes y como si todos no fuésemos ignorantes frente a su Sabiduría) pero las puertas que Dios abre son difíciles de cerrar y la obra está en marcha de una forma muy satisfactoria.
Ya hemos tenido unas reuniones preparatorias y el interés crece, ante el asombro del sacerdote, quien no es un mal hombre pero sí una víctima de las rutinas del seminario.
Varias de las señoras de mejor posición en el pueblo me han confesado que no son más que unas católicas de rutina pues desconocen los fundamentos de su fe por no haber tenido a nadie que les hablara del Evangelio.
Además, hemos tropezado con otras familias de clase más humilde que mani-fiestan mucha rectitud y que se han pasado a los protestantes por la misma dificul-tad. Están asombradas que nosotros seamos Católicos y leamos la Biblia. Esta gente son los más asiduos a nuestras reuniones lo cual nos da mucha alegría.
Pareciera que Dios quiere que sembremos con lágrimas lo que luego recoge-remos con canciones. Esta gente no se da bien cuenta de la verdad que hay en mis palabras cuando les digo que yo soy el más necesitado de este acercamiento a la Pa-labra de Dios que nosotros mismos vamos promoviendo. Siento que las preocupacio-nes y ocupaciones me han alejado mucho del contacto personal y directo con Jesús y por eso pienso que volver a meditar su Palabra reunido con esta gente de humilde condición en su mayoría, me va a ayudar muchísimo a re-descubrir a Jesús que me hizo renacer por su Palabra. A pesar de todo hay algo que ni las dificultades, ni las preocupaciones, ni el mundo me han sacado y es la seguridad de que”: quien empezó en nosotros la buena obra la llevará a cabo”. Jesús no hace tanto en vano.
En medio de los líos me reconforta mucho el pensamiento que las potestades de este mundo solo pueden embromarnos la vida HASTA EL LIMITE permitido por Dios.
Espero pronto viajar a Washington para tratar de aclarar nuestra posición laboral aquí que cada día se hace más insostenible pues en el Consulado nos han puesto cargas muy pesadas y ni con el dedo nos ayudan a removerlas. De estas ges-tiones puede ocurrir una de las siguientes posibilidades: 1) que me arreglen definiti-vamente los papeles para residir aquí. 2) Que me transfieran de vuelta a Montevideo 3) que renuncie o me hagan renunciar pagándome el viaje de regreso a Montevideo 4) lo último pero sin el viaje pago.
Estamos tan cansados de tanto batallar que nos parece que la vuelta a Uru-guay sería un gran consuelo. De cualquier manera creo que Dios me está manifes-tando algo en forma clara: que en la primera oportunidad que se me abra me debo retirar del mundo diplomático.
Mi vocación de agricultor y granjero se me ha manifestado aquí en una forma fuerte. Cada día veo más claro en la Biblia que los cristianos de estos últimos tiem-pos que puedan hacerlo se retiren de las grandes ciudades para poder servir mejor a Dios en la paz de la naturaleza.
Espero que me contesten pronto más aún cuando estamos tan necesitados de ayuda y consuelo espiritual. Tuyo en Cristo
Fernando


CAPITULO VIII: La Familia va creciendo


Fiesta de la Sagrada Familia Chicago, Domingo 9 de enero de 1955.



Mi queridísima familia:

Hoy me he acordado mucho de todos vosotros en la misa, y pedido mucho a Jesús que haga de nuestra familia algo parecido a su familia de Nazareth.
Nosotros también como familia, debemos de pasar desapercibidos del mundo y hasta despreciados del mundo, pero interiormente muy unidos y amados, alegre y llenos de felicidad, porque Jesús, María y José están con nosotros y presiden e in-fluyen en todo en nuestro hogar.
¡Cuánto tengo yo que imitar a José --en ser sencillo, humilde, trabajador, hombre de pocas palabras pero de grandes hechos, en hacer todo, aún lo más peque-ño como a Dios le agrada y en la presencia de Jesús. ¡Qué bien puedes tú mi Amali-ta, imitar a María –en ser “esclava del Señor”, en querer que todo se haga “según su Palabra”, en ser sencilla, humilde y al mismo tiempo al darte cuenta de que “todo lo puedes” con la fortaleza que da el Señor, reconociendo “ la potencia” que eres en Dios, capaz de dar vida a hijos que con su gracia serán hijos de Dios, capaz de agra-dar a Dios mucho mas barriendo pisos y limpiando traseros con amor, que las mayo-res obras que puedan realizar los poderosos del mundo que no tienen amor para dar.

Y vosotros, mis hijitos queridos, qué bien podéis imitar a Jesús ayudando en todo a vuestra mamá, sabiendo que vuestros ángeles en el Cielo tienen fiesta cada vez que lo hacéis. En la misa he pensado en cada uno de vosotros y he sentido el convencimiento que todos tenéis una misión importante en el mundo, todos tenéis una “vocación” que la podéis desarrollar desde ahora --aunque no la conozcamos con detalles. Se me ha ocurrido que vosotros los más grandes (Fernando, Marcos, Juan Pablo y Pedro) tenéis que hacer POR LO MENOS tres cosas buenas en el día: una por Jesús en agradecimiento por todo lo que nos ayuda y todo lo que recibimos de Él; otra por mamá, en agradecimiento por todo lo que os cuida, se preocupa y sufre por vosotros; y otra por vuestros “prójimos”, (vuestros prójimos son: vuestros tíos, primos, amigos, vecinos, compañeros de escuela) –porque Dios quiere que los queramos tanto como a nosotros mismos. ¿Me prometéis que vais a tratar de hacer por lo menos estas tres cosas buenas todos los días? No sabéis lo contento que se va a poner papá, si mamá me cuenta que las estáis haciendo. Todas las noches antes de empezar a rezar debéis pensar si las habéis hecho y contarle a mamá –si no las hacéis tenéis que pensar que Jesús y María y José hacían muchas cosas buenas Y ninguna mala, así que nosotros todos hagamos solo tres cosas buenas no es gran cosa -pero por lo menos haciendo estas tres cosas Jesús verá que de veras estamos haciendo algo bueno para imitar a El y a su familia y nos dará la gracia y ayuda de hacer más cosas buenas en el futuro.

Volviendo a vuestra “vocación”. Pienso que Fernandito tiene madera para di-rigir alguna empresa buena e importante –pero antes tiene que aprender a obedecer durante bastante tiempo, pues nadie sabe mandar bien, si antes no ha aprendido bien a obedecer.

Tu Marcos acuérdate que, aún más especialmente que nosotros, eres propie-dad personal de la Virgen María --que te salvo de la muerte—y por lo mismo creo que en forma especial tu vocación te la va a indicar ella, siempre que la obedezcas.

A ti Juan Pablo ya te escribí el día de tu Santo que me parecía que tenías la misma vocación de San Juan –es decir amar muy de cerca de Jesús y a María y lle-var a otros a este conocimiento y amor.

Tu Pedrito, me parece vas a ser un apóstol de la alegría que creo se necesita mucho en esta época en que muchos hacen de la religión algo aburrido y triste. No sabes la alegría que me dio tu mamá al contarme que tu ya tan chiquito hiciste y haces obras de misericordia transmitiendo alegría a una enferma y portándote bien con ella. Escuchad todos: esta es la clase de obras buenas que podéis hacer una vez al día “por el prójimo” –consolar y alegrar a los tristes y enfermos, ayudar a los pobres y necesitados...

Y tu mi Chemo, ¡Cuánto me gustaría que tu vocación fuese reflejar en el mundo la inocencia y pureza que ahora reflejas! En este mundo donde reina la astu-cia y la inmundicia del diablo. ¡Qué sacudida recibirá ante la presencia de un hom-bre revestido con la sencillez de una paloma y la pureza de un ángel! Dios quiera que crezcas en un hombre de esos que ya sacudieron al mundo en otras épocas y pue-den volver a sacudirlo más que una bomba atómica, un Santo al estilo de San Fran-cisco de Asís por ejemplo.

Y tú nuestra María de Jesús, que difícil te va ser hacer honor a tu nombre que te pusimos pero ¡qué no harás con solo intentarlo un poco! Pienso que has sido un extraordinario foco de amor para tus padres, tus hermanos y muchos otros que te conocen y admiran y que un día tendrás que pagar de vuelta ese amor que desde principio lo has recibido a chorros llenos, amando a tu vez intensamente a Dios y a tus prójimos.

En resumidas cuentas, hoy tenemos que prometer todos ante la Sagrada Fa-milia que debemos de formar aquí en la tierra una familia verdaderamente cristiana donde todos deseamos y trabajamos para ser santos y perfectos, y vivir nuestra vocación en la tierra, para que podamos fundirnos un día en la Sagrada Familia en el Cielo –todos juntitos, amándonos y alegrándonos con Dios para siempre. Amen.


Os ama lo indecible vuestro padre,

FERNANDO





Mi Amadísima Amalita:
Ayer no tuve carta tuya. Tengo tanto para contar-te que voy a tratar de dar mis noticias primero y luego sigo y si tengo tiempo con-testaré mejor las cartas que recibí durante la semana.

Esta fue una semana excepcionalmente buena para mí en todo sentido. Dios me está bendiciendo en gran forma, por medio de mi residencia en esta casa y la in-fluencia que recibo del Opus Dei. Llevo una vida ordenada y productiva –espiritual e intelectualmente. Todavía tengo mucho que aprender para ser un “cristiano soporta-ble”, no digamos nada de un buen cristiano.
Pero últimamente he sentido un cierto progreso, aunque sea pequeño y esto me anima considerablemente y más cuando anteriormente casi desesperaba de que yo pudiera jamás avanzar algo espiritualmente.
Te diré que lo debo casi todo a 4 prácticas que como verás no son nada extra-ñas para nosotros, sólo que ahora las he estado haciendo de una forma más regular y menos rutinaria, más tranquila y sosegada, más olvidándome de mí mismo y de mis problemas y entregándome más totalmente a Dios, por lo menos en esos momentos.
Son en orden a como las hago: 1) la Misa y la Comunión por la mañana (las oraciones para antes y después de la comunión las rezo de la “Verdadera Devoción a María”; 2) El Angelus al mediodía –he redescubierto esta Oración a María que es hermosísima y sencillísima y facilísima de rezarla todos los días pues no lleva mas que unos minutos; 3) Meditación rezada del Evangelio: esto no consiste en rezar el Evangelio a la carrera, como hacía antes, sino lo opuesto: en rezarlo poco a poco y despacio, y en aprovecharlo como” trampolín” para la oración –es decir usarlo como excusa o inspiración para una sencilla conversación con Dios, como hablando con nuestro Padre. Esto no requiere de mucho tiempo de 10 minutos a ¼ de hora pero si retirarte en lo posible a un lugar solo y sin ruido; 4) El Rosario.

Naturalmente no sé hasta que punto podrás adaptar este programa espiritual a tu diario programa de actividades domésticas. Esto te recomiendo no como obliga-ción, sino como devoción.

No hay comentarios:

Publicar un comentario